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Cristina y Santiago, pobres entre los pobres…

Cristina y Santiago malviven en una casa en ruinas  desde hace más de un mes y medio. “Llevamos dos años tirados en la calle, durmiendo en cajeros, en albergues y hasta en dos hamacas con mantas en el parque Reina Sofía, con cucarachas y todo”:«Nadie me da trabajo porque soy gitana»: afirma Cristina.  Vive junto a su pareja en una estancia ruinosa, con tierra apilada en los rincones y, en la que nada más entrar, hay un colchón con ropa amontonada. Cristina y Santiago viven en la edificación en la que no hay luz ni agua, debido a la «fragilidad» de las dos plantas superiores.

Cristina tiene 24 años, vino de Tarragona a Galicia «por amor», para estar con Santiago, de 41, que es de A Coruña y con el que lleva seis años: «Antes vivíamos con sus padres, pero hace dos años nos fuimos de su casa y desde entonces estamos tirados en la calle» Se queja de que no le conceden la Risga por «ser menor de 25 años y no cumplir los criterios de exclusión social» y relata que cada día acude a ducharse y desayunar a Cáritas con su pareja, Santiago. « ¿Que por qué no trabajo? Porque en este país hay mucho racismo. Nadie me da trabajo porque soy gitana»

Nuestra cultura de la satisfacción se muestra tolerante con las enormes diferencias de ingresos y rentas que hay en nuestra sociedad y con el abismo de desigualdad que existe entre los países.

En"la cultura de los satisfechos”, a algunos que realmente que nos va bien, queremos que nos vaya mejor. Pero lo más triste es que algunos que viven con notable desahogo, se oponen enérgicamente a todo lo que pueda suponer un peligro, no de toda su comodidad sino de una parte de ella. Por eso nuestra cultura de la satisfacción es reacia a cambios estructurales, y sólo tolera pequeños avances y cambios estéticos.

En los países ricos existe un número creciente de hombres y mujeres que se definen socialmente por su falta de identidad social, por el nulo reconocimiento que se hace de ellos como personas. Son los más pobres entre los pobres. Una variedad de pobreza que reúne a millones de personas.

La pobreza es una realidad presente también en los países ricos, en las llamadas "sociedades desarrolladas”. El progreso de la tecnología, la aparición de nuevos países industrializados que se valen de una mano de obra mucho más barata, y otro tipo de razones de carácter no sólo económico sino también político, social y cultural, han modificado totalmente las reglas de juego. La pobreza y la miseria avanzan también en importantes sectores de población de los países desarrollados. Desarraigo familiar, exclusión social, graves problemas de carácter sanitario y afectivo, desempleo continuado, carencia aguda de recursos económicos y soledad, son algunas de las características que describen la situación de este colectivo.

Jesús buscó  de un modo especial  a los más pobres, los hombres y mujeres a quienes la «buena sociedad» consideraba malditos y expulsaba del espacio de la familia y comunidad sagrada. No había para ellos «cárcel» o castigo, entendida como reclusión o encerramiento, pero muchos vivían encerrados en los muros de su enfermedad y su impureza, expulsados del orden social. Pues bien, Jesús vino a ofrecerles su solidaridad y esperanza del reino. Muchos pobres actuales son como aquellos antiguos leprosos: apestados a quienes se expulsa de la sana sociedad; poseídos por la droga, amenazados por el “sida” y otros males. En su mayoría son enfermos o débiles mentales, como los antiguos endemoniados: incapaces de asumir la libertad de un modo activo, en un entorno duro que tendía (y tiende) a marginarles.

Decía Vincent Van Gogh, “¿qué sería de la vida, si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo?” Él sabía bien de lo que hablaba. Su estilo, claramente distinto al de sus colegas, generó la perplejidad, el rechazo y la incomprensión, pero años más tarde la belleza de su obra conmueve a millones de personas en todo el mundo.

A menudo escuchamos que los valientes, los que se arriesgan, los que se la juegan y apuestan por una vida distinta, por crear nuevas circunstancias cuya construcción se prevé difícil, incluso imposible, son unos locos. Pero quizás el coraje no tenga nada que ver con la locura. Probablemente el coraje más que la ausencia de miedo es la consciencia de que hay algo por lo que merece la pena que nos arriesguemos.

¿Queremos dar la vida por Dios? Vivámosla como Él nos lo pide, amando al prójimo por amor a Dios en el servicio, en la caridad vivida día a día, algo que va en general, en una suma de pequeñas acciones, muchas de la cuales suman una cadena de bienes para los demás, y que el Señor nos ofrece recompensarnos al ciento por uno.

Si el poeta no puede hacer otra cosa que escribir las palabras que su ángel le pone en el corazón, si el creyente no puede hacer otra cosa que buscar a su Dios, aun a costa de mil vueltas, tal vez el hombre, cada hombre, todo hombre, no pueda hacer otra cosa que dar su vida. La oveja no da su vida. Pace. Tampoco lo hace la roca en la orilla del mar. Hay que ser libre para dar la vida.

Si hay un hombre que ha dado su vida por completo, sin retener ni un solo aliento, es Jesucristo. Y este hombre, confesamos, es Dios. El fundamento de la fe cristiana es éste, y no otro: Dios que da su vida, Dios que pone su vida en manos del hombre. Dios que asume el riesgo insensato de la inconsciencia del hombre. Dios que se arrodilla a los pies del hombre, como nos da ejemplo Jesús en la Última Cena, dejando su manto antes de dejar su vida. Jesús nos explica que actuar así, en la entrega de sí mismo, en el despojo de sí mismo, es vivir. Y aunque muramos, seguimos viviendo.

En efecto, el mensaje de Jesús implica una elección radical. Este mensaje debe convertirse en nuestra nueva identidad, incluso más allá del vínculo de sangre. Es este fuego el que debe caracterizarnos en todo, y convertirse en nuestro signo de reconocimiento.

Pero, cuidado, el fuego que Jesús trae y que debe prender fuego a todo, es el fuego de su Espíritu, el fuego de su amor. En otras palabras, al adherirnos a la misión de Jesús, adoptamos como único criterio de nuestra vida, de nuestras acciones o de nuestra mirada a los demás, el amor que nos viene de Dios. Como cristiano, es el Amor que debe ser nuestro signo distintivo....

Los excluidos absolutos son un sector cada vez más mayoritario. Y como dijo el poeta: "Y cuántas promesas, madre / ¡ay!, cuantas hicieron. / Y no cumplieron ninguna / de las que hicieron".

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