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Fernando Cadiñanos, un hombre como los demás...

Hace pocos días he visto las críticas hacia nuestro obispo por su forma de vestir.  ¡Pero en el Evangelio lo importante es vestir al desnudo, no vestirse de importante! La Biblia supone que, en principio, que  los hombres estaban desnudos y así se podían mirar unos a otros, sin avergonzarse (cf. Gen 2, 25). En esa línea, ella indica que el estado “natural” del hombre es la desnudez, que hace juego con la transparencia de plantas y animales.

Sin "diakonía" la Iglesia no es Iglesia, por muchos bicornios mitrados, ostentosos báculos, brillantes anillos, pomposas capas magnas, aparatosas liturgias... que se ostenten como signo feudal de autoridad y dominio. La solución nos la aporta san Pablo: Revestirse de Cristo; revestirse del hombre nuevo (Gal. 3, 27-28; Ef. 4, 24), porque "el hábito no hace al monje".

Muchos eclesiásticos piensan que sólo hay una teología (¡la suya!) y una iglesia la que ellos imponen a base de condenas… Estos escribas (representantes de toda posible jerarquía) convierten la piedad y el evangelio en disfraz de apariencias (vestidos) y honores (primeros puestos), para comer y medrar a costa de los pobres (devorando las casas de las viudas), con pretexto de servicios religiosos (largas oraciones). Nunca se ha dicho después en la Iglesia condenas más hondas, actuales e inquietantes.

Son hombres de un libro muchos eclesiásticos que piensan que sólo hay una teología (¡la suya!) y una iglesia la que ellos imponen a base de condenas. Son hombres de un libro (y malo) los que imponen una economía, un tipo de Estado y pretendido Progreso, aunque deba morir todo el mundo.

Son hombres de un libro los que sólo leen su Periódico, escuchan su Radio y creen en su Propaganda en vez escuchar a los otros, abriendo con ellos nuevos continentes de vida. Son hombres de una sola idea los que sólo aceptan su tradición, que en el fondo  se identifica con su Libro de Cuentas de Dinero,  al servicio de sí mismos...

En contra de eso, en el siglo XIII, Tomás de Aquino fue un hombre de muchos libros, y así quiso vincular la Biblia con Aristóteles, el platonismo con un nuevo tipo de racionalismo de árabes y judíos...  y así debe recordarle hoy la iglesia y la cultura como signo de escucha y respeto en amor de todos.

La ansiedad por la comida (supervivencia) y la ambición por el vestido (apariencia) convierten la existencia de muchos en angustia y guerra. Por encima de esas preocupaciones, sitúa Jesús la búsqueda del Reino, que se funda en Dios y que libera al hombre para la gracia. Ciertamente, los cuervos no siembran ni siegan, y los lirios no hilan ni tejen; los hombres, en cambio, deben sembrar-segar e hilar-tejer si quieren comer y vestirse (cf. Gen 2); pero han de hacerlo sin el agobio que les vuelve esclavos de la producción, del consumo y de la apariencia.

La vestidura de Jesús, lo que significa que no tenía vestiduras especiales, distinguiéndose así de Juan Bautista, lo mismo que de los sacerdotes (vestiduras sacrales) y de los nuevos fariseos (que harán ostentación de vestidos piadosos).

Jesús y su gente se vistieron, sin duda, como los hombres y mujeres de su tiempo, los más pobres, sin distinguirse de ellos por la ropa. Nada indica que se pusiera atuendos especiales para la multiplicación de los panes, ni para la Última Cena. En los relatos de la crucifixión se alude a sus vestidos, repartidos entre los verdugos, sin indicación especial sobre su forma y riqueza (cf. Mt 27, 35 par).

El evangelio no recuerda ningún rasgo característico de las vestiduras de Jesús, lo que significa que no eran especiales, a diferencia de lo que sucedía con Juan Bautista y también con los sacerdotes (con vestiduras sacrales) y los nuevos fariseos (que harán ostentación de vestidos piadosos; (cf. Mt 23, 5).  En los relatos de la crucifixión se alude a sus vestidos, repartidos entre los verdugos, sin indicación especial sobre su forma y riqueza, suponiéndose, más bien, que son pobres (cf. Mt 27, 35 par). En este contexto, Jn 19, 23-24 añade que “no partieron su túnica” porque era de una sola pieza, sino que la echaron a suertes; pero, al decir eso, no quiere evocar la riqueza de su vestidura, sino la falta de separaciones y apartados de su vestido más propio, que es signo de la Iglesia, que no puede dividirse.

Así, pues, desde muy antiguo, el atuendo se convierte en símbolo de autoridad, profesión, casta o clase; y así, refrendaba a la persona como rey, campesino, artesano, soldado o eclesiástico. A lo largo de la historia los jerarcas han ambicionado buscar diferenciarse del pueblo a través del atuendo. Ya en tiempos de los emperadores, los funcionarios de la Iglesia acomodaron sus vestimentas al estilo de los nobles: el Papa se coronó de oro; aparecieron trajes con riquísimos bordados y botonaduras fastuosas, anillos y pectorales de piedras y metales preciosos... hasta llegar al ridículo de algún cardenal arrastrando magna capa... ("Una buena capa todo lo tapa"). La ostentación ha sido, y sigue siendo en algunas dignidades, reflejo inmediato de privilegio y poder.

El Concilio Vaticano II se pronunció claramente contra la suntuosidad en las vestiduras y ornamentación sagradas y exhortó a que la indumentaria de los eclesiásticos se adecuase a los signos de los tiempos. (S.C. 124; P.C. 17). La mayoría de padres conciliares fueron conscientes de la necesidad y urgencia de desclericalizar la Iglesia, esclerotizada. Y así lo entendió también la gran mayoría del clero de la época posconciliar; y, sin consignas concretas de nadie, se comenzó a dejar de lado hábitos y sotanas y se empezó a "vestir de calle" con plena libertad, sin extrañezas ni rechazos por parte de la gente.

Las vestiduras actuales de muchos “clérigos” responden a la “inercia” de las iglesias, que han sacralizado unos vestidos especiales (en contra de Jesús) y que han tendido a mantener tradiciones que no son cristianas, sin darse cuenta de que el tiempo de esas vestiduras ha pasado. En la Iglesia se sigue incurriendo en las mismas corrupciones que Jesús pretendió evitar: los títulos de honor, los fastuosos ornamentos y acicaladas vestimentas, las reverencias solemnes, los primeros puestos... Jesús se pronunció contra el vestido como ostentación sacral: "¡No hagáis como ellos hacen!... realizan todas sus obras para ser vistos por los hombres; pues agrandan sus distintivos religiosos (filacterias) y alargan los adornos (flecos) de sus mantos" (Mt.23,5). "Vosotros no os preocupéis del vestido... Mirad los lirios del campo..." (Mt. 6,25-32). Jesús y sus discípulos vestían, sin duda, como los hombres y mujeres de su tiempo, sin distinguirse de ellos por la ropa.

 

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