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El poder de la resurrección en tu vida.

Pablo expresó su preocupación por la iglesia de Jesucristo cuando oró: “Que Dios les revele no solo la grandeza pasada de Cristo, sino también su grandeza presente”. Esta es su oración específica: “Para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado… y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza” (Efesios 1:18-19).

Creemos que Jesús puede perdonar nuestros pecados y aliviar nuestra culpa. Creemos que él puede darnos paz y gozo e incluso la vida eterna. Pero muy pocos de nosotros conocemos a Jesús como el Dios del mundo natural en el que vivimos. A menudo no lo reconocemos como el Señor de nuestros asuntos cotidianos, como el Dios de nuestro hogar, nuestros hijos y matrimonio, nuestro trabajo…

Cuando las tribulaciones de la vida amenacen con hundirte, «acuérdate de Jesucristo resucitado». Aun del sepulcro se levantó triunfante. A sus discípulos los libró del naufragio cuando una tempestad en el lago de Tiberíades estaba a punto de acabar con sus vidas. En otra ocasión, andando de noche sobre las aguas del mismo lago, provocó el terror de los discípulos que creían ver en la figura caminante un fantasma. En muchas situaciones oscuras de nuestra vida solemos ver fantasmas estremecedores cuando en realidad nos hallamos ante la presencia de un Salvador Todopoderoso, a quien oímos decir: «Soy yo, no tengáis miedo» (Mt. 14:22-27).

Cuando tu fe se vaya enfriando y empiece a perderse tu primer amor, «acuérdate...». Le oirás decir: «Bástate mi gracia, porque mi poder en la debilidad se perfecciona» (2 Co. 12:9). «El que ha empezado en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el Día de Jesucristo» (Fil. 1:6).

Cuando somos conscientes de estas realidades, podemos pensar en  nuestra muerte o en la de de nuestros familiares y amigos con serenidad, sin miedos recónditos o frías incertidumbres, Nuestra fe descansa en la promesa de Aquel que dijo: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá» (Jn. 11:25). Tener a Cristo es tener la vida; nada ni nadie puede aniquilarla. Estamos unidos al Salvador mediante la fe, y nada podrá separarnos de él o de su acción redentora. Estamos unidos a Cristo como el cuerpo a la cabeza.

Jesús resucitado instaura su reino abriendo su Palabra todos, ofreciendo un camino salvador universal por medio de aquellos que le acogen: Id y haced discípulos a todos los pueblos (Mt 28, 19). No se impone por fuerza. No transforma las cosas con violencia sino que expresa y realiza de verdad su señorío a través de los discípulos, de modo que ellos sean portadores de su acción sobre la tierra. El Señor no se va: se queda, está presente desde la Montaña del Amor en el camino de los hombres. Eso significa que la resurrección se da aquí mismo, en el camino de la fidelidad al evangelio y del envío a todos los pueblos.

La pascua es experiencia de responsabilidad para los seguidores que han hallado a Jesús en la montaña: ellos reciben el encargo de expandir la obra del Cristo, en camino que les abre a todos los pueblos existentes.

Jesús quiere que todos los humanos se vuelvan discípulos, vinculándose en el camino y comunidad de amor mutuo que es la iglesia. Esa misma iglesia concreta, centrada en los Once y abierta a todos los pueblos de la tierra, viene a presentarse como signo y sacramento de la pascua de Jesús para los hombres.

La pascua implica una enseñanza. Los discípulos se comprometen sobre la montaña de la resurrección de Jesús a ir ofreciendo su palabra a todos los pueblos de la tierra. Sólo allí donde los hombres escuchan y cumplen el mensaje del Sermón de la Montaña pueden descubrir la presencia y fuerza del Señor pascual. Aquí viene a fundarse lo que algunos llaman la ortodoxia completa que vincula fe y costumbres, el nuevo conocimiento de Jesús y el compromiso de seguir su vida.

Sólo aquel que acoge y cumple de verdad la palabra del Sermón de la Montaña, viviendo asumiendo su camino de gracia, puede subir a la Montaña de la Resurrección. Así cuando pregunten ¿dónde están los signos de que el Cristo ha triunfado de la muerte? debemos responder: mirad cómo creen y actúan los cristianos; sus obras de amor son reflejo de la vida de Jesús, son expresión intensa de su pascua.

Jesús sigue presente en medio de los hombres, en el monte de la iglesia, invitándonos a realizar su acción (a reflejar la gloria de su pascua) sobre el mundo. Eso significa que el signo primordial de su resurrección de Jesús es la misma vida y tarea misionera de la iglesia abierta a todos los pueblos de la tierra. Cristo asciende y nos hace ascender a la vida plena, en este mismo mundo, en el camino de la Iglesia.

Todo creyente debe revelar que adquirimos el poder y la autoridad de Cristo mediante la salvación. No es algo que nos hemos ganado, es un regalo no merecido que es otorgado por la misericordia de Dios.

Así que todos los que buscan de corazón al Señor reciben la autoridad y tienen el poder de manifestar las maravillas de nuestro Padre Celestial aquí en la tierra.

El cristianismo real se basa en preparase para la batalla espiritual, instruirse en la palabra para proclamar el mensaje de Salvación a toda criatura, tal como lo demanda el Señor en su palabra. No se trata de ser cristianos para obtener méritos, fama, dinero, entre otras cosas del mundo, se trata de glorificar al Señor en toda su plenitud, así que debemos destronarnos y darle a él todo el honor que se merece, porque es él en nosotros. Sin él, nada somos.

Así que cuando eres cristiano debes estar preparado para pelear la buena batalla, para pasar las pruebas de fuego que el Señor te coloca. Pero nunca te deja solo, permanecerá en ti hasta los últimos días porque te ama y quiere que seas salvo, pero también quiere que hagas su voluntad que es perfecta.

De esta manera, nuestra motivación principal como cristianos debe ser glorificarlo, disfrutar de su presencia en nuestra vida y avanzar en el propósito que nos ha encomendado. El mayor beneficio que tenemos con Cristo es el de la salvación, ya que su promesa nos llena de esperanza y nos da fortaleza para superar las adversidades de este mundo hostil y cruel.

 

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