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La sal de la tierra


El evangelismo personal es un mandato de nuestro Señor Jesucristo, es el método bíblico para llevar el mensaje a toda persona que no ha recibido a Jesucristo en su corazón; es el trabajo principal de la iglesia y el medio de traer almas a Cristo.

La misión de Jesús fue venir “a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

El Nuevo Testamento nos dice que por espacio de tres años, el Señor Jesús instruyo a doce hombres; sus discípulos. A quienes deja encargada la tarea sagrada de anunciar las buenas nuevas de la redención para toda la humanidad. La misión primordial de aquellos hombres y de la iglesia de hoy día es: evangelizar al mundo entero mediante la predicación y la enseñanza del evangelio del Nuevo Testamento. Pero la  iglesia se ha debilitado en su testimonio. En la actualidad tenemos una decadencia en los valores morales y éticos de la sociedad.

Sólo hay iglesia donde puede hablarse de un estilo de vida especial, en la línea aquello que hacía y decía Jesús, tal como aparece en el Sermón de la Montaña de Mateo o en la experiencia de la justificación por la fe, de la que habla Pablo.

La iglesia perdió terreno al dejar esta tarea a los medios de comunicación, estrategias sociales, visión por un llamado a las naciones etc. La imagen de Dios no ha sido pintada en oro, sino moldeada en los hombres.

Como cristianos, debemos rechazar la fácil condescendencia con el conformismo ideológico y práctico de la cultura-ambiente, y la cobarde sugerencia de que para ser moderno es necesario comportarse como los demás.

Para no contaminarnos de los valores y el pensar del mundo, es aplicando Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad.”

“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre, que está en el cielo.” (Mateo 5,13-16)

La sal sirve para dar sabor y conservar los alimentos que nos regala la tierra. Actualmente la hemos desvirtuado, añadiéndole un valor negativo en el terreno de la salud, eleva la tensión arterial. Quizás a los seguidores de Jesús nos ha ocurrido lo mismo. Hemos desvirtuado el mensaje del Evangelio y ha dejado de ser la guía y sentido de nuestra vida. A veces incluso lo convertimos en negativo, cargado de leyes y preceptos para aquellos que se acercan a saborearlo.

Si la sal se vuelve sosa, ¿con que la salarán? No hay sal para sazonar la sal. Sólo sirve para tirarla fuera. A la calle. ¿Fuera del Reino? Por lo menos para ser despreciados por los hombres.

La necedad de los creyentes consiste en perder su sabor. Y perder el sabor es asimilarse al mundo, hacerse vanos, perder aquello que los hace diferentes. La sal sirve para sazonar, pero sobre todo para preservar. Los creyentes necios no pueden detener la corrupción que hay en el mundo. No tienen la fuerza para resistir las oleadas de inmundicia que éste les lanza; entonces ya no sirven como sal, se han desnaturalizado.

"Sois la luz". Dice Isaías: "los pueblos caminarán a tu luz" (Is 60,3). Es lo que dice también Simeón con el Niño Jesús en brazos (Lc 2,32). Por ello dirige Paul Claudel su repetido apóstrofe a los cristianos: "¿Qué habéis hecho de la luz?". Porque los cristianos no podemos ser cuerpos opacos, pero tampoco cuerpos con luz propia.

San Juan de la Cruz enseña que más quiere Dios de tí el menor grado de pureza de conciencia, que cuantas obras puedas hacer. Ahí encontraremos la raíz de por qué haciendo tantas cosas los cristianos, cunde la tibieza en unos, la frialdad en otros y, en general, el poco ímpetu de espíritu amoroso.

Juan Pablo II ha dicho que, cuando elaboraba su tesis, “intuía que la síntesis de San Juan de la Cruz contiene no solamente una sólida doctrina teológica sino, sobre todo, una exposición de la vida cristiana en sus aspectos básicos, como son la comunión con Dios, la dimensión contemplativa de la oración, la fuerza teologal de la misión apostólica y la tensión de la esperanza cristiana”. San Juan de la Cruz nos ha dejado una gran síntesis de espiritualidad y de experiencia mística cristiana.

“Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt 5,16).

Como decía san Hilario, “la antorcha de Cristo se coloca sobre el candelero, esto es, suspendida en la cruz por la pasión, cuya antorcha había de producir una luz eterna a todos los que habitasen en la Iglesia”. Que nosotros nos dejemos alumbrar por Jesucristo y así podamos transmitir su luz a todos los hombres.

 

 

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