¡A Cristo se le encuentra hoy en el sector excluido!
El término ‘Cuarto Mundo’ fue utilizado por primera vez en los años 70 para designar a aquellas personas que viven en situaciones realmente precarias. Su creador fue el padre Joseph Wresinski, criado en un ambiente muy alejado de la opulencia y que fundó en 1957 la primera asociación contra la exclusión de los más pobres. “El Cuarto Mundo es un pueblo formado por hombres, mujeres y niños que, generación tras generación, se ven excluidos de los derechos fundamentales de los que goza el resto de la sociedad. Se ven excluidos de los progresos sociales y de la participación en la vida asociativa, política, religiosa, cultural, sindical… de sus sociedades. No se cuenta con ellos como interlocutores sino, como mucho, como meros beneficiarios de ayudas”. Así define el término Beatriz Rodríguez-Viña, voluntaria permanente de Movimiento Cuarto Mundo en Madrid.
El crecimiento económico de los países desarrollados ha dado origen a lo que se conoce como Cuarto Mundo, un término que engloba a todas aquellas personas que residen en los países más avanzados, pero se encuentran excluidas o en riesgo de exclusión social. Esta situación se produce cuando la riqueza se distribuye de manera desigual y la línea que separa a ricos de pobres se convierte en abismo.
En España hay 26,6 millones de viviendas, de las cuales 3,8 millones se catalogan como vacías y 2,5 millones de uso esporádico, según datos del INE, que por primera vez ha elaborado una clasificación de las viviendas según su grado de utilización a partir de datos del consumo eléctrico. Sin embargo, en cualquiera de nuestros pueblos y ciudades, resulta frecuente encontrarse con personas que se encuentran viviendo en la calle. Estas personas llegan a esta situación por causas muy diversas: emigración, rupturas familiares, desempleo, alcohol, drogas, etc. Tampoco resulta fácil conocer el destino del dinero que reciben, a veces, lejos de ayudarles en su situación, lo que se hace es aumentar su gravedad o pillería.
Vivir en la calle en estado de embriaguez o drogadicción, es la puerta que más pronto que tarde, conduce al hospital o al cementerio. Estas situaciones son muy costosas a la sociedad, por las frecuentes recaídas: gastos hospitalarios; tratamientos de desintoxicación; etc.
La sociedad no puede continuar aceptando estas situaciones
por un falso respeto a la libertad de las personas, que en muchos casos se
encuentra muy limitada y reducida por incapacidad física y mental. Los servicios sociales públicos deberían
ocuparse mucho más de estas personas y prestarles una ayuda más eficaz.
Hace unos años, la pobreza era considerada como resultado de
la escasez. La sociedad estaba poco desarrollada, se carecía de servicios,
infraestructuras, medios de producción. Se tenía la idea de que había pobres
porque no había bienes suficientes para todos. Se pensaba que el desarrollo de
la sociedad iría eliminando poco a poco la pobreza. Sin embargo, no ha sido
así. ¿Por qué? Porque el progreso que se ha promovido no ha estado orientado a
resolver los problemas de todos. Al
contrario, el desarrollo actual va logrando un nivel de vida cada vez mejor
para unos sectores, pero a costa de excluir y marginar a otra parte de la
población.
Los pobres son, cada vez más, un “producto calculado” del sistema. Se acepta como algo normal e inevitable que el desarrollo y el bienestar de un sector de la población traiga consigo la exclusión de otro sector. Los pobres son el sector que ha de ser sacrificado.
Las consecuencias de todo
esto son: deterioro de las relaciones entre los esposos, conflictos entre
padres e hijos, tentación del alcohol, evasión en el juego, depresiones,
frustración, falta de autoestima y de estímulo para vivir.
La crisis familiar se concreta en abandono de la pareja, malos tratos a la mujer o a los hijos,
falta de organización familiar, despreocupación por los hijos. Se trata de una
pobreza creciente: mujeres abandonadas sin medios pata subsistir con sus hijos;
niños sin hogar acogedor y sin experiencia de amor paternal; adolescentes
hundidos en el fracaso escolar; jóvenes inadaptados, de familias conflictivas e
inestables, con riesgo de caer en la delincuencia, droga, alcohol. El
compromiso ante estas situaciones nace siempre de unas convicciones claras y
firmes. No es una corazonada. No es una actuación momentánea. Es un
posicionamiento, un estilo de vida que compromete de forma permanente a toda la
persona. La fe en Jesucristo lleva necesariamente a mirar a los pobres de una
determinada manera y a comprometer la vida a su servicio.
El Evangelio cambia radicalmente nuestra manera de mirar a los
pobres y, por tanto, nuestra manera de entender la sociedad actual. Los pobres,
el sector excluido de la sociedad, ellos son precisamente “la memoria viviente de Jesús”. “La Iglesia descubre en los pobres
y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y doliente” (Lumen Gentium, n. S). Esta manera de
mirar al pobre viene exigida por el mismo Jesús que se identifica para siempre
con los pequeños, los que tienen hambre, los que están desnudos, los enfermos,
los encarcelados. «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis » (Mt 25, 40). Pablo VI llega
a decir que son “sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad
eucarística, pero sí en perfecta correspondencia con ella”. Esto significa que
no hemos de buscar a Cristo sólo en los sacramentos o en las páginas del
Evangelio. Los pobres son un “lugar cristológico”. A Cristo se le encuentra hoy
en el sector excluido. Cristo nos habla hoy desde esa situación de pobreza y
sufrimiento; desde ellos. Cristo nos interpela, nos invita al amor
comprometido.
Desde esos pobres,
nos llama a la conversión, desenmascara nuestro cristianismo, cuestiona nuestra
manera de vivir la fe y el culto, rompe nuestros esquemas y nuestra
tranquilidad y nos urge al servicio y al compromiso. Difícilmente nacerá en
nosotros un auténtico compromiso si no es escuchando esta llamada de Cristo
desde los mismos pobres. Seguir a Jesucristo significa sentirse llamado a
llevar una Buena Noticia a los pobres, pues el mismo Jesús afirma que ha sido
enviado a «anunciar a los pobres una Buena Noticia » (Lc 4, 18).
Así, pues, en la sociedad moderna, crece la insensibilidad y
la apatía. Estamos muy lejos de aquella
“civilización del amor” que deseaba Pablo VI. El desarrollo de la técnica,
la búsqueda de eficacia y rendimiento, la organización burocrática de los
servicios, traen consigo el riesgo de reprimir la «civilización del corazón».
La ternura, el cariño, la acogida cálida a cada persona van siendo barridos de
la sociedad. Cada vez hay menos lugar para el corazón. Muchas personas viven
hoy la pobreza de afecto, de cariño, de amor cercano. Son personas a las que nadie escucha, nadie espera en ningún sitio,
nadie acaricia y besa. Personas que no cuentan para nadie. Las instituciones y los servicios sociales
pueden cubrir un tipo de necesidades materiales, pero no pueden ofrecer
amistad, escucha, comprensión, cariño, ternura.
Comentarios
Publicar un comentario