José Francisco, Ecos de Misericordia
En el templo de la vida, con paso sereno,
un hombre camina, reflejo del cielo.
Su sonrisa, aurora en la noche callada,
su voz, un refugio de calma sagrada.
José Francisco, noble en esencia,
de bondad tejida su fiel existencia.
Entregó su alma a la luz divina,
y en cada palabra, su fe germina.
Como faro en la bruma, guiando sincero,
sus manos ofrecen consuelo y sendero.
Sacerdote entregado, sin miedo a la herida,
aun incomprendido, jamás se retira.
El peso del juicio, sombras impuestas,
nunca opacaron su fe manifiesta.
Pues Dios en su pecho marcó un estandarte,
un corazón puro, fuego que arde.
Injusticia golpea, mas él no reniega,
su espíritu firme, su amor se despliega.
Sabe que el mundo no siempre comprende
al que da sin medida, al que sirve y aprende.
Con lenguas de hielo quisieron herirlo,
con juicios injustos quisieron rendirlo.
Mas su fortaleza, herencia divina,
alzó su mirada, siguió su doctrina.
Se alzaron las sombras con duros reproches,
quisieron su luz apagar en la noche.
Mas su alma erguida, en Cristo aferrada,
respondió con amor, con fe inquebrantada.
Misericordia en su alma, perdón en su entrega,
el testimonio vivo de fe que se eleva.
Sus palabras son faro, su abrazo es abrigo,
con cada gesto, un fiel testigo.
De entrega sincera y amor sin fronteras,
caminó con la cruz, sin miedo a las fieras.
José Francisco, bendito en su historia,
tu huella es eterna, tu alma es victoria.
Sufriste el agravio, la pena escondida,
mas nunca en tu pecho la ira anidó,
tu fuerza fue siempre la fe encendida,
la paz en tus manos, la cruz en tu voz.
Que el cielo resguarde tu rayo brillante,
pues en cada alma, sigues radiante.
Misericordioso, de manos abiertas,
conoces del mundo sus sombras inciertas,
y aun en la herida del golpe injusto,
perdonas, entregas, sigues tu rumbo.
Tu fe es un faro, tu verbo es ungüento,
tu vida, testigo de amor y sustento.
A cada niño das pan y ternura,
sembrando en su alma la fe más pura.
En Dolores queda tu huella sagrada,
las piedras resuenan tu entrega callada.
Ladrillo y esfuerzo, martillo y plegaria,
restauras con sueños la casa del alma.
Hoy, en la historia, tu nombre resuena,
José Francisco, luz que no muere,
tu rastro es estrella, tu vida es poema,
tu amor, un legado que el alma sostiene.
Me hubiera gustado conocerlo
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