Un Breve Encuentro que Dejó una Huella Eterna
como el rastro de luz de un cometa,
le escribo estos versos, le guardo mis letras,
a esa que fue un suspiro eterno en apenas diez minutos.
Con solo mirarla entendí su nobleza,
en su risa, su ternura, su voz de poema,
un alma tan clara que el mundo temblaba
ante su bondad, su fuerza callada.
Recuerdo el aroma de su risa suave,
la paz que dejaba su mirada en calma,
como el roce leve de una brisa en el alma
que a todos marcaba sin buscar aplausos.
Hace años que el tiempo no borra su rastro,
ni su esencia, su paso, su amor infinito;
porque hay seres tan puros que quedan tatuados
en un rincón secreto que nunca apagamos.
A esa mujer, efímera, inmensa,
que dejó en mí huellas, susurros y estrellas,
le dedico estos versos y un silencio profundo,
como quien aún la siente en el alma,
guardada, latente.
A esa mujer de pasos ligeros,
que cruzó mi vida como viento en calma,
le dedico estas líneas con el alma,
porque fue breve su estancia, y eterno su reflejo.
Llegó sin anunciarse, como llega la aurora,
dejando un eco dulce en cada palabra,
y aunque fueron diez minutos, ¡qué minutos aquellos!,
bastaron para grabar en mí su esencia, su huella.
Tenía en los ojos un brillo sereno,
como quien ha visto dolor y dulzura,
como quien se ha enfrentado al mundo con ternura
y aun así guarda intacto el fuego de sus sueños.
Era sensibilidad envuelta en silencio,
bondad en el gesto, calidez en la risa;
en su mirada cabía un mundo entero,
y en su sonrisa se dormía la prisa.
Han pasado los años, y ella sigue presente,
como un susurro en medio de la noche quieta,
como la estela de una estrella fugaz, ardiente,
que en su corta luz reveló la belleza.
¿Quién diría que en tan breve encuentro
se podría sembrar una memoria tan honda?
Pero hay almas que llegan solo para dejar hondas
raíces invisibles, eternas en su aliento.
Nunca supe su historia completa, ni su rumbo;
nunca escuché de sus sueños o su tristeza,
pero en esos minutos sentí el mundo
como ella lo veía: con amor y nobleza.
Y es que hay seres raros, puros, fugaces,
que solo necesitan de un instante para ser eternos;
gente que toca con su bondad sin reservas,
y se va dejando el corazón cubierto de destellos.
Hoy escribo para ella, que fue un suspiro y un eco,
un recuerdo imperecedero de ternura sencilla,
un alma tan clara que aún el tiempo, en su vuelo,
no ha borrado su paso, ni su luz tranquila.
A esa mujer que nunca buscó aplausos ni fama,
que dejó en mí el valor de la sensibilidad,
le dedico estas palabras desde el fondo del alma,
en honor a su bondad, que aún me da paz.
Comentarios
Publicar un comentario