D. Fernando García Cadiñanos un Regalo de Dios Para Mondoñedo - Ferrol
Un hombre de Dios es alguien que, guiado por su fe, vive en
constante búsqueda de la voluntad divina, haciendo de su vida un reflejo del
amor, la misericordia y la sabiduría de Dios. Su existencia no se define por las
apariencias ni por el deseo de reconocimiento, sino por una profunda convicción
de servir a los demás y caminar en comunión con los principios espirituales que
lo inspiran.
No solo habla de Dios, sino que actúa conforme a los valores
del Evangelio o las enseñanzas de su creencia. Se caracteriza por su humildad,
reconociendo que todo lo que tiene y es proviene de lo alto, y que su misión en
el mundo es ser un instrumento de paz, justicia y bondad. En su trato diario,
irradia compasión, comprendiendo las luchas ajenas y ofreciendo consuelo a
quienes lo necesitan.
D. Fernando más allá de su investidura religiosa y autoridad
eclesiástica, se destaca por su cercanía con las personas, su empatía y su
capacidad de servir como ejemplo de amor y compasión cristiana. Hemos tenido la
suerte de tener un obispo que no se limita a los actos formales ni a los
discursos teológicos, sino que vive plenamente el Evangelio a través de gestos
sencillos y cotidianos.
Un obispo verdaderamente humano es aquel que se preocupa por
las necesidades de su comunidad, que escucha a los marginados, acompaña a los
enfermos y ofrece consuelo a quienes sufren. No se encierra en su palacio ni se
aleja de la realidad, sino que comparte el dolor, las alegrías y las esperanzas
de su pueblo. Es un líder que no teme ensuciarse las manos trabajando por la
justicia social, la paz y la dignidad humana.
¡Fernando García Cadiñanos no impone su autoridad, sino que
la ejerce desde la humildad y el servicio! Él entiende muy bien que su papel es
ser un pastor cercano, dispuesto a guiar con el corazón, siempre buscando el
bien común y el bienestar de cada persona, sin importar su condición o
creencias. La humanidad del obispo se refleja en su sencillez, en su capacidad
de acoger a todos y de hacerse presente en los momentos más difíciles de la
vida de los demás.
Un obispo muy humano inspira a su comunidad a seguir el
ejemplo de Jesús, mostrando que la verdadera grandeza se encuentra en el
servicio y en la entrega incondicional al prójimo.
La autenticidad de su fe se manifiesta en sus acciones, ya
que un hombre de Dios no solo profesa creencias, sino que las vive. A lo largo
de su vida, busca ser un faro de esperanza, un puente hacia la reconciliación y
un ejemplo de amor incondicional. Su vida es una fuente de inspiración para los
demás, y a través de su testimonio, otros descubren la belleza de vivir
conforme a los designios divinos.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías
me conocen, igual que al Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy
mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil;
también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo
rebaño, un solo Pastor.
No es “pastor” cristiano quien guarda ovejas (quien las
domestica y domina, ni siquiera para bien) sino quien “conoce personas”.
Bíblicamente, “conocer” (ginôskô) es crear relaciones de amor entre personas,
en sentido intelectual y afectivo, económico, social; así se dice que hombre y
mujer se conocen cuando se aman, así se conocen hijo y padre (cf. Mt 11,
27-27), amigos, compañeros… El buen pastor no sólo conoce, sino que “es
conocido”, como sigue diciendo el texto (y mis ovejas, esto es, mis amigos, me
conocen).
Buen pastor, esto es, buen amigo es el que crea relaciones
de solidaridad con sus amigos (a quienes, simbólicamente, podemos seguir
llamando ovejas). No las utiliza (no las compra-vende), no está por encima de
ellas, sino que las ama y se deja amar por ellas, lazos de libertad solidaria y
comunión hasta (y por encima) de la muerte.
El alma enamorada tiene un “caudal” de sentidos y
potencias exteriores e interiores, con sus habilidades naturales y
personales (CB 28, 4), y así las emplea para gozo del Amado los amados,
los hermanos y amigos de la tierra: sus ojos para verle(s), sus labios para
besarle(s), sus manos para acariciarle... Éste es el tesoro o capital
que ella utiliza, entregándose al Amado, no para ofrecerle cosas, ni
para conseguir ganancias exteriores, sino para hacerle feliz (para hacer
felices a los hombres y mujeres de su entorno, en un sencillo y trepidante
pastoreo de amor).
En esa línea (siguiendo el proyecto del Discípulo Amado de
Jn 10 y Jn 21), para nuestro obispo, el único ejercicio del Amante y
Amado será amar, no adquirir poder para ganar y poseer “ganado” (caudales),
sino para vivir en sobriedad y compartir la vida, en un contexto de
comunión de gracia. En esa línea, la instrucción y escuela de la Iglesia del
Discípulo amado y de San Juan de la Cruz será vivir y ejercerse en amor, cosa
muy fácil (el amor brota de sí), siendo lo más exigente, pues no hay talleres
técnicos para aprenderlo.
La vocación como llamada surge en la relación de un
conocimiento mutuo entre Jesús y el corazón inquieto de la persona que lo
encuentra. Él, como Buen Pastor, sale cada día al camino y busca a todos los
que van caminando, se hace el encontradizo de múltiples maneras, siempre desde
el lugar de los otros para acompañar, iluminar, sanar, animar, reconstruir,
perdonar. Cuando el hombre siente su abrazo verdadero y en libertad total, sin
pedir nada a cambio, surge el deseo de ser como él y continuar con su evangelio
en medio de la historia.
D. Fernando. Gracias por todo lo que hace. Es una bendición
tenerle entre nosotros.
José Carlos Enríquez Díaz
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