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Las mujeres en el Opus Dei, y en la iglesia católica


El 14 de febrero de 1930 Josemaría Escrivá entendió que la fundación que había iniciado en 1928, en principio solo para hombres, debía extenderse también entre las mujeres. Comenzó enseguida a trabajar en esa dirección, lo que no resultó tarea fácil, pues no se logró de forma estable hasta el tercer intento, ya en los años cuarenta: el 16 de julio de 1942 comenzará en Madrid el primer centro femenino de la historia.

Quizá la más famosa de todas las máximas del “Padre” sea la que se halla recogida en el número 28 de Camino: “El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo.”

Camino se dirige a hombres y mujeres, solteros y casados, de toda clase social y de cualquier profesión, lo cierto es que fue redactado pensando fundamentalmente en hombres, jóvenes, de buena familia, universitarios, y dispuestos a comprometerse a una vida de celibato. Unos hombres llamados justamente a no ser “clase de tropa”, antes, muy al contrario, “caudillos”. “¡Has nacido para caudillo!” (Camino, n◦. 16); “Viriliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo” (n◦. 833); “Me dijiste que querías ser caudillo” (n◦. 931). En la actualidad el Opus Dei cuenta con miembros solteros y casados, hombres y mujeres. Pero durante sus primeros veinte años de existencia (contando a partir de la fecha “oficial” de fundación)

Admitió sólo a personas solteras. En cuanto a las mujeres, inicialmente no entraban para nada en los proyectos de Escrivá. “Nunca habrá mujeres —ni de broma— en el Opus Dei” (citado en Gondrand, 63). Pero a los pocos días de escribir esta frase, una de aquellas intervenciones sobrenaturales en la vida de Escrivá, en el opus son aceptadas las mujeres.

Cabe preguntarse, desde luego, por las razones que hacen necesaria la existencia de esta sección de mujeres. Es por la sencilla razón que a las mujeres les son atribuidas en las Constituciones del Opus Dei: “la administración de las casas” del Opus Dei en el caso de las “numerarias” (art. 444.7), y “los trabajos manuales y el servicio doméstico” en las casas del Opus Dei en el de las “numerarias auxiliares” (en latín, “inservientes”, art. 440.2).

Escrivá percibió que los centros de la organización religiosa no hubieran podido funcionar sin que hubiese alguien –del sexo femenino- que realizara las tareas domésticas.

El papel de la mujer aparece en los textos y en el pensamiento de monseñor Escrivá no sólo como distinto, sino como subordinado al del hombre. Si en el caso del hombre, “al que pueda ser sabio no le perdonamos que no lo sea” (Camino, n. 332), en el de la mujer “no hace falta que sean sabias: basta que sean discretas” (n. 946). A las mujeres que llevan los centros de la Obra, el “Padre” les da consejos sobre la forma de preparar la comida, les recomienda “revistas de cocina”, y al regresar de sus viajes les proporciona “recetas nuevas”

Las palabras “sexo” y “sexualidad”, monseñor Escrivá las utiliza muy pocas veces. En general suele abordar el tema indirectamente, evitando el uso explícito del término, hecho que por sí solo podría ser ya significativo. “No te asustes al notar el lastre del pobre cuerpo y de las humanas pasiones: sería tonto e ingenuamente pueril que te enterases ahora de que eso existe” (Surco, n. 134). “Eso” es “el aguijón de la pobre carne, que a veces ataca con violencia” (Forja, n. 317, el remedio es “besar el Crucifijo”); son “las tentaciones de la carne” (Surco, n. 847; el remedio es “juntarnos estrechamente a Nuestra Madre en el Cielo”); son las “bajas tendencias” (Surco, n. 849)

«El "negocio" más importante son los hijos», dijo en una ocasión San Josemaría Escrivá a un empresario, para disuadirlo de una excesiva dedicación al trabajo a expensas de la familia.

Así pues, tenemos testimonios como el de María de Carmen Tapia, que pidió el ingreso en el Opus Dei en 1948.  María de Carmen Tapia considera al Opus Dei como la organización más conservadora, retrógrada y sectaria de la Iglesia Católica Romana.

María del Carmen Tapia, por su parte, publicó en inglés en 1983 un conocido artículo en el que denunciaba el carácter sexista del Opus Dei. Tras el umbral, tal es el título de su importante y valiente libro, resulta un testimonio enormemente clarificador

 En su libro considera al Opus Dei como una iglesia dentro de la Iglesia, con todas las características de una secta. Tapia permaneció en esta organización hasta 1966, cuando en Roma fue obligada por Monseñor Escrivá a pedir su dimisión.

 Afirma la autora del libro “Tras el Umbral": “Mientras tanto, me dijeron en el Opus Dei que el sufrimiento era normal, casi un paso requerido por Dios como signo de purificación. Me subrayaron una y otra vez que el sufrimiento había sido la piedra de toque para todos aquellos que entraron en el Opus Dei en la «etapa fundacional». El cilicio se usa alrededor del muslo atando las dos cintas extremas a guisa de pulsera; o bien, pasando la cinta por la anilla extrema y apretándola bien con una especie de semilazada. La generosidad de esta mortificación depende de lo mucho que se apriete el cilicio. Llega a producir un daño en el muslo —pequeñas heridas— que obliga a que el cilicio sea cambiado frecuentemente de pierna, para evitar posibles infecciones. La disciplina es un instrumento de autoflagelación, especie de látigo, que se usa en las nalgas desnudas, nunca en la espalda, a fin de evitar daños en los pulmones o costillas. Para ello hay que arrodillarse; se esgrime la disciplina con la mano y se imparten los latigazos por encima de los hombros a fin de que los golpes lleguen a las nalgas. La generosidad de esta mortificación depende de la fuerza con que se den los latigazos. “Añade

Una gran parte del cristianismo ha sido construida sobre el miedo y la cupabilidad. Se supone que la humanidad, corrompida por el pecado original, tiene necesidad de ser "rescatada" por el sufrimiento y los sacrificios (tanto de Jesús como de nosotros mismos). En último término, Dios aparece como un Dios envidioso de la felicidad de los seres humanos. Sin embargo, la revelación bíblica nos habla de algo muy distinto: el sacrificio de Jesús en la cruz ha de ponerse en relación con todo cuanto le antecede -su actividad profética- y con lo que viene a continuación: la resurrección. Que no nos engañen, ¡por favor! Porque la pura verdad es que la religión, las observancias sagradas, las normas eclesiásticas…, todo eso, nos tranquiliza. Pero también nos engaña. Como se ha dicho acertadamente, “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar” (Thomas Ruster). Lo vemos todos los días. La religiosidad tranquiliza nuestras conciencias. Por eso no me cansaré de repetir que solamente la BONDAD es digna de fe. Porque en la bondad, que se traduce en liberación del sufrimiento, ahí es donde podemos empezar a conocer a Dios, lo que es Dios y lo que quiere Dios de cada uno de nosotros. Y lo que necesitamos de Dios para ser auténticos cristianos de verdad.   

Es el amor, más que la procreación como tal, lo que habrá de inspirar y guiar la conducta de los esposos en el supremo ejercicio de su paternidad – maternidad ciertamente cristiana y con dimensión consciente y sustantivamente religiosa. La doctrina elaborada y difundida por el Padre de la Iglesia Oriental san Juan Crisóstomo, con nítidos conocimientos bíblicos y humanos, reconociendo que “si al principio se instituyó y potenció realmente el matrimonio para la procreación de la prole y esta se extendiera por todo el mundo por mar y por tierra, poblado este, su motivo principal habrá de ser la satisfacción del amor sexual”. 

Clemente de Alejandría y su discípulo Orígenes se autocastraron como signo de santidad. Tertuliano: “El matrimonio se basa en la fornicación”. San Jerónimo: “Los casados viven a la manera del ganado y no se diferencian de los cerdos y las bestias insensibles”. San Agustín pedía a los casados tener sexo sólo para procrear. Tertuliano: “la mujer es una puerta de entrada al infierno; llevó a la caída y a la muerte del Hijo de Dios”. En el Sínodo francés de Macon (finales del siglo VI), se discutió sobre la necesidad de convertir a las mujeres en hombres antes de la resurrección, pues un obispo decía que “las hembras no son seres humanos”.

Santo Tomás de Aquino (1225-1274): “Como individuo, la mujer es un ser endeble y defectuoso, indispensable para la preservación de la especie, del alimento y la bebida”. Hasta Martín Lutero (1483-1546): las mujeres deben estar sojuzgadas a sus maridos, darles a ellos tantos hijos como les sea posible, y sobre la razón de su existencia, declaró: “Pero aunque trabajen y mueran, esto no importa, dejad que mueran finalmente trabajando, esta es la razón de que estén aquí”. Este desprecio del sexo y la mujer llevó a prohibir el sexo a los clérigos. La práctica sexual era contraria a la santidad. Hay que impedírsela a los mediadores de la divinidad, para que sean atendidos en su mediación e intercesión. Malinterpretan a Pablo, identificando sexo y “carne”: “los que están en la carne no pueden agradar a Dios” (Rm 8,8) (Decretal Directa del Papa Siricio a. 385).

Sin embargo, para el Maestro, Jesús, las mujeres no se limitaban a fregar platos… Marcos dice de ellas es que “servían” a Jesús cuando estaba en Galilea.

¿Qué clase de servicio prestaban en el grupo? Normalmente se piensa que hacían trabajos “de mujeres”, es decir: cocinar, servir la mesa, lavar los platos, coser la ropa. Un grupo itinerante como el de Jesús necesitaría de alguien que se ocupara de estos menesteres.
Y bien podía haber sido ésa la tarea de ellas. Pero, en primer lugar, vemos que muchas de estas funciones en el grupo de Jesús las cumplían los varones. Así, los discípulos aparecen sirviendo la comida (Mc 6,41), recogiendo las sobras que quedaban (Jn 6,12), comprando alimentos (Jn 4,8). Éstas, pues, no se consideraban tareas femeninas.
Además, en el Evangelio de Marcos la palabra “servir” no significa hacer tareas domésticas, sino anunciar el Evangelio. En efecto, Jesús al hablar de su misión en este mundo, dijo que él no vino “a ser servido sino a servir, y a dar su vida” (Mc 10,48). O sea que servir, en el lenguaje evangélico, equivale a dar la vida por los hermanos, pero cumpliendo una misión evangelizadora. Ésa misma, dice Jesús, es la misión de todo discípulo (Lc 12,35-48; 17,7-10). Incluso la perfección cristiana se obtiene con el servicio (Mt 25,44).

O sea que si estas mujeres “servían” a Jesús, es porque de alguna manera predicaban el Evangelio, sanaban enfermos, expulsaban demonios y realizaban las mismas tareas de los demás discípulos. También Lucas menciona a las mujeres discípulas al final de la vida de Jesús (Lc 23,49; 23,55). Pero este autor nos depara una sorpresa, pues hizo algo que ningún otro evangelista se animó a hacer: las menciona como acompañantes de Jesús durante su vida pública. En efecto, en cierta ocasión en que Jesús iba de viaje por Galilea, dice Lucas:
“Recorría las ciudades y pueblos, proclamando y anunciando el Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana, y muchas otras que lo servían con sus bienes” (Lc 8,1-3).

 

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