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Una reflexión ante las próximas elecciones europeas.

La Unión Europea está a punto de dar un giro hacia lo que probablemente sea su propia destrucción. La apuesta decidida por el rearme en el contexto de la guerra entre Rusia y Ucrania. Su manera vergonzosa de ponerse “de perfil” en el conflicto árabe-israelí y otros conflictos como el de Siria. Su vuelta a las políticas de disciplina fiscal una vez pasado el efecto de la relajación presupuestaria permitido para la Covid, no auguran buenos tiempos para sus casi cuatrocientos cincuenta millones de habitantes. Menos aún para quienes pretenden llegar a suelo europeo en busca de un futuro digno.

Es importante recuperar, especialmente en estos momentos, el sueño europeo de quienes, después de la II Guerra Mundial quisieron conjurar para siempre el riesgo de una nueva conflagración a partir de la creación de un espacio de encuentro que desterrara para siempre el miedo y la pobreza. Un espacio donde la dignidad de la persona y sus derechos tuvieran un papel preeminente. Ese espacio era la Comunidad Europea.

Los líderes europeos de la época se dieron cuenta de que la única forma de evitar una nueva conflagración era a través de la cooperación y la creación de un espacio de encuentro que desterrara para siempre el miedo y la pobreza. Así nació la Unión Europea (UE), que ha sido un ejemplo de colaboración y solidaridad entre los Estados miembros durante más de 70 años.

Recuperar el sueño europeo significa seguir trabajando para construir una Europa más unida, más fuerte y más solidaria. Significa trabajar juntos para enfrentar los desafíos comunes, como la crisis climática, la seguridad y la migración. Significa promover los valores europeos de la libertad, la democracia y los derechos humanos en todo el mundo.

Como dice el papa Francisco, «no se pueden reducir las migraciones a su dimensión política y normativa, a las implicaciones económicas y a la mera presencia de culturas diferentes en el mismo territorio. Estos aspectos son complementarios a la defensa y a la promoción de la persona humana, a la cultura del encuentro entre pueblos y de la unidad, donde el Evangelio de la misericordia inspira y anima itinerarios que renuevan y transforman a toda la humanidad».

La pobreza en el mundo, en muchos de los países empobrecidos, se define así: MUERTE, infravida, el reino del no ser.

La muerte ronda continuamente en muchos países pobres o, en su caso, empobrecidos. ¡Cuántos niños mueren en el mundo por ser pobres! ¡Cuántos adultos no llegan a envejecer por vivir en el ámbito del no ser de la pobreza! Los hambrientos del mundo acaban falleciendo muy pronto, después de desarrollar su triste vida en el no ser de la exclusión social, económica y cultural. Unos mil millones de hambrientos en el mundo, para los cuales la pobreza se define de forma rápida y con una sola palabra: Muerte.

Sí. Desde muchos marcos socioeconómicos en el mundo, la pobreza está emparentada con la muerte temprana, sea de niños o de personas que, en sufrimiento y abandono, llegan a ser adultos marcados por la guadaña de la muerte temprana que les acecha desde su nacimiento.

Muchos viven la muerte. Vivir en la infravida, es vivir muriendo. Es estar, niños y adultos, en muchos casos, sin agua potable, sin alimentos suficientes, sin medicinas, sin cuidados médicos, sin ningún tipo de preparación ni promoción social. Todo esto tiene un atractivo especial para la muerte que se adelanta con pasos agigantados, y sin ningún tipo de piedad ni de misericordia por parte de los humanos que, muchos de ellos, viven en zonas de confort, de consumo desmedido y de derroches sin límite hasta agotar a la propia tierra. Algunos viven de forma tan abundante, que llaman a la muerte para otros.

La historia de Europa es una historia permanente de colonialismo y dominación de territorios por la fuerza y la violencia.

La dominación de los pueblos del sur tenía el objetivo de extraer las materias primas, los ricos minerales que financiaban guerras y beneficiaban a grandes fortunas de la mano de las monarquías.

Poco a poco el extractivismo se mantuvo y provocó el desplazamiento de pueblos desposeídos de sus tierras, sus ríos y recursos naturales.

La migración de pueblos, huyendo del hambre y las guerras provocadas por gobiernos europeos, es la principal víctima de los intereses de las grandes empresas transnacionales.

En su mayoría, la población migrante intenta llegar a nuestros países. No lo consigue. Sus cuerpos están sumergidos en aguas del Estrecho construyendo una frontera Norte-Sur.

Las personas que llegan, que son pocas, son estigmatizadas, criminalizadas y despreciadas por su raza y color de piel.

Hay voces potentes en Europa que pretenden mano de obra barata, personas sin papeles, sin derechos, para seguir explotándoles. No deberíamos sucumbir a esas exigencias.

En resumen, recuperar el sueño europeo es esencial para construir un futuro mejor para todos los ciudadanos de la UE. En estos momentos difíciles, es importante recordar el valor de la cooperación y la solidaridad para enfrentar los desafíos comunes y construir un mundo más justo y más pacífico.

Debemos apoyar aquellos partidos políticos que tengan en cuenta estas situaciones y propongan medidas, desde las instituciones europeas, para hacerlas frente de manera efectiva.

El derecho a la vida debe ser también el “derecho a la vida digna”. Quien defienda una cosa, debe defender también la otra. ¡Lo contrario es un gran cinismo! 168 millones de niños en el mundo entre 5 y 14 años están en situación de explotación infantil y más de la mitad realizan trabajos peligrosos. Los niños y niñas que viven en los hogares más pobres y en zonas rurales tienen más probabilidades de ser víctimas del trabajo infantil. Es cierto que una de las principales causas de la explotación infantil es la marginación social y la extrema pobreza.

La justicia es que cada ser humano tenga lo que le corresponde y es suyo. Por lo tanto, conseguiríamos un mundo más justo si lográramos proteger mejor a cada persona para que nadie la amenace o le arrebate su vida, su libertad y sus bienes.

Pues a la hora de votar debemos poner en marcha nuestra fe, para que, si es posible, podamos salvar de las garras de la muerte a algunos de esos pobres del mundo que se definen con la palabra MUERTE… y a os otros que, en una condición menos extrema, también se mueven por nuestra ciudades, pueblos y regiones.

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