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Los carismas en la Iglesia

La iglesia sacerdotal de Jesús no empezó organizando un tipo de ministerios o jerarquías, como las que podrían existir en el judaísmo del templo, sino abriendo unos caminos de servicio mutuo, que se irán explicitando en las comunidades, conforme al impulso del mismo «espíritu» de Jesús, según las necesidades de los tiempos. El primero que ha desarrollado el tema (que nosotros conozcamos) ha sido Pablo. Los cristianos de Corinto han disputado sobre los dones o carismas más altos en la iglesia. Pablo les responde:Sois el Cuerpo del Cristo, y cada uno un miembro de ese cuerpo… A unos los ha designado Dios en la iglesia: primero apóstoles, segundo profetas, tercero maestros; luego, poderes; después, don de curaciones, acogidas, direcciones, don de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿todos profetas? ¿todos maestros? ¿todos poderes? ¿todos tienen carisma de sanación?¿hablan todos lenguas o interpretan? Buscad pues los carismas superiores” (1 Cor 12, 27-30).

Ésta es la palabra clave que brota de la formulación inicial: “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; hay diversidad de servicios (diaconías), pero el Señor es el mismo; hay diversidad de operaciones, pero Dios es el mismo, el que obra todo en todos” (1 Cor 12, 4-6). En esa línea hemos añadido (parafraseando el principio general de Ef 4, 6) que hay un sacerdocio único, pero muchos ministerios. Se trata de un “sacerdocio laical”, de la iglesia en su conjunto, de todos los cristianos, no de algunos ministros superiores. Sólo en un segundo momento ese sacerdocio se expresa y expande en los ministerios de la Iglesia.

Ésta es la novedad que está en el fondo del Vaticano II (Lumen gentium, 1964) y del ministerio de Francisco (Evangelii Gaudium, 2013), aunque no hayan encontrado un lenguaje claro para declararlo. Lo primero en la iglesia es el “cuerpo” animado por el Espíritu, es decir, la comunión de los creyentes, que son con Cristo sacerdotes de la nueva alianza (como saben y dicen Hebreos, 1 Pedro y el Apocalipsis). Al servicio de ese cuerpo o comunidad mesiánica vienen después los ministerios, que son importantísimos, que brotan de ese cuerpo sacerdotal común.

Cada cristiano es llamado a un ministerio. La Biblia lo dice claro: Pablo escribe: “…teniendo nosotros este ministerio.” (2 de Corintios 4:1).

Todos los carismas son importantes a los ojos de Dios, y al mismo tiempo, ninguno es insustituible. Unos carismas que no deben ser "motivo de confusión", porque "todos ellos son regalos de Dios para la comunidad cristiana.

Todavía el concepto de ministerio en la mayoría de los cristianos hoy no es muy bíblico. A menudo vemos el ministerio como algo que sólo es practicado por sacerdotes ordenados o religiosos. Se cree que los ministros son graduados de seminarios que casan y entierran gente, celebran misas y enseñan doctrina.

Pablo habla de cierto ministerio al cual cada cristiano está llamado. Este ministerio no requiere dones o talentos en particular. Más bien, deber ser tomado por todo aquel que ha nacido de nuevo, tanto ministros reconocidos como laicos. De hecho, este ministerio es el primer llamado de cada creyente. Todos los demás esfuerzos deben fluir con él. Ningún ministerio puede ser agradable a Dios a menos que nazca de este llamamiento.

Estoy hablando acerca del ministerio de contemplar el rostro de Cristo. Pablo dice: “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor.” (2 de Corintios 3:18).

¿Qué significa contemplar la gloria del Señor? Pablo aquí está hablando de adoración afectuosa y concentrada. Es tiempo dado a Dios simplemente para contemplarlo a él. Y el apóstol rápidamente añade: “Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio.” (4:1). Pablo aclara que contemplar el rostro de Cristo es un ministerio al cual todos debemos dedicarnos.

La palabra griega para “mirando” en este versículo es una expresión muy fuerte. No sólo indica dar una mirada, sino “mirar fijamente.” Significa decidir: “No me moveré de esta posición. Antes que haga cualquier otra cosa, antes que trate de hacer una cosa más, debo estar en la presencia de Dios.”

¿Qué sucede mientras un creyente contempla el rostro de Cristo? Pablo escribe: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” (2 Corintios 3:18).

La palabra griega para “transformado” aquí es “metamorfosis” la cual significa cambiado, transfigurado. Todo aquel que va al Lugar Santísimo a menudo y pone su mirada fija en Cristo está siendo transformado. Una transformación está tomando lugar. Esa persona está siendo continuamente cambiada a la semejanza y carácter de Jesús.

Así pues, el carisma es una gracia. Un don de Dios a través de la acción del Espíritu Santo, dado a cualquiera no porque sea mejor que los otros, o porque se lo haya merecido: es un regalo que Dios hace porque con su amor lo puede utilizar para el bien de toda la comunidad.

Cuando la Iglesia, en variedad de carismas, se empeña en la comunión, no podemos pararla. Es la belleza, es la fuerza del sensus fidei, para que juntos podamos entrar en el corazón del Evangelio y seguir a Jesús en nuestra vida”, afirma el Papa Francisco, quien recordó la festividad de Santa Teresa del Niño Jesús, que "quería ser misionera, pero cuyo carisma era el amor. Ella decía: 'En el corazón de la Iglesia yo encontré el amor'. Y este carisma lo tenemos todos. La capacidad de amor, de amar a la Iglesia y aceptar todos los carismas con amor de hijos de la Iglesia".

Cada uno de nosotros, por lo tanto, es justo que se pregunte: "¿hay algún carisma que el Señor ha hecho nacer en mí, que el Señor ha hecho nacer en mí, en la gracia de su Espíritu, y que mis hermanos en la comunidad cristiana han reconocido y alentado? ¿Y cómo me comporto yo con respecto a este don: lo vivo con generosidad, poniéndolo al servicio de todos o bien lo descuido y termino por olvidarlo? O quizás ¿se transforma para mí en motivo de orgullo, al punto que me lamento siempre de los otros y pretendo que en la comunidad se haga a mi modo? Son preguntas que nos debemos hacer. Si hay un carisma en mí, si este carisma es reconocido por la Iglesia, y si estoy contento con este carisma o tengo un poco de celos de los carismas de otros y quiero tener aquel carisma. ¡No! El carisma es un don. Solamente Dios lo da.

La experiencia más bella, sin embargo, es descubrir de cuántos carismas diferentes y de cuántos dones de su Espíritu el Padre colma a su Iglesia. Esto no debe ser visto como un motivo de confusión, de malestar: son todos regalos que Dios hace a la comunidad cristiana, para que pueda crecer armoniosa, en la fe y en su amor, como un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. El mismo Espíritu que da esta diferencia de carismas hace la unidad de la Iglesia: ¡el mismo Espíritu! Ante esta multiplicidad de carismas, nuestro corazón debe abrirse al gozo y debemos pensar: "¡Qué cosa tan bella! Tantos dones diferentes, porque somos todos hijos de Dios y todos amados en un modo único”

 

 

 

 

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