La maledicencia, la calumnia y la corrección fraterna
Nos dice nuestro Señor que "si un hermano peca -o sea,
falla en cualquier cosa de moral o dignidad en su comportamiento- repréndelo a
solas entre los dos. Si te hace caso, habrás salvado a tu hermano". Con
esto nos está diciendo el Señor que la corrección es un bien y un servicio que
se hace al prójimo. Pero aquí también hay reglas del juego, y hemos de tenerlas
muy en cuenta para practicar cristianamente estos consejos de nuestro Señor.
La corrección fraterna posee una profunda entraña
evangélica. Jesús exhorta a practicarla en el contexto de un discurso sobre el
servicio a los más pequeños y el perdón sin límites: “Si tu hermano peca contra
ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” Mt 18, 15.
La corrección fraterna cristiana nace de la caridad, virtud
teologal por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor a Dios. Al ser la caridad el “vínculo de la
perfección” Mt 16, 23.
"Donde dos o más
estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Esto es muy
importante a la hora de tomar conciencia de lo que significa una reunión
(eklesia) de los seguidores de Jesús.
Jesús no sólo ofrece perdón, sino que pide a los hombres que
perdonen, de una forma que sigue resultando paradójica e incluso escandalosa,
pues aquellos que parecen pecadores (pequeños, hambrientos, rechazados,
víctimas) son precisamente los que tienen que perdonar a los “grandes” y
limpios de la sociedad. Los sacerdotes
oficiales perdonaban a los convertidos, que volvían a cumplir la Ley, como
mandaban los ritos y las buenas tradiciones. El proceso era claro: los
manchados debían limpiar su impureza, los pecadores dejar el pecado y volver a
la alianza. La misma ley que condenaba al pecador le ofrecía, al mismo tiempo,
un camino de perdón, si se convertía y volvía al pacto. Pero Jesús inicia un
camino distinto
¿Qué significa estar
reunidos en su nombre? No se trata de compartir y aunar criterios humanos, sino
de aceptar los criterios de Jesús. Se trata de estar identificados con la
actitud de Jesús, es decir, buscando únicamente el bien del hombre, de todos
los hombres. Esa es la única manera de hacer presente a Jesús.
La delicadeza y el
cariño son rasgos distintivos de la caridad cristiana y también, por tanto, de
la práctica de la corrección fraterna. Para asegurar que esa advertencia es
expresión de la caridad auténtica, importa preguntarse antes de hacerla: ¿cómo
actuaría Jesús en esta circunstancia con esta persona?
El sistema
político/religioso necesita un talión (¡a cada uno según su merecido!),
controlando el perdón desde arriba. En contra de eso, Jesús sitúa a los hombres y mujeres
ante el don y tarea del perdón, haciéndoles capaces de superar una justicia
legal que, cerrada en sí, puede acabar destruyendo a todos.
Estamos en el límite entre el hombre antiguo (que dominaba
el mundo con métodos de muerte, que nos han llevado a la crisis actual) y un
tipo de hombre nuevo, que sólo podrá vivir si supera los esquemas de muerte (de
violencia irracional e incluso de pura justicia legal).
Del catecismo de la
iglesia católica: El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda
actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC can.
220). Se hace culpable.
De juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como
verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el
prójimo; Es pasar del pensamiento «de pensar mal» a «decir mal«. La diferencia
entre el juicio temerario y la calumnia, es que no lo dice «como dándolo por
seguro». Es la tendencia nuestra al juicio negativo: es una temeridad hacer tal
afirmación. Además estas empujado a quien te escucha a participar de tu
sospecha. De ahí la temeridad. De calumnia
el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y
da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el
honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la
dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su
reputación y a su respeto. Así, la
maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y de la
caridad.
La maledicencia es como un mundo oscuro que ve el mal donde
no se encuentra, y se ciega para ver cualquier forma de bien. No entiende de valores, ni de heroísmo, ni
de santidad. El murmurador salpica todo lo que pueda ser bueno a su
alrededor para que el mundo se vista de tinieblas, egoísmos y bajezas. Nadie puede ser bueno para el murmurador,
quizá porque el ladrón piensa que todos son de su condición… ”La mentira
consiste en decir falsedad con intención de engañar” (San Agustín, De mendacio, 4, 5). El Señor denuncia en la mentira
una obra diabólica: “Vuestro padre es el diablo… porque no hay verdad en él;
cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y
padre de la mentira” (Jn 8,44)» (Catecismo, 2482).
«La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la
verdad que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete
y los daños padecidos por los perjudicados» (Catecismo, 2484). Puede ser materia de pecado mortal «cuando
lesiona gravemente las virtudes de la justicia y la caridad» (ibidem). Hablar
con ligereza o locuacidad (cfr. Mt 12,36),
puede llevar fácilmente a la mentira (apreciaciones inexactas o injustas,
exageraciones, a veces calumnias).
Los mediocres y los resentidos hacen de las
conductas más limpias o de los propósitos más normales y honestos una maraña
para buscarles enseguida una intención turbia o viciosa. El mediocre tiene el
talento negativo, que emplea con tesón en descubrir en los demás la bajeza o la
ruindad que a él le caracterizan.
La calumnia está considerada como un modo de difamación que
destruye a la persona afectada, no sólo por las heridas que produce, sino por
la dificultad de repararlas. Aunque a uno le importe poco la opinión ajena, la
calumnia abre las puertas a la duda. La calumnia tiene su mejor cómplice en el
piensa mal y hace tambalear hasta las más firmes convicciones acerca de la
rectitud o la honradez de una persona, incluso una vez aclarada la mentira.
Amistades solidas han sucumbido al insidioso enredo de las maledicencias
deliberadas. El veneno de la calumnia ha roto parejas y ha desmembrado
familias, igual que ha provocado depresiones y sembrado discordias
irreparables.
Hasta principios del siglo XX, el honor y la honra eran los
bienes más preciados de las personas y su pérdida se consideraba irrecuperable.
Cuando alguien ofendía el honor y la honra de un individuo, esta ofensa se
lavaba con sangre generalmente en un duelo, en nuestro país con arma blanca.
Matar de cerca no es lo mismo que matar de lejos al igual que difamar.
La calumnia, encubre,
vela, tapa y oscurece todo aquello de bueno que puede haber en una persona.
Mentiras, e injurias cubren a la víctima endosándole una culpa que no le es
propia. En muchos casos, deberá pasar un buen tiempo antes de que la persona se
vea libre de las consecuencias de una calumnia.
Quienes se deleitan
en la calumnia suelen ser personas que, no teniendo otro modo de sobresalir, lo
hacen hundiendo a los demás. Decía el dramaturgo español Jacinto Benavente “Cuando los calumniadores callan es que
algo estamos haciendo mal, cuando sueltan su lengua es porque algo debemos
estar haciendo bien.”
No deberíamos dejar
que los calumniadores logren su propósito. Es decir, no deberíamos dejar que
nos afecte su veneno. No dejemos que sus mentiras nos hagan descender al
mismo nivel al que aquellos, voluntariamente han decidido bajar. La calumnia ha
logrado su objetivo el momento en que empezamos a actuar en injustica como se
ha actuado con nosotros.
La victoria es nuestra cuando, en lugar de lo anterior,
alabamos al Señor conforme a su justicia.
¡La calumnia no puede
ser otra cosa que la venganza de los cobardes!
Nunca es tarde para el cambio. Siempre es tiempo para amar,
para vencer el mal a fuerza de bien (Rm
12, 21). No es fácil, ciertamente,
ofrecer amor y misericordia al que ha calumniado y ha quitado, con sus bajezas,
con su lengua miserable y traicionera, la fama y el honor de otros, tal vez nuestra
propia buena fama…
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