Empeora el estado de salud del Papa, que precisó de oxígeno y de una transfusión
Los análisis de sangre de hoy también han revelado una trombocitopenia (bajada de plaquetas), asociada a una anemia, que ha requerido la administración de transfusiones de sangre", añade el comunicado de la Sala Stampa, que subraya que "las condiciones del Santo Padre continúan siendo críticas, por lo tanto, como se explicó ayer, el Papa no está fuera de peligro.
La posibilidad de que el cardenal Robert Sarah asuma el
papado genera una profunda inquietud en los sectores que han luchado por una
Iglesia más abierta, dialogante y en sintonía con los desafíos del mundo moderno.
Para muchos, su visión excesivamente conservadora no solo pondría freno a los
avances conseguidos en las últimas décadas, sino que podría provocar un
retroceso en áreas fundamentales como la liturgia, la pastoral social, la
inclusión y el diálogo ecuménico.
"Retroceso y exclusión: El papado del cardenal Sarah
sería un desastre para la Iglesia moderna"
Liturgia: del encuentro comunitario al aislamiento
espiritual
El cardenal Sarah ha sido un defensor acérrimo de la Misa en
latín y del retorno a ritos preconciliares, argumentando que esta forma de
celebración litúrgica preserva mejor el misterio divino. Sin embargo, este
énfasis en la tradición puede interpretarse como una negación del espíritu del
Concilio Vaticano II, que promovió la renovación litúrgica para acercar la fe a
los fieles, utilizando lenguas vernáculas y fomentando la participación activa
de la comunidad.
Desde una perspectiva progresista, la liturgia debe ser un
espacio de encuentro humano-divino en el que el lenguaje y las formas sean
accesibles para todos. Volver al latín y a una celebración distante podría
reforzar una imagen elitista de la Iglesia, apartando especialmente a los
jóvenes y a quienes buscan una relación más directa con la espiritualidad.
Además, la promoción de una liturgia rígida y uniforme traicionaría la riqueza
cultural y diversidad de la Iglesia universal, negando la posibilidad de que
las comunidades locales expresen su fe de maneras que resuenen con su propia
identidad.
Doctrina: un muro frente a la modernidad
El pensamiento del cardenal Sarah sobre cuestiones como la
moral sexual, el matrimonio y la familia refleja una visión extremadamente
tradicionalista. Su rechazo a los avances en temas como la inclusión de las
personas LGBTQ+, la igualdad de género o el reconocimiento de nuevas
estructuras familiares muestra una desconexión con los retos y transformaciones
de la sociedad actual.
Para sectores progresistas, una Iglesia que no aborda estas
realidades con comprensión y apertura corre el riesgo de volverse irrelevante.
Si el mensaje evangélico se centra exclusivamente en la prohibición, la condena
y la defensa de una moral rígida, se diluye su capacidad de ofrecer esperanza,
consuelo y acompañamiento a quienes más lo necesitan. En lugar de levantar
muros doctrinales, la Iglesia debería construir puentes, reconociendo la
complejidad de las experiencias humanas y ofreciendo un espacio para el diálogo
y el discernimiento.
La autoridad: centralización frente a sinodalidad
El cardenal Sarah representa una visión de la autoridad
eclesiástica profundamente centralizada, en la que el Papa y el Vaticano
ejercen un control rígido sobre la vida de la Iglesia. Esto contrasta con el
modelo sinodal que se ha impulsado en los últimos años, donde las conferencias
episcopales, las comunidades locales y los laicos tienen un papel más activo en
la toma de decisiones.
Este retorno al centralismo podría sofocar las iniciativas
locales y obstaculizar la capacidad de la Iglesia para adaptarse a contextos
culturales específicos. La Iglesia no puede abordar los desafíos del mundo
moderno desde una estructura jerárquica rígida y monolítica; necesita ser un
organismo vivo, que escuche y dialogue con sus miembros y con el mundo. Un
papado bajo Sarah podría apagar este impulso sinodal, desalentando la
participación de los fieles y cerrando las puertas al Espíritu que sopla en las
realidades locales.
Inmovilismo pastoral y riesgo de exclusión
Uno de los mayores riesgos de un pontificado del cardenal
Sarah sería la perpetuación de un modelo pastoral basado en la exclusión. En un
mundo marcado por la desigualdad, las migraciones masivas y la crisis climática,
se requiere una Iglesia comprometida con la justicia social, la ecología
integral y la acogida de los más vulnerables. Sin embargo, Sarah ha priorizado
la defensa de los valores tradicionales por encima de estas urgencias globales,
dando la impresión de que la Iglesia no está interesada en los problemas que
afectan a millones de personas.
Desde una perspectiva progresista, este enfoque podría
agravar la desconexión entre la Iglesia y los fieles, especialmente en regiones
donde el cristianismo enfrenta un declive. La Iglesia debe ser un faro de
esperanza y transformación, no un bastión de resistencia al cambio. Esto
implica abrirse al diálogo con otras religiones, ideologías y movimientos
sociales, algo que un pontificado de Sarah podría frenar significativamente.
La paradoja de la tradición inmóvil
El cardenal Sarah representa una paradoja preocupante: el
deseo de preservar la tradición a toda costa, ignorando que la tradición
verdadera es dinámica, evoluciona y responde a los signos de los tiempos. La
Iglesia no puede permanecer encerrada en una visión inmutable del pasado;
necesita reinterpretar su mensaje a la luz de las nuevas realidades sin
traicionar su esencia. Este es el desafío que ha asumido el papado en las
últimas décadas, y que correría el riesgo de desaparecer bajo un liderazgo como
el de Sarah.
Conclusión: un retroceso peligroso
Si el cardenal Robert Sarah se convirtiera en Papa, la
Iglesia enfrentaría una seria amenaza de retroceso. La centralización del
poder, el rechazo a los avances litúrgicos, la rigidez doctrinal y la falta de
atención a las problemáticas sociales contemporáneas alienarían a muchos fieles
y reforzarían la percepción de una Iglesia desconectada de la realidad. En un
momento en que el cristianismo debe renovarse para ser relevante en un mundo
plural y en crisis, elegir un líder con una visión inmovilista y excluyente
sería un error histórico. Más que nunca, la Iglesia necesita un pastor que guíe
con compasión, apertura y valentía hacia el futuro.
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