Eutanasia y suicidio
No hay un mandamiento
que diga “no te suicidarás”, pero hay un mandamiento que dice no matarás.
Dios tiene un alto sentido y valor por la vida humana,
coloca a la mujer y al hombre por encima de su creación. Esto a pesar de que
entremos en conflicto entre el valor de la vida y ejercicio de la libertad.
Estas dinámicas nos llevan al reconocimiento, nada fácil, de que el propósito
de Dios eventualmente podría ser frustrado. Aunque sucede porque él así lo
permite. A eso le conocemos como «libre albedrío» y «libertad humana». Esta
cierta libertad hace que el hombre con intención o sin ella, lastime a sus semejantes
y a la vez, pueda lastimarse a sí mismo hasta llegar a las consecuencias
finales. Xabier Pikaza (2017) lo
expone de esta forma:
“La vida del hombre es una prueba o, mejor dicho, una posibilidad, pues nadie le obliga a vivir, ni le impone la existencia, sino que él tiene la posibilidad de rechazarla y suicidarse, «devolviendo así el billete de entrada» en esta gran representación. Por eso, si vivimos y formamos parte de este «gran teatro del mundo» (Calderón de la Barca) es porque queremos (nos queremos), y el hecho de hacerlo es señal de que aceptamos el sentido de la vida, confiando radicalmente en Dios, que es la fuerza de la vida y la esperanza de futuro. Mirado así, el suicidio es un problema radical de teología: No hemos podido crear nuestra vida (nos la han dado), pero podemos negarla, rechazando de esa forma al Creador (2017).”
Los apóstoles ante el
suicido de Judas y la necesidad de escoger otro apóstol tuvieron el tacto
suficiente para referirse a aquel que había sido su compañero de milicia por
tres años. Entonces se limitaron al decir: «fue a su propio lugar» (griego τὸν
τόπον ἴδιον). «Su propio lugar» no puede ser tomado como la condenación, eso
queda en manos de Dios y sería atribuirnos una licencia exegética
(interpretación) que no tenemos.
Además, la carta de primera de Corintios 3:17ss, se ha usado como «caballo de batalla» para argumentar en contra del suicidio. Solo que «destrucción del cuerpo» en el pasaje se refiere a las divisiones que estaban haciendo algunos líderes dentro de la iglesia.
Conforme a la visión cristiana, Dios ha dado a los hombres
la vida en libertad, para que en libertad (no por imposición) la mantengan. Por
eso, no tiene sentido decir que el suicidio es un pecado mortal, y que los
suicidados se van al infierno (el infierno es otra cosa).¡ Lo que es pecado es convertir la vida de los hombres en infierno!
El suicidio es un derecho de todos los hombres... Pero..., al lado de ese derecho está el derecho y deber de familiares y amigos (de la sociedad en su conjunto) de evitarlo, en lo posible. Es importante que aquellos que sienten tendencia al suicidio descubren por encima de eso un deseo más hondo de vivir, a pesar de problemas y dificultades; que descubran que su vida es valiosa, que merece la pena.
La eutanasia como "buena muerte" es un derecho de todas las personas, y un deber de los familiares del que muere, de sus amigos y de su médico, de su posible iglesia o comunidad religiosa... y en último término de la sociedad en conjunto. En esa línea, la sociedad tiene que estar al servicio de la buena muerte de sus miembros (no del homicidio, ni del suicidio en sí). Ésta es una misión o tarea (=servicio) que falla en nuestro tiempo. Una sociedad mercantil y de puro consumo, como tiende a ser la nuestra, tiende a olvidarse del valor intrínseco de los enfermos y de los ancianos. Estamos en un tiempo en que se ha roto (o tiende a romperse) la cadena de la familia (de las generaciones), y los "mayores" quedan arrancados del despliegue de la vida, en manos de instituciones impersonales (y en el fondo en manos del dinero que cuesta un "buen" asilo...). Esta es una de las mayores tragedias de este mundo "civilizado", en especial de las sociedades más "adelantadas", que tienen dinero para guerras y consumos egoístas, pero no tienen tiempo,voluntad i dinero para de estar presentes ante y con los "mayores", de manera que ellos tienden a morir a solas, en contra del mandamiento que es complementario al "no matar" y que dice, en positivo "honrarás a tu padre y a tu madre", que significa en el fondo "cuidarás a bien morir a los ancianos".
Así lo proclamó Jesús en las bienaventuranzas (Lc 6, 20‒26; Mt 5, 1‒12). Él no prohibió la eutanasia, ni condenó el suicidio, sino que hizo algo previo y mucho más importante: Invitó a los hombres y mujeres a vivir, ofreciéndoles una esperanza, abriendo para ellos un camino de felicidad, desde el borde del mundo, desde el lugar donde era mayor la impotencia, opresión y desesperanza.La Biblia no dice en ningún lugar que eutanasia sea un pecado (o que los suicidas vayan a un tipo de infierno), pero dice con toda claridad que los que matan de un modo directo (por odio a los demás, por prepotencia, por deseo de poder, por presunta superioridad ) se destruyen a sí mismo, son ya infierno en este mundo. No se hace nada, ni se actúa con justicia y verdad según el evangelio. Quien impide matarse a la fuerza (atándole las manos) a uno que quiere matarse comete un pecado de lesa humanidad (de lesa divinidad).
En nuestra sociedad cambiamos la belleza y la verdad a favor de la
felicidad o el placer (hedonista y narcisista). Preferimos vivir cómodos y
seguros a enfrentarnos a lo desconocido, al mysterium tremendum, lo numinoso.
La sociedad se convierte en un organismo funcional,
eficiente, predecible, pero sin alma, y en una perenne crisis existencial que
es suprimida por paliativos. Crisis existencial que es rápidamente atacada por
el entretenimiento, por la manipulación del deseo (por la manufactura de
deseos), y ahora, por la captación de la atención de la tecnología digital.
Se trata de que el individuo no se enfrente a la oscuridad de su propia mente, ya que si lo hace se dará cuenta de que está sumido en una profunda crisis y que la vida que vive no tiene profundidad, es similar a la de una máquina.
Huxley lo vio de manera genial; el monstruo de la indolencia ya estaba latente y hoy se ha expandido como una red global de comunicación que nos dice que estamos perpetuamente conectados.
Estamos conectados pero a la vez cada vez más desligados de
nosotros mismos y de aquellas cosas que históricamente le dieron sentido al
hombre. Dostoyevski creía que el ser
humano no podía vivir sin belleza; belleza también en el sentido platónico: el
esplendor de la verdad, el símbolo del espíritu.
Quizás la gran
ilusión moderna tiene que ver con la idea de que el ser humano existe para su
propia felicidad. Una felicidad que no es ciertamente la felicidad eudaimónica
de Aristóteles; se trata más bien de la felicidad individualista de suprimir
todas las amenazas, todo el dolor, todo el miedo, toda la oscuridad, y de
abrirse el terreno hacia la máxima comodidad y hacia el más alto diseño del
placer.
Esta es la promesa de la tecnoutopía: una existencia descorporalizada en la que se puedan crear paraísos hedonistas sintéticos.
Solzhenitsyn veía las cosas de manera distinta:"Si,
como sostiene el humanismo, el hombre naciera sólo para ser feliz, no nacería
para morir. Ya que su cuerpo está condenado a la muerte, su tarea evidentemente
debe ser más espiritual: no el grosso involucramiento en la vida cotidiana, no
la búsqueda de mejores formas para obtener bienes materiales y su consumo libre de preocupaciones.
Debe ser el
cumplimiento de un deber sincero y permanente, de tal manera que el viaje de la
vida se convierta en una experiencia de crecimiento moral: dejar la vida siendo
un mejor ser humano del que uno era cuando llegó"
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