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El sectarismo en la política

Los ciudadanos precisamos a los mejores, en todos los sentidos, para que ocupen los puestos de mayor responsabilidad y fatiga. Políticos capaces  e inasequibles al desaliento, extraordinarios en sus funciones, y a ser posible que hayan demostrado previamente una altísima valía en el sector privado. Pues uno de los grandes problemas de los que adolece la política actual es que la inmensa mayoría de los que ejercen la política no han salido de ella desde hace décadas. Para llevar bien el timón de nuestra ciudad necesitamos personas que conozcan bien, y muy a fondo, la realidad de la calle, las penurias de los autónomos y pequeños comercios. Pero La verdad interna de los partidos es impresentable y amarga, pero irrefutable: si un militante decidiera votar en conciencia, decir la verdad en los debates internos, apoyar al que tenga razón, respetar la soberanía de los ciudadanos y defender la verdadera democracia y los valores, su carrera política quedaría liquidada en un instante.

Lástima que generalmente el complejo entramado de los intereses personales de los políticos y de los partidos, en ocasiones, también de negocio… degenera en luchas intestinas. Todo ello deriva en incumplimientos electorales de las promesas realizadas en campaña, edulcoradas para generar falsas expectativas en los votantes y arrancar el preciado voto de la zarandeada voluntad del pueblo.

La senda que conduce a la corrupción y al abuso de poder se inicia muchas veces cuando un ciudadano decide militar en un partido político, en algunos casos con buena fe, con deseos de ayudar, pero ignorando que penetra en un espacio peligroso, regido por leyes y reglas profundamente antidemocráticas y escasamente éticas, incompatibles con la dignidad humana y el verdadero progreso.

Los fundadores de la democracia lo tenían claro y rechazaban los partidos políticos porque los consideraban poco menos que organizaciones mafiosas e incapaces de anteponer el bien común a sus propios intereses. Así pensaban Robespierre, Dantón y casi todos los teóricos y revolucionarios franceses de finales del XVIII. El rechazo a los partidos todavía era más intenso en Jefferson y casi la totalidad de los fundadores de la primera gran democracia del mundo: los Estados Unidos de América, conscientes de que los partidos políticos ponían en peligro el sistema porque tendían a apoderarse del Estado, a monopolizar el poder y a someter a los ciudadanos.

Así, pues, los representantes de los partidos políticos y quienes nos gobiernan no son los únicos culpables. Los ciudadanos también tenemos nuestra parte de responsabilidad, que no es pequeña… con nuestro exceso de confianza en sus promesas electorales, bajo la presión mediática de  las campañas electorales y de algunos medios de información que dependen de las subvenciones y del dinero.

  En la actualidad, cuando en política se habla de sectarismo una gran mayoría de las conciencias vuelan a considerar el contexto de países o culturas donde la religión o las tradiciones imponen la horquilla de libertad de pensamiento a los que pretenden ejercer cualquier rango de actividad política. Sin embargo, el sectarismo en política tiene una presencia mucho más común, ya que desde hace siglos la sectorización de la sociedad en camarillas, partidos políticos o grupos de presión no sirven sino a intereses tan sesgados de la parte de sociedad que se agrupa en la que no cabe sino admitir que procuran fines sectarios, a veces más espurios que ideológicos, pero siempre al servicio de un núcleo concreto del grupo que mantiene invariables la causa de ser del mismo.

Cuando falta un sistema democrático libre y trasparente tanto para elecciones a los cargos internos del partido como de primarias para designar a los representantes autorizados en las listas electorales a cargos públicos, no está garantizada la renovación de las ideas y por tanto la apertura del partido a las nuevas generaciones de los que no se someten a la disciplina de los cargos consolidados.

Ese control de la institución exigiendo el sometimiento a las ideas y formas tradicionales, hace que muchos partidos hagan de la política una disciplina que, como acostumbran las sectas, se sostiene en principios irrenunciables de un sistema que, cuanto más satisface los ocultos intereses de los patriarcas, más se distancias de la realidad social que colma las expectativas de los ciudadanos. No hay que olvidar que los nuevos tiempos conllevan un dinamismo de cambio paralelo a la velocidad de la transformación de la tecnología, de la información y del conocimiento, pero sobre todo del deseado control de los ciudadanos sobre las instituciones; lo que en decenios pasados se confiaba a la fidelización ideológica a los líderes, actualmente está evolucionando a que sean éstos quienes hayan de justificar su fidelidad al pensamiento mayoritario de sus votantes.

Ya sea religioso o político, el sectarismo involucra a dos grupos de identidad hostiles que no solo están en desacuerdo en cuestiones de política e ideología, sino que además ven al otro bando como un grupo ajeno e inmoral. Las sensibilidades antagónicas entre los grupos, más que cualquier diferencia en cuanto a ideas, son las que provocan los conflictos sectario.

 Una de las características del sectario, es que presenta una nula capacidad para identificar sus errores o los de sus líderes. Otra característica del sectario es la naturaleza excluyente de sus ideas, debido al nivel de ideologización en el que vive inmerso; ergo, presenta una actitud de desprecio a la búsqueda de la verdad -y sobre todo-  de la realidad. En tertulias, no permite lugar al debate, y si por alguna razón incurre en un diálogo con quien exprese fluidez de ideas, será únicamente para imponer su punto de vista bajo cualquier parámetro. Para entendernos mejor, el “diálogo” sectario fija “cuál es la verdad”, “qué es lo que se puede decir”, “qué es lo que puede ser cuestionado y lo que no”, “qué es lo que tiene sentido y qué es lo que carece de éste”, “que es lo que está bien o lo que está mal” y “qué es lo que puede ser investigado y qué es lo que no puede serlo”. Ningún cuestionamiento puede ser real ante su imposibilidad de establecer cualquier racionalidad externa.

Tal vez –quizá- ya sea demasiado tarde, pues habremos construido una sociedad que no querremos conocer: sin intelectuales ni pensadores libres, sin hombres con principios ni valores que defiendan las ideas ajenas tanto como las suyas y que, por sobre todo, defiendan la verdad como principio y como fin supremo. Practicándolo, habremos institucionalizado el poder de las castas políticas sectarias y la Historia nos pasará la factura. Y en este punto no importará que seamos de izquierdas o derechas.

 


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