La Iglesia necesita Cristianos de Espíritu
La iglesia no puede limitarse a anunciar la Palabra, suscitar adhesión a la fe y convertirse en una iglesia de rebaños, de masas, o de gente no convertida, sino que debe buscar la transformación de la persona y de la historia por la fuerza del Espíritu.
¡No se puede engañar
a Dios. A Dios no lo ciegan los sacrificios y las ceremonias!
¿Qué sucedería si en vez de hablar de «misa» o incluso de «eucaristía» habláramos de la «cena del Señor» y de la «fracción del pan»? Seguramente estas denominaciones no solo nos acercarían más a la Escritura y a la Iglesia primitiva, sino que nos ayudarían a comprender mejor su simbolismo central, que es el de una comida partida, repartida y compartida.
¿Qué pasaría si en lugar de hablar de «laicos» y de teología del «laicado» habláramos simplemente de «bautizados» y de teología del «bautismo»? Seguramente esta palabra sería más comprensible y nos acercaría a nuestra vocación básica, esencial y común de todos los miembros de la Iglesia, sujetos activos y responsables, aunque tengamos diferentes misiones y carismas en la comunidad eclesial. ¿Qué pasaría si en lugar de hablar de «sacerdotes» habláramos de «servidores de la comunidad»? Seguramente esto facilitaría una concepción y una praxis del ministerio menos ligada al poder y más dirigida al servicio de la comunidad, más semejante a ese Jesús que vino a servir y no a ser servido.
¿Qué pasaría si en lugar de hablar genéricamente de «los
pobres» habláramos de «rostros concretos» de pobres? de los desempleados que
buscan trabajo, de los emigrantes, de las mujeres maltratadas y abandonadas, de
los niños sin hogar, de los enfermos de Alzheimer, de los sin techo, de los
ancianos solitarios, de todos los que tienen la vida amenazada… Seguramente
nuestra solidaridad sería más viva y activa. Lo que resplandece en las primeras comunidades, es que se sienten
responsables de sí mismas, que no hay división ninguna entre los que mandan y
los demás, que no hay clase clerical, que nadie se siente con poderes divinos.
Las formas pueden cambiar, pero si no cabían con el Espíritu de Jesús son
traición y llevan al fracaso.
La Iglesia es la comunidad de los discípulos y discípulas de Jesús, nuevo Pueblo de Dios, que asume el proyecto del Reino, que implica comprometerse por la defensa de la vida particularmente de los pobres y la construcción de la paz que nace de la justicia y la fraternidad. Por eso, la Iglesia de Jesús es "la Iglesia de los pobres" (Papa Juan XXIII).
Nuestra misión, como Iglesia que peregrina en la historia, es realizar la misión de Jesús, mediante el servicio y la práctica de la misericordia, la justicia y la reconciliación, para hacer creíble nuestro mensaje en medio del pueblo. En definitiva, la misión de la Iglesia es humanizar este mundo, contribuyendo a la construcción de una sociedad más justa, fraterna y participativa, donde quepan todos. Para ello necesitamos una Iglesia que sea signo de la sociedad que queremos:
Necesitamos una
Iglesia-Comunidad, que refleje la práctica de las primeras comunidades
cristianas de Jerusalén, donde todos poseían un solo corazón y una sola alma y
se compartía como hermanos cuanto se tenía, privilegiando a los más necesitados
(Hech 2, 44-47 y 4,32-37).
Necesitamos una Iglesia que revalorice el sacerdocio del pueblo
de Dios, pues Jesús, único y eterno Sacerdote, lo asoció a su vida y a su
misión haciéndolo partícipe de su sacerdocio (Lumen Gentium, 34). Hay un solo sacerdocio, el de Jesucristo y el
de su comunidad, pero diferentes ministerios que emanan de este único
sacerdocio. La participación de este único
sacerdocio nos hace iguales a todos los
bautizados.
Una Iglesia que ha convertido la Cena del Señor en un espectáculo ostentoso, celebrado solo por clérigos y en locales espectacularmente costosos, no tiene nada que ver con la humilde celebración alrededor de la Mesa de las primeras comunidades.
Una Iglesia gobernada
autocráticamente por personas que se dicen ser representantes del poder Dios
mismo, no se parece en nada a la iglesia asamblearia de sus principios.
El Espíritu de Jesús
está en la Asamblea, no en la cabeza aislada. En la Iglesia no hay poder sino
misión.
El problema de fondo es si la Iglesia ofrece ofrece y representa actualmente el bautismo de Jesús, si ella es de verdad “baptisterio”: Lugar donde la Vida de Dios germina, espacio de amor para crecer en perdón, comunión y fraternidad.
No se tratará, pues, de una pastoral para tener más cristianos, para que haya más bautizos y más sacramentos (cosa que puede ser buena en otro plano), sino para que haya espacios abiertos de libertad, para que pueda haber más personas (hombres y mujeres) que asumen el ideal creador de Dios que está dirigido al despliegue de la persona humana.
El mundo de hoy
necesita profetas como Juan Bautista. Recordemos que el pueblo bíblico sentía
la ausencia de Dios cuando no tenían profetas y no surgían, en medio y junto al
pueblo, hombres de Dios, como son los profetas. El pueblo se sentía dejado de
la mano de Dios.
Hoy, la Iglesia necesita profetas. Estos pueden ser
personas-individuos o comunidades, pero lo que hace falta y es indispensable es
que la Iglesia misma sea profética, que camine, acompañando a su pueblo en
todos los avatares de la vida. Es
necesario que los cristianos, que sus comunidades y la Iglesia misma, se
encarnen, que tengan una verdadera inserción en la vida de los hombres y
mujeres de nuestra tierra. Es urgente que todos tomemos conciencia de nuestra
condición de bautizados.
Comentarios
Publicar un comentario