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El socialismo debe volver a sus orígenes.

Durante las primeras cuatro décadas de vida del movimiento, los socialistas van a liderar las movilizaciones populares y al mundo del trabajo, no solamente en la lucha por la mejora de las condiciones de trabajo y de vida, sino también en la lucha contra las prácticas clientelares y caciquiles.

La mejora de nuestra sociedad y del bien común llegará en buena medida por la labor sorda y muy poco reconocida de muchos militantes y líderes socialistas que se dejan buena parte de su tiempo y esfuerzo en pos de construir las bases sobre las que edificar un mundo mejor y más justo, en estos años focalizado en el marco del ideario socialista y un modelo de gobierno de corte republicano.

Pero por desgracia hay un sector de la izquierda que ha buscado confundirse con la derecha en lo relativo a su forma de vida, y han perdido su capacidad de indignarse ante las injusticias porque ellos ya forman parte del paisaje que las produce.

 A todos estos socialistas que se han aburguesado me gustaría recordarles las palabras de   Pablo Iglesias “Sois socialistas no para amar en silencio vuestras ideas ni para recrearos con su grandeza y con el espíritu de justicia que las anima, sino para llevarlas a todas partes”

 La mayoría de los intérpretes contemporáneos atribuyen al republicanismo “un conjunto similar de valores o principios, incluyendo en éstos principalmente los de libertad, igualdad política, virtudes cívicas y democracia deliberativa”(Besson & Martí, 2009, p. 12).

 La concepción de la libertad republicana derivaría de la oposición entre amo y esclavo, donde la libertad sería un rasgo característico del amo, ya que éste gozaría de “la independencia respecto a la voluntad de otro”, mientras que el esclavo sería un “hombre que no puede disponer ni de su persona ni de sus bienes, sino que lo disfruta todo a voluntad de su amo” (Sidney, 1996, p. 17; cit. en Ruiz Ruiz, 2006, p. 27), una concepción de la libertad que ya recoge tanto Tito Livio, quien “siempre define la libertad tanto de las ciudades como de los ciudadanos en términos de no vivir bajo la sujeción del poder o la discreción de nadie”

La primera prevención sobre aquello que no es el bien común, es esta. El bien común no es el bien público, no es solo el bien de "todos". Es decir, el bien común no se debe confundir con el bien del cuerpo social entendido como organización. Así lo señalaba también Rosmini, ahora en su Filosofia: "Se debe distinguir el bien común del bien público: cosas que se confunden entre sí con gran daño para la ciencia del derecho público, y de la humanidad, impedida, con tales confusiones de conceptos, de encontrar aquella constitución social que le conviene, y que va buscando en vano.  El bien común es el bien de todos los individuos que componen el cuerpo social, y que son sujetos de derechos; el bien público, por el contrario, es el bien del cuerpo social considerado en su totalidad, o bien considerado, según la manera de ver de algunos, en su organización.

Así pues, la desigualdad y la exclusión, además de empobrecer impiden la democratización de la sociedad y del Estado, la concreción de la ciudadanía y la observancia de los derechos humanos. Sin negar el impacto de la pobreza en millones de seres humanos, la desigualdad y la exclusión son aún más devastadoras.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población.

El capitalismo tiene la rara virtud de transformar los avances de la ciencia, de la técnica y de la productividad del trabajo, que podrían servir para aumentar el bienestar de la humanidad y el tiempo libre, en su contrario: para producir y reproducir miseria de un lado y fortunas cada vez más inconmensurables del otro, donde un puñado de “milmillonarios” acumula la riqueza equivalente a la que posee la mitad de la humanidad.

Con los socialistas utópicos aparecieron las primeras críticas radicales al capitalismo, principalmente dirigidas a las bases de un sistema que consideraban causante de la miseria en que se hallaban sumidas grandes masas de la población. Estos llamamientos por parte de los primeros socialistas tenían procedencias y orientaciones bien distintas; sin embargo, había en todos ellos una idea central común: hacer desaparecer los motivos que determinaban que unos hombres explotaran a otros.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Así pues, los avances se consiguen de la mano del socialismo, como ha demostrado el Gobierno de Pedro Sánchez con medidas como la subida del Salario Mínimo y de las pensiones y con la aprobación de leyes como la de Vivienda o Paridad, además de invertir en servicios básicos como la sanidad, frente a una derecha que solo nos hace retroceder.

Pero muchos partidos de izquierda comenzaron a redefinir la desigualdad no como un problema de toda la ciudadanía y del proletariado, sino más bien como una característica de grupos particulares como minorías raciales, inmigrantes, mujeres, homosexuales... Los derechos pasaron a ser considerados no como la reivindicación de los individuos, sino de grupos que se escindieron del conjunto de la ciudadanía. Este tipo de políticas de identidad corre el riesgo de centrarse en características biológicas como la raza o la etnia a expensas del universalismo de los verdaderos derechos liberales.

La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿Cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?


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