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Manos limpias corazón sucio….

Los que se autodenominan como Manos Limpias son una corriente “ultracatólica”. La religión del franquismo fue en realidad un catolicismo no cristiano o, si se prefiere, un cristianismo sin Jesús o sin el evangelio. Por eso se caracterizó por tantas actuaciones, hechas en nombre de Dios pero contrarias al modo de proceder de Jesús, que está descrito en los evangelios y que le acarreó una muerte lo más cruenta y humillante posible.

Es un hecho, nos guste o no, que hay un franquismo vergonzante enquistado en la sociedad española, y de paso en la Iglesia española. Las condenas públicas en la constitución y la legislación no han podido exterminarlo del todo y poner de veras España en la línea de los estados plenamente democráticos que han proscrito el nazismo y el fascismo derrotados en 1945 y prohibido el enaltecimiento de sus caudillos.

Las ideas políticas que difícilmente se cambiarán en el resto de la vida nos las inculcan en la escuela primaria hablando de la historia nacional, porque es entonces cuando se nos dice quiénes son los buenos y quiénes los malos.  ¡En España hemos tenido casi cuarenta años de escuela franquista, y han dejado huella!

Tampoco faltó la comedia, como en la introducción del general bajo palio en la Iglesia. El 20 de mayo de 1939, un día después del desfile de la victoria y en un acto cargado de simbolismo, Franco se acercó a la Iglesia de Santa Bárbara en Madrid para entregar su espada vencedora al Cristo de Lepanto. A la puerta lo recibe el obispo de la capital, Leopoldo EIJO Y GARAY, y le ofrece agua bendita en hisopo de plata. Luego, al son del himno nacional, es introducido en el templo y llevado bajo palio por miembros de su gobierno hasta el presbiterio, donde desenfunda su espada victoriosa y la ofrece al Santo Cristo. Inmediatamente después, cae de rodillas ante el cardenal Gomá, que lo bendice y ambos se funden en un abrazo. ¡Glorioso final para un sainete, si no fuera tan escandalosamente irreverente! La unión del trono y el altar en pocas ocasiones ha brillado con tanta magnificencia.

El abrazo final, con el que se cierra la estrecha colaboración durante la guerra civil, abre la puerta a la restauración típica de la confesionalidad del Estado durante el nacionalcatolicismo.

Así se declara oficialmente en dos documentos, de indudable valor, emanados durante la dictadura. El Foro de los Españoles del 17 de julio de 1945 donde se proclama que «La profesión y práctica de la Religión Católica, que es la del Estado Español, gozará de la protección oficial.

Nicolás Maquiavelo, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio (I, 12), dijo esto: “Los príncipes y los estados que quieran mantenerse incorruptos deben sobre todo mantener incorruptas las ceremonias de su religión…, pues no hay mayor indicio de la ruina de una provincia que ver que en ella se desprecia el culto divino”. En los orígenes del cristianismo, san Pablo sentenció con firmeza: “Sométase todo individuo a las autoridades constituidas; no existe autoridad sin que lo disponga Dios” (Rom 13, 1-2). Y en la actualidad, el comportamiento de algunos jerarcas eclesiásticos, con su silencio sobre todo este asunto, es uno de los factores más determinantes de la estabilidad y solidez del sistema canalla causante de tantos sufrimientos y, sobre todo, del “mundo desbocado” que nos está llevando al desastre total.

En la tradición cristiana, tenemos el Evangelio de Jesús el Señor. Pues bien, si algo hay claro en el Evangelio es que la solución al problema del sufrimiento, en este mundo, no está en los poderosos y en los ricos, sino en los débiles, los pequeños, los marginados y los excluidos.

Al decir esto, insisto en que el Evangelio no es una Religión más. No olvidemos nunca que fue la Religión la que persiguió y mató Jesús. El Evangelio y la Religión son incompatibles. Y lo son precisamente por causa del asunto que aquí estamos tratando. Precisamente la condena a muerte contra Jesús fue sentenciada por el Sanedrín porque vio en Jesús un peligro mortal para el sistema religioso de Israel (Jn 11, 47-53).

Así pues, el Papa Francisco está mal visto porque  algunos clérigos, que han hecho carrera en la Iglesia y con la Religión, no pueden soportar a un papa que ha tomado como eje y centro, de su vida y de la vida de la Iglesia, precisamente el Evangelio de la paz, la bondad, los derechos de los pobres y el sufrimiento de los débiles. El “odio consciente” al papa Francisco es la señal más patente del “odio inconsciente”, que algunos jerarcas le tienen al Evangelio.

El PP tiene una historia demasiado larga de manos sucias, de la que prefiere prescindir diciendo que eso “son cosas del pasado”. Pero aunque fuese así (porque el caso de la pareja de Díaz Ayuso no es del pasado), piensa uno también que la porquería, cuanto más tiempo se la deja sin lavar más difícil es limpiarla luego. No creo que actúen bien aquí.

España entera lo sabe. Para recortar 65.000 millones de euros, el Gobierno de Rajoy tomó una serie de medidas que agravaban más el sufrimiento de los que menos tenían  y menos ganaban, al tiempo que ampliaba y mejoraba la ya privilegiada situación de los ricos. Y cuando el presidente Rajoy anunciaba sus medidas de ajuste en el Parlamento, la gente de su partido aplaudía las decisiones que hundían  más en la miseria a los que peor lo pasaban, sin que faltara el repugnante grito de la elegante rubia: “¡Que se jodan!”. ¿Puede haber mayor insensibilidad ante el sufrimiento ajeno? Como afirmaba el conocido escritor Juan José Millás, “a la mierda los enfermos, los pobres y los viejos y bienvenidos los chorizos de siempre. ¿Viva Gürtel!”

Jesús de Nazaret ya avisó que basta con unas pocas abluciones para limpiarse las manos, pero que el problema del hombre no está en las manos sino en el corazón: porque del corazón salen las calumnias, los odios y otras maquinaciones perversas. ¡A esto es a lo que habría que atender y no al color de las manos! (ver capítulos 7 y 15 de Marcos y de Mateo)

Lo que están pasando situaciones difíciles, sufriendo el paro y la falta de trabajo tiene mucho que ver con la insensibilidad ante el sufrimiento de los pobres. ¿Qué explicación tiene, si no, que algunos obispos se pongan a hablar del amor familiar cuando hay tanta gente al borde del suicidio? ¿Cómo se explica que la “derecha más religiosa” sea la que ha legislado las medidas más duras contra los pobres, haciendo la vista gorda ante la abundancia de los más ricos? Y algunos de nuestros obispos siguen callados. ¿Por qué no se echan ahora a la calle como lo hicieron cuando aquello de los homosexuales? ¿Por qué será que la religión hace a los hombres de Iglesia tan sensibles en unas cosas y tan insensibles en otras? ¡Qué raro es todo esto!

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