Dirigir una mirada tierna a nuestros abuelos y mayores
El que ya tuvo la experiencia de criar hijos sabe que
puede hasta cierto punto controlar la influencia de la televisión o el
Internet, como también entiende la imposibilidad de cubrirlos con un Capelo de
cristal y vivir ahí para siempre. Los vástagos volarán un día, vivirán su
propia vida y nadie mejor que una abuela para orar por ellos como recurso
crucial y permanente.
Aun cuando sea consentidor, el abuelo quiere que su nieto
crezca sano y fuerte, pleno de sabiduría, confiado en que el fiel amor de
alguien superior le garantiza buen futuro aun cuando los padres estén ocupados
en la obligación de trabajar para proveerle.
Decenas de miles de abuelos viven privados de sus nietos
en España, un drama poco conocido por el dolor y la vergüenza que supone esa
situación, que la mayoría trata de ocultar. La Asociación de Abuelos
Separados de sus Nietos, agrupación sin ánimo de lucro y con sede en Madrid,
calcula que el 60 % de los casos obedecen «a la extorsión» a la que los abuelos
son sometidos por «sus propios hijos», algunas veces les exigen dinero u otros
favores bajo la amenaza de no volver a ver a sus nietos.
Otro 35 % de los casos surgen tras un divorcio contencioso
entre el hijo y la nuera o entre la hija y el yerno. Cuando esto sucede, los
abuelos solo ven a sus nietos cuando los tiene su hija o su hijo (si les dejan
verlos).
Así, pues, el regalo más importante de los abuelos a sus
nietos es el apoyo afectivo y el amor incondicional, sin confundirlo con
regalos y caprichos. No se trata de malcriarlos o sobreprotegerlos. Ni de
comprar a cualquier precio su cariño. Los abuelos ayudan a los nietos a
sentirse amados y seguros. Su papel está asociado más con el afecto que con la
autoridad.
Entre abuelos y nietos se crea un vínculo de amor para
toda la vida. Esta relación es una experiencia muy positiva. Para los
abuelos estar con sus nietos es una forma de renovarse personalmente.
Decía Juan Pablo II que los ancianos tienen “el carisma
de romper las barreras entre las generaciones antes de que se consoliden:
¡Cuántos niños han hallado comprensión y amor en los ojos, palabras y caricias
de los ancianos! y ¡cuánta gente mayor no ha suscrito con agrado las palabras
inspiradas "la corona de los ancianos son los hijos de sus hijos"
(Prov 17, 6)».
En la transmisión de la fe en familia los mayores no son un
problema sino un importante apoyo. Custodios de la memoria colectiva, los
abuelos realizan una contribución educativa fundamental como cadena de
transmisión de la fe a las nuevas generaciones.
Hay que destacar el papel de los abuelos en la formación
religiosa de los nietos, especialmente en edades tempranas. En muchos casos los
abuelos intentan paliar la falta de práctica religiosa de los padres o la
indiferencia del ambiente en que crecen los nietos.
Aunque la tarea básica corresponda a los padres, es mucho lo
que pueden hacer los abuelos en la transmisión de la fe a sus nietos:
enseñándoles verdades, devociones y oraciones (rezando juntos), con su
testimonio de palabra y obra.
Actualmente en una familia donde los abuelos viven la fe
cristiana, no es raro encontrarse con padres indiferentes e incluso contrarios
a todo lo religioso: no bautizan a sus hijos, no quieren que vayan a misa o que
hagan la primera comunión. En estos casos los abuelos han de ser conscientes de
que los padres son los primeros y fundamentales responsables de la educación de
sus hijos.
Pero no se puede impedir a los abuelos su derecho a
manifestar la fe ante los nietos. Aunque, por el bien de éstos, no deben hacer
ni decir nada que deteriore la imagen de los padres, con los que deben
dialogar, para que cambien su actitud. Y nunca obligarán a los nietos a recibir
un sacramento si los padres no quieren.
Los niños aprenden por observación. Por eso, la presencia
de los abuelos en casa y el contacto frecuente con ellos se convierten en un
testimonio vivo y cercano. Los abuelos actúan como modelos de comportamiento
cristiano. “¡Qué grato es al Señor ver que la familia cristiana es verdaderamente
una “iglesia doméstica”, un lugar de oración, de transmisión de la fe, de
aprendizaje a través del ejemplo de los mayores, de actitudes cristianas
sólidas, que se conservarán a lo largo de toda la vida como el más sagrado
legado!” (Juan Pablo II).
Los padres son los primeros e insustituibles educadores en
la fe de sus hijos. Pero hoy muchos abandonan en gran medida esta misión. O por
falta de interés o por influencia del ambiente. La tarea educativa de los
abuelos siempre es muy importante, más todavía si, por distintas razones, no
hay una presencia adecuada de los padres junto a sus hijos cuando están
creciendo. Muchos de los niños, adolescentes y jóvenes iniciados en la fe y
educados en los valores cristianos, lo han sido gracias a sus abuelos. Durante
la Vigilia de Pentecostés de 2013, el Papa Francisco habló de su abuela Rosa
Margherita (“la que me enseñó a rezar”). Contestando a la pregunta de una
joven, dijo: “Tuve la gracia de crecer en una familia en la que la fe se vivía
de modo sencillo y concreto; pero fue sobre todo mi abuela, la mamá de mi
padre, quien marcó mi camino de fe. Era una mujer que nos explicaba, nos
hablaba de Jesús, nos enseñaba el Catecismo. El Viernes Santo nos llevaba, por
la tarde, a la procesión de las antorchas, y al final de esta procesión llegaba
el «Cristo yacente», y la abuela nos hacía —a nosotros, niños— arrodillarnos y
nos decía: «Mirad, está muerto, pero mañana resucita». Recibí el primer anuncio
cristiano precisamente de esta mujer, ¡de mi abuela! ¡Esto es bellísimo! El
primer anuncio en casa, ¡con la familia! Y esto me hace pensar en el amor de
tantas mamás y de tantas abuelas en la transmisión de la fe”.
Durante su viaje a Brasil con ocasión de la Jornada Mundial
de la Juventud-2013, en las palabras del Ángelus del día 26 de julio, el Papa
Francisco se refirió a los abuelos: “Qué importantes son los abuelos en la
vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es
esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo
intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. Esta relación, este diálogo
entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar”.
No dejemos de mostrar nuestra ternura a los abuelos y a
los mayores de nuestras familias, visitemos a los que están desanimados o que
ya no esperan que un futuro distinto sea posible. A la actitud egoísta que
lleva al descarte y a la soledad contrapongamos el corazón abierto y el rostro
alegre de quien tiene la valentía de decir “¡no te abandonaré!” y de emprender
un camino diferente.
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