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Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».

Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».

Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo»

Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.

Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Comentario

El pasaje de Mateo 16,13-19 constituye uno de los textos más determinantes en la configuración eclesiológica y cristológica del cristianismo. Su interpretación ha sido ampliamente debatida, oscilando entre perspectivas que enfatizan la primacía de Pedro y aquellas que problematizan su significado dentro del conjunto de la tradición sinóptica y la recepción posterior en la Iglesia primitiva. Un análisis técnico exige abordar tres dimensiones fundamentales: el trasfondo literario, la estructura conceptual y las implicaciones doctrinales.

Desde un punto de vista literario, el relato presenta elementos que reflejan una construcción teológica posterior a los hechos históricos. La inserción del término "tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" sugiere una redacción que responde a las tensiones intraeclesiales del primer siglo, donde la consolidación de una estructura jerárquica requería legitimación apostólica. Esta afirmación resulta problemática cuando se considera la ausencia de un paralelo en los otros sinópticos y la dificultad de conciliarla con la eclesiología paulina, que nunca otorga a Pedro una función exclusiva en la fundación de la Iglesia.

En el ámbito conceptual, el pasaje presenta una superposición de tradiciones que van más allá de la mera confesión cristológica. La declaración de Pedro, "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo", responde a un reconocimiento mesiánico que no parece reflejar la comprensión inmediata del discipulado pre-pascual, sino una formulación consolidada en la comunidad post-pascual. La relación entre la proclamación de Pedro y la concesión de las llaves del Reino introduce un modelo de autoridad que debe leerse en paralelo con textos como Mateo 18,18, donde la potestad de atar y desatar se extiende a toda la comunidad. La exégesis crítica sugiere que la vinculación exclusiva de esta autoridad a Pedro responde a una construcción ideológica destinada a fundamentar un modelo episcopal centralizado, sin que ello implique una base histórica inequívoca.

Doctrinalmente, el pasaje plantea interrogantes sobre la naturaleza de la primacía petrina. Si bien la referencia a la "roca" puede aludir a Pedro en sentido personal, no debe excluirse una interpretación que entienda la confesión de fe como el verdadero cimiento eclesial. Esta perspectiva encuentra apoyo en la lectura patrística que enfatiza el contenido de la fe antes que la persona de Pedro. Sin embargo, una lectura aún más profunda remite a la interpretación de que la verdadera "roca" es Cristo mismo, fundamento último de la Iglesia y piedra angular según otros pasajes del Nuevo Testamento. En este sentido, el papel de Pedro se ve relativizado, no como cimiento absoluto, sino como primer testigo de la fe que se edifica sobre Cristo.

La concesión de las llaves del Reino, en su contexto semítico, remite a una función administrativa dentro de la comunidad, más que a una jefatura exclusiva. Es significativo que el mismo Pedro que recibe las llaves sea también quien niega a Jesús tres veces (Mateo 26,69-75), lo que problematiza la noción de una autoridad inquebrantable ligada a su persona. Este contraste refuerza la idea de que el verdadero poder radica en Cristo, y que las llaves representan más bien la responsabilidad compartida de la comunidad de fe en la transmisión del Evangelio y la administración del Reino.

Desde una perspectiva crítica, la interpretación que absolutiza la figura de Pedro y su función ignora el carácter polisémico del texto. El problema no radica en reconocer una función relevante de Pedro dentro del discipulado, sino en proyectar sobre él una estructura institucionalizada que difícilmente se deduce del Jesús histórico. La insistencia en una lectura que fundamenta una jerarquía monárquica desatiende la tradición evangélica que enfatiza el servicio y la comunidad como principios rectores de la Iglesia. La exégesis contemporánea debe, por tanto, rescatar el sentido originario del pasaje sin forzar una lectura anacrónica que legitime desarrollos posteriores.

En conclusión, Mateo 16,13-19 es un texto clave que debe leerse con una hermenéutica crítica que no reduzca su significado a una sola interpretación institucional. La riqueza del pasaje radica en su capacidad de articular una cristología confesional con una eclesiología dinámica, sin caer en reduccionismos que desvirtúen su contexto original. La verdadera roca sobre la que se edifica la Iglesia es Cristo, y Pedro, aunque desempeña un papel relevante, no puede ser visto como fundamento absoluto. Las llaves del Reino, lejos de implicar un poder exclusivo, remiten a una misión compartida en la comunidad de creyentes. Una aproximación técnica debe reconocer tanto su función en la teología mateana como las limitaciones que impone una lectura dogmática que pretenda extraer de él una estructura eclesial rígida. El desafío exegético radica en equilibrar el testimonio del texto con el desarrollo histórico de la Iglesia, evitando tanto la absolutización de Pedro como la negación de su relevancia dentro del discipulado primitivo.

 

 

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