Los que se fueron y no echaron…
No conviene olvidar asimismo que en los diccionarios y en
el lenguaje popular, “sermonear” y “predicar” equivalen también a “reñir y a
condenar, en el nombre de Dios”, tarea que con innoble y antievangélica
frecuencia ejercen algunas veces quienes presiden la celebración eucarística.
Tal como está montada la Iglesia, con su estructura social y
jurídica, su férrea jerarquía, su encorsetado derecho procedimental, su forma
de evangelizar y sus ritos sacramentales excluyentes, es evidente que lo es. Y
muchos lo tienen asimilado porque, a la mínima, te dicen que no eres
cristiano o que eres un hereje, incluso en muchas ocasiones refiriéndose al
papa. Por muy “universal” que pretenda ser, la forma de ser la reduce a una
sección de la humanidad, a una secta. hay un tipo de cristianos que no son
simplemente seglares, sino «seglarizados» (secularizados), que han dejado por
diversas razones los «ordenes» sagrados, han dejado de ser curas o monjas, se
han (o les han) «secularizado». Estos no son simplemente laicos sino
«laicificados», un tipo de gente a la que se ha visto mal en la Iglesia, como
tipos que no han «resistido» … o incluso que han «apostatado».
Esa Iglesia no es en sí misma secta, pero ha corrido el
riesgo de convertirse en gran secta, alguien diría que es la madre de todas las
sectas de occidente, por su clasismo, su visión jerárquica, y sobre todo por la
forma de tratar a los «expulsados», salidos de su jerarquía (los ex).
El sufrimiento de los sacerdotes secularizados es un tema
complejo y profundo, ya que implica tanto aspectos emocionales, espirituales,
como sociales. Al secularizarse, un sacerdote deja atrás no solo el ministerio,
sino también una vocación que ha sido, en muchos casos, el centro de su vida
por años. Este proceso puede ser fuente de angustia y dolor por varias razones.
En primer lugar, está el sufrimiento espiritual.
Muchos sacerdotes experimentan una sensación de pérdida o vacío al dejar el
sacerdocio. Aunque han tomado la decisión de secularizarse, la conexión con la
fe y el servicio a Dios puede seguir siendo intensa, lo que puede generar una
lucha interna. La vocación sacerdotal no es solo una profesión, sino un llamado
profundo que marca la vida del individuo, y dejarla atrás puede generar una
crisis de identidad y propósito.
Además, está el sufrimiento social. Al volver a la
vida laica, muchos sacerdotes enfrentan el rechazo o el juicio de sus
comunidades, que a menudo no comprenden las razones detrás de su decisión. Este
aislamiento puede ser una fuente significativa de dolor. La transición a una
nueva vida, especialmente si incluye aspectos como formar una familia o
integrarse en la vida laboral común, también puede ser difícil. Muchos
sacerdotes secularizados no han tenido preparación para vivir fuera del
ministerio, lo que añade dificultades económicas y emocionales.
Por último, existe un sufrimiento psicológico
relacionado con la pérdida de una estructura y un propósito claro. Durante
años, los sacerdotes viven en un entorno altamente estructurado, con una misión
definida y una rutina diaria enfocada en el servicio religioso. Al
secularizarse, pueden enfrentarse a una sensación de desorientación, ansiedad o
depresión, al no tener claro hacia dónde dirigir sus vidas.
El sufrimiento de los sacerdotes secularizados surge de la
confluencia de factores espirituales, sociales y psicológicos. Aunque algunos
logran encontrar un nuevo camino y reconstruir sus vidas, el proceso de secularización
suele ser difícil y doloroso, ya que implica dejar atrás no solo una forma de
vida, sino una vocación profunda que ha definido su identidad durante mucho
tiempo.
El Papa Francisco ha hecho hincapié en la importancia de
la "Iglesia en salida" y el enfoque en las periferias tanto
geográficas como existenciales. En este contexto, los sacerdotes que trabajan
en la periferia a menudo tienen una misión especialmente desafiante, centrada
en acompañar a los más vulnerables. La secularización en estos entornos puede,
por lo tanto, estar relacionada con la presión y el agotamiento que muchos
sienten al enfrentar situaciones de pobreza extrema, violencia o injusticia
social, sin siempre contar con el apoyo necesario.
El Papa Francisco ha reconocido las dificultades que muchos
sacerdotes enfrentan y ha insistido en la necesidad de una mayor comprensión y
compasión hacia aquellos que se sienten llamados a dejar el sacerdocio o que
están atravesando crisis personales.
Desde una perspectiva de derechos humanos, la secularización
de sacerdotes puede verse como una manifestación del derecho a la libertad de
conciencia y a la libertad religiosa, ambos protegidos por instrumentos
internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Estos documentos establecen que toda persona tiene el
derecho de elegir y practicar su religión, así como cambiar de creencias o
cesar de practicar una religión. En este sentido, un sacerdote tiene el derecho
a decidir, por motivos de conciencia o personales, abandonar el ministerio sin
ser objeto de persecución o discriminación, ni por la Iglesia ni por la
sociedad. Este es un principio fundamental de los derechos humanos: el respeto
por la autonomía personal y la libertad de tomar decisiones sobre el propio
camino espiritual.
La secularización de sacerdotes desde la perspectiva de los
derechos humanos implica un análisis que toma en cuenta la libertad religiosa,
la autodeterminación, el derecho al trabajo y la protección contra la
discriminación. Si bien la Iglesia tiene sus propios procedimientos para
manejar estas situaciones, es esencial que el proceso respete los derechos
fundamentales de los sacerdotes, garantizando que puedan tomar decisiones sobre
su vida y su vocación sin sufrir consecuencias indebidas o estigmatización.
Pero, es evidente que la Iglesia no está en posesión de la
verdad y que las evoluciones en la iglesia, de la índole que sean, no son
siempre obra del Espíritu Santo, pues en la Iglesia ha habido y ha ocurrido de todo... El Espíritu Santo fue prometido a la Iglesia no para estancarse en
la verdad, sino para introducirla y avanzar progresivamente en ella: Jn
16,13. Pero en la Iglesia siempre se sospecha de todo lo que es nuevo, sea
cuestiones doctrinales o estructurales (Jesús hablaba de “odres nuevos” para el
vino nuevo) Pero lo nuevo por desgracia, si acaso, se puede pensar, pero no
decir y menos escribir. Hay pues, radical falta de sinceridad, veracidad y franqueza.
Por todo esto la Iglesia debe respetar seriamente los derechos humanos, de los
que tanto se habla en ella hacia fuera, pero se conculcan dentro.
Los fundamentalistas en su refugio parecen tener un mirador desde donde observan y conocen los planes de Dios sobre el mundo y el hombre. El pueblo que está vivo y que está maduro, como Jesús lo quiso, sabe, y más claramente a partir del Concilio Vaticano II, que la Iglesia es propiamente “pueblo de Dios”, que no son, ni mucho menos, los jerarcas, quienes de hecho se han apoderado de ella. Pero también es verdad que los “de arriba”, los jerarcas son los que detentan el poder (todavía) y que imponen aún su “autoridad infalible”, más que con argumentos y razones, con coacciones y fuerza disciplinaria, causando así daños irreparables y causando que algunos se marchen como un buen amigo que ayer me comentaba lo siguiente: "En su microuniverso, ellos son los que ordenan y mandan. Yo ya los excomulgué de mi fe, ya no me importa nada de lo que digan.” "algunos estando fuera son mejores que los que se esconden en su estructura", añade otro amigo...
La Iglesia católica es una seta más, la prueba es que los que queremos apostatar nos ponen todos los obstáculos del Mundo mundial, como seta, le importa los números, no las personas.
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