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José María Castillo, ¡luz clara en una iglesia oscura!


La última vez que he visto a José María Castillo ha sido en una conferencia por Zoom. Me dijo que la fe en solitario es difícil vivirla y me recomendó unirme a una comunidad. Así lo hice y sigo haciendo en una parroquia en la que nos encontramos como mucho 10 personas cada domingo. La mayoría abuelitas entrañables. El motivo fundamental de su asistencia a la eucaristía de cada domingo y el origen de todo ello no deja de ser el que nos mueve a todos los que creemos en Jesús, que es irradiar el amor a todos los que nos rodean y especialmente a los más necesitados, y entre ellos, hoy, están nuestros ancianos que por múltiples circunstancias pueden encontrarse en situaciones complicadas, no solo a nivel económico, sino afectivo.

Gracias a Dios por nuestros mayores, por todo lo que ellos nos están dando y, en especial, por su gozoso testimonio de una vida vivida en la fe, en la esperanza y en el amor de Dios. Los mayores son portadores de la alegría: de la alegría de la fe que ellos disfrutan y que desean transmitir tanto a los jóvenes, como a los que también son mayores como ellos.

Así pues, las esperanzas de transformación religiosa y eclesial ligadas al Vaticano II parece que no se han cumplido. Mucha gente ha dejado y sigue dejando la religión, o por lo menos la iglesia organizada, por simple cansancio o desinterés. La religión aparece sin fuerza (no hay profetas verdaderos); en otros casos aparece ligada al sistema como institución que quiere defender sin más sus propios privilegios; en otros casos se la mira como un «jardín mágico» donde quedan pequeños restos de humanidad que ya ha sido superada por los cambios de los tiempos. Hay una «reserva religiosa» muerta y sin sentido en medio de un mundo sin religión.

La iglesia puede impulsar un nuevo tipo de presencia misionera, no sólo en línea de anuncio (palabra) del Reino de Dios, sino también en perspectiva de compromiso social, al servicio del hombre y de apertura a los Reino de la gracia, de la comunicación gratificante, de la gran Esperanza.

Pero, lamentablemente, hay una iglesia que sigue siendo en principio, partidaria y amiga de los talibanes. El trato que le aporta y le permite e insta al Código de Derecho Canónico y a la Liturgia, es el mismo o casi el mismo que en la secta a la que están adscritos la mayoría de los talibanes. Ya sé que juicios como este escandalizará a algunos, con inclusión de hipócritas, escribas, y sumos sacerdotes, a los que se refieren y como narran con fidelidad los evangelios.

Fano (fanático) viene del latín y griego y significa: templo: sacro-sagrado. Profano es lo que “está” ante lo sacro pero no es sagrado.

El fanático sacraliza y absolutiza una realidad: el dinero, la patria, el deporte, el consumismo, la ideología doctrinal, etc. y trata de justificarlas e imponerlas a toda costa a los demás, incluso con violencia y guerras “si hace falta”.

Fanatismos se dan en todos los órdenes de la vida: en política, cultura, deporte, etc… Y tratan de buscar el respaldo de la religión.

Testimonios como el de José María Castillo  cuestionan la actitud conservadurista de muchos cristianos, laicos, sacerdotes y obispos de hoy, instalados en una práctica religiosa meramente cultualista.

¡Castillo ha sido un ejemplo de servicio, sencillez y defensa de los pobres! Me atrevería a decir que los profetas son “mártires vivientes”.

Recojo las palabras del blog de Xabier Pikaza:  “Venía deshecho, destruido, tembloroso, por lo que le habían hecho. Yo no me imaginaba tanto; había compartido otros casos de “condena” teológica; yo mismo había sido expulsado de la docencia el año 1984, pero no he conocido a nadie que lo haya sufrido como él, por su carácter personal, por la hondura de su compromiso y, sobre todo, por la forma y manera de “expulsarle” de la enseñanza, cuando le quedaban dos años para jubilarse y sólo le permitían enseñar en cursos de post-grado, para un grupo reducido de teólogos hispanos e hispanoamericanos, bien curados de espantos.

 Sentí que los mismos que se habían aprovechado de su docencia  le expulsaban de la docencia. Descubrí que era una nueva “casta teológica” la que quería de algún modo “vengarse” de él, haciéndole chivo expiatorio de unos “males” de los que él no tenía culpa, males que él quería superar, y que no han sido superados hasta ahora"

 Le vi destruido, pensé incluso que se moriría, que no salía adelante, por sus temblores, por su angustia, por un tipo de depresión múltiple que le estaba dejando en los bordes de una depresión congénita de  muerte. Algo nos animamos mutuamente, algo aprendimos uno del otro.”

Así, pues, a lo largo de la historia de la humanidad han ido surgiendo profetas como José María Castillo que fueron luces de esperanza y que señalaron el camino para una nueva humanidad. Hombres y mujeres que son referentes en la historia por su defensa de la dignidad humana.

Pero, por desgracia… efectivamente, también hay quienes se presentan como profetas de Dios, sin embargo, son lobos con piel de cordero. Son aquellos que utilizan el nombre de Dios con fines económicos o ideológicos, de búsqueda de poder y prestigio.

La diferencia entre un verdadero y falso profeta es que al auténtico profeta le caracteriza la humildad, la coherencia de vida, la sobriedad, la profundidad espiritual, la vida de oración, la compasión, la comprensión, la misericordia, la solidaridad con la humanidad sufriente, la capacidad de diálogo y de perdón y la esperanza en la utopía del reinado de Dios.

Basta mirar la historia para descubrir que a lo largo de los siglos la Iglesia se ha ido cargando de lastres antievangélicos, haciendo alianza con los poderes de este mundo y la riqueza. Frente a la pobreza de Belén y  la sencillez de Jesús de Nazaret aparecieron espléndidos palacios, majestuosas catedrales y grandes propiedades eclesiásticas. Ya Juan XXIII señalaba que "hay que sacudir el polvo imperial que se ha acumulado sobre la Iglesia desde los tiempos de Constantino”. Y convocó el Concilio Vaticano II que generó una renovación  eclesial. Pero los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI significaron una involución. Transcurrieron cuarenta años y llegó el papa Francisco, insistiendo en una “Iglesia pobre al servicio de los pobres”, una Iglesia comunitaria, participativa y samaritana, colocando la misericordia, la acogida, el diálogo interreligioso y el cuidado de la Tierra en el centro de su ministerio apostólico y donde laicos y laicas desempeñen un papel relevante como fue en los primeros tiempos del cristianismo.

Para ser profeta hay que interiorizar lo que vivimos. De esta manera contemplaremos lo que acontece en el mundo con los ojos de Dios. Esto nos ayudará a fortalecer la sensibilidad  ante la situación de  los hombres y mujeres que sufren a causa de la injusticia. Hoy en la Iglesia creo que sobran predicadores, sobran religiosos y faltan profetas, sean estos sacerdotes o laicos. Porque el profeta, con su palabra y testimonio de vida convence, arrastra y transforma.

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