José María Castillo, ¡luz clara en una iglesia oscura!
Gracias a Dios por
nuestros mayores, por todo lo que ellos nos están dando y, en especial, por su
gozoso testimonio de una vida vivida en la fe, en la esperanza y en el amor de
Dios. Los mayores son portadores de la alegría: de la alegría de la fe que
ellos disfrutan y que desean transmitir tanto a los jóvenes, como a los que
también son mayores como ellos.
Así pues, las esperanzas de transformación religiosa y eclesial ligadas al Vaticano II parece que no se han cumplido. Mucha gente ha dejado y sigue dejando la religión, o por lo menos la iglesia organizada, por simple cansancio o desinterés. La religión aparece sin fuerza (no hay profetas verdaderos); en otros casos aparece ligada al sistema como institución que quiere defender sin más sus propios privilegios; en otros casos se la mira como un «jardín mágico» donde quedan pequeños restos de humanidad que ya ha sido superada por los cambios de los tiempos. Hay una «reserva religiosa» muerta y sin sentido en medio de un mundo sin religión.
La iglesia puede impulsar un nuevo tipo de presencia misionera, no sólo en línea de anuncio (palabra) del Reino de Dios, sino también en perspectiva de compromiso social, al servicio del hombre y de apertura a los Reino de la gracia, de la comunicación gratificante, de la gran Esperanza.
Pero, lamentablemente, hay una iglesia que sigue siendo en principio, partidaria y amiga de los talibanes. El trato que le aporta y le permite e insta al Código de Derecho Canónico y a la Liturgia, es el mismo o casi el mismo que en la secta a la que están adscritos la mayoría de los talibanes. Ya sé que juicios como este escandalizará a algunos, con inclusión de hipócritas, escribas, y sumos sacerdotes, a los que se refieren y como narran con fidelidad los evangelios.
Fano (fanático) viene
del latín y griego y significa: templo: sacro-sagrado. Profano es lo que “está”
ante lo sacro pero no es sagrado.
El fanático sacraliza y absolutiza una realidad: el dinero,
la patria, el deporte, el consumismo, la ideología doctrinal, etc. y trata de
justificarlas e imponerlas a toda costa a los demás, incluso con violencia y
guerras “si hace falta”.
Fanatismos se dan en todos los órdenes de la vida: en política, cultura, deporte, etc… Y tratan de buscar el respaldo de la religión.
Testimonios como el de José María Castillo cuestionan la actitud conservadurista de muchos cristianos, laicos, sacerdotes y obispos de hoy, instalados en una práctica religiosa meramente cultualista.
¡Castillo ha sido un
ejemplo de servicio, sencillez y defensa de los pobres! Me atrevería a decir
que los profetas son “mártires vivientes”.
Recojo las palabras del blog de Xabier Pikaza: “Venía deshecho, destruido, tembloroso, por
lo que le habían hecho. Yo no me imaginaba tanto; había compartido otros casos
de “condena” teológica; yo mismo había sido expulsado de la docencia el año
1984, pero no he conocido a nadie que lo haya sufrido como él, por su carácter
personal, por la hondura de su compromiso y, sobre todo, por la forma y manera
de “expulsarle” de la enseñanza, cuando le quedaban dos años para jubilarse y
sólo le permitían enseñar en cursos de post-grado, para un grupo reducido de teólogos
hispanos e hispanoamericanos, bien curados de espantos.
Sentí que los mismos que se habían aprovechado
de su docencia le expulsaban de la
docencia. Descubrí que era una nueva “casta teológica” la que quería de
algún modo “vengarse” de él, haciéndole chivo expiatorio de unos “males” de los
que él no tenía culpa, males que él quería superar, y que no han sido superados
hasta ahora"
Le vi destruido, pensé incluso que se
moriría, que no salía adelante, por sus temblores, por su angustia, por un tipo
de depresión múltiple que le estaba dejando en los bordes de una depresión
congénita de muerte. Algo nos animamos
mutuamente, algo aprendimos uno del otro.”
Así, pues, a lo largo de la historia de la humanidad han ido surgiendo profetas como José María Castillo que fueron luces de esperanza y que señalaron el camino para una nueva humanidad. Hombres y mujeres que son referentes en la historia por su defensa de la dignidad humana.
Pero, por desgracia… efectivamente, también hay quienes se presentan como profetas de Dios, sin embargo, son lobos con piel de cordero. Son aquellos que utilizan el nombre de Dios con fines económicos o ideológicos, de búsqueda de poder y prestigio.
La diferencia entre
un verdadero y falso profeta es que al auténtico profeta le caracteriza la
humildad, la coherencia de vida, la sobriedad, la profundidad espiritual, la
vida de oración, la compasión, la comprensión, la misericordia, la solidaridad
con la humanidad sufriente, la capacidad de diálogo y de perdón y la esperanza
en la utopía del reinado de Dios.
Basta mirar la historia para descubrir que a lo largo de los siglos la Iglesia se ha ido cargando de lastres antievangélicos, haciendo alianza con los poderes de este mundo y la riqueza. Frente a la pobreza de Belén y la sencillez de Jesús de Nazaret aparecieron espléndidos palacios, majestuosas catedrales y grandes propiedades eclesiásticas. Ya Juan XXIII señalaba que "hay que sacudir el polvo imperial que se ha acumulado sobre la Iglesia desde los tiempos de Constantino”. Y convocó el Concilio Vaticano II que generó una renovación eclesial. Pero los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI significaron una involución. Transcurrieron cuarenta años y llegó el papa Francisco, insistiendo en una “Iglesia pobre al servicio de los pobres”, una Iglesia comunitaria, participativa y samaritana, colocando la misericordia, la acogida, el diálogo interreligioso y el cuidado de la Tierra en el centro de su ministerio apostólico y donde laicos y laicas desempeñen un papel relevante como fue en los primeros tiempos del cristianismo.
Para ser profeta hay
que interiorizar lo que vivimos. De esta manera contemplaremos lo que acontece
en el mundo con los ojos de Dios. Esto nos ayudará a fortalecer la
sensibilidad ante la situación de los hombres y mujeres que sufren a causa de
la injusticia. Hoy en la Iglesia creo
que sobran predicadores, sobran religiosos y faltan profetas, sean estos
sacerdotes o laicos. Porque el profeta, con su palabra y testimonio de vida
convence, arrastra y transforma.
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