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¡Agonizan las Romaxes!

 «Varios cientos de asistentes». Poco más de cien y muchos me parecen. O sea, el mínimo de varios. Y mayoritariamente de la tercera edad. La fotografía engaña.

Se han quedado ya casi sin gente porque se han quedado sin curas. Que eran los movilizadores. De aquellos apenas ya quedan y de los pocos nuevos no se incorpora ninguno.

Los anclajes ideológicos de los nacionalismos periféricos están sobre una lengua propia, una historia inventada, una cultura excluyente y una pobreza intelectual de largo alcance.

Cuando este nacionalismo se mezcla con raíces religiosas, entonces nace un engendro tan explosivo que no distingue de normas litúrgicas, de ortodoxia católica, ni del Magisterio de la Iglesia, representado en el obispo diocesano.

Estos «romeros», por llamarlos de alguna manera, promueven «conjugar la fe con la galleguidad, o, lo que es el mismo, el sentirse creyente con el sentirse gallego», es decir, uncir nacionalismo con –ojo al detalle – creencia. Evidentemente, esto no tiene nada que ver con la Iglesia católica, esto es, universal, ellos lo único que quieren ser es creyentes, como si Cristo se hubiera encarnado para salvar a los gallegos (pero, ¿habrá algún purasangre gallego más allá del mito?).

Resulta, por otra parte, curioso que estos grupos de teología radical no dejan de vociferar la separación de la Iglesia y el Estado, cuando en el fondo lo que quieren no es otra cosa que su unión: la unión total entre estado nacionalista e Iglesia, donde la Iglesia deja de ser católica para ser convertida en un buey que are bajo el yugo del político nacionalista de turno. Por eso la ponen a servir como una vulgar chacha al servicio de sus fines bastardos.

Todos estos pájaros, que viven de la nómina eclesial, han montado los bolos de la Descristianización para instalar -e instalarse en- el Nacionalismo. Porque, como le ha pasado al marxismo y a la masonería, el verdadero enemigo para todos ellos ha sido la Iglesia Católica, mientras esta ha existido como tal. Y para el Nacionalismo, igual.

 Allí donde más nacionalismo se ha instalado, más descristianizacion se ha producido. Y como todos han consentido, el entero País ha dejado de ser católico. Porque hay causa-efecto.

Ya los griegos, de feliz memoria, dictaminaron que “no hay efecto sin causa”. Y lo bordaron. Por cierto: esto es verdadera Filosofía; otras cosas no son ni aproximaciones.

Podríamos dar nombres y apellidos de los más sonados ejemplares, y no sólo en el País Vasco, en Galicia y en Cataluña; porque todo esto se ha producido delante de nuestras narices, y conocemos el proceso y a sus autores. 

Joseph Ratzinger escribió un texto que es totalmente indispensable para conocer todo lo relacionado con la liturgia. Su título es “El espíritu de la liturgia” y lleva, digamos, por subtítulo, “Una introducción”.

Pues bien dice muchas cosas importantes que desmontarían con toda facilidad las manipulaciones que pueden producirse en la celebración de la Santa Misa. En concreto, cuando habla de las “grandes formas rituales” que constituyen las culturas, se refiere a la forma de puesta en práctica de las mismas: “La no arbitrariedad es un elemento constitutivo de su misma esencia. En ellos se expresa el hecho de que en la liturgia me espera algo que no hago por mí mismo, entro en contacto con algo mucho más grande y que, en última instancia, su origen en la Revelación” (Página 189 de la edición, 3ª, 2005, de Ediciones Cristiandad)

Ahí queda eso para aquellos que duden de lo que debe llevarse a cabo en la celebración eucarística: no puede ser arbitraria porque su finalidad no es, sólo, recordar determinados acaecimientos históricos sino, sobre todo, ponerlos en contacto con nosotros y con lo que supone para nuestra salvación y desde la Revelación.

El Papa Francisco aseguró que es «muy triste ver a la Iglesia como si fuera solo un Parlamento» y que «el Evangelio no es una ideología» que crea «agotadoras polarizaciones», La Iglesia es otra cosa, es una comunidad de hombres y mujeres que creen y anuncian a Jesucristo, pero movidos por el Espíritu Santo y no por sus propias razones», destacó el pontífice. También llamó a tener cuidado porque «el Evangelio no es una idea o una ideología, es un anuncio que te toca y te cambia el corazón. Pero si te refugias en una ideología estás haciendo del Evangelio un partido político, un club de personas. 

Cuando se comulga no con la forma que corresponde comulgar sino, por ejemplo, con bizcochos, no se está actuando de forma adecuada. Y eso no supone ningún tipo de dictadura del estar sino, exactamente, de cómo se han de hacer las cosas.

Recuerda Juan Pablo II en una catequesis sobre este tema (28 de julio de 1993), que «la posición de los presbíteros respecto a la acción social y política no es idéntica a la del laico». Como Jesús, el sacerdote debe consagrarse al anuncio del Reino de los Cielos, renunciando a empeñarse en la política activa, sobre todo la partidista. La razón es clara: el sacerdote debe ser «un hombre de todos», mientras que «las opciones políticas son contingentes por naturaleza y no expresan nunca total, adecuada y perennemente el Evangelio». Esto no significa que el sacerdote no tenga el derecho a tener una opinión política personal y a ejercer en conciencia su derecho al voto, pero incluso este derecho a manifestar su opción está limitado por las exigencias de su ministerio sacerdotal, por lo cual a veces deberá abstenerse de su ejercicio para poder ser signo válido de unidad y, por tanto, anunciar el Evangelio en su plenitud.

Francisco, que citó el Concilio de Jerusalén, el primero de la historia, que vio soldadas las fisuras emergentes en la Iglesia, insistió en no dividirse entre progresistas y conservadores como si fueran etiquetas. E invitó a invocar al Espíritu Santo porque «como Iglesia, podemos tener tiempos y espacios bien definidos, comunidades, institutos y movimientos bien organizados, pero, sin el Espíritu, todo queda sin alma. La Iglesia, si no le reza y no le invoca, se encierra en sí misma, en debates estériles y agotadores, en polarizaciones fatigosas, mientras se apaga la llama de la misión. El Espíritu, en cambio, nos hace salir, nos impulsa a anunciar la fe para confirmarnos en la fe, a ir en misión para encontrar quiénes somos», afirmó.

Así pues, Gamaliel levantó la voz, y el respetado rabino comenzó con una lección de historia. Les recordó a todos sobre dos revolucionarios bastante recientes que intentaron desviar a Israel, y cómo ambos llegaron a nada. Luego hizo un punto con respecto a los cristianos: si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; más si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios.

Desde que Gamaliel dijo esas palabras, algunos las consideran sabias y dicen que el “Principio de Gamaliel” debe guiarnos.

Hay muchas religiones o movimientos espirituales que pueden considerarse exitosos a los ojos del hombre, pero están en contra de la verdad de Dios.

 

 

 

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