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El clericalismo es un cáncer en la Iglesia

 


El titular de Málaga acogió en su diócesis al cura Fortes sin hablar previamente con el obispo de Almería y, por supuesto, sin consensuar su traslado en absoluto. Más aún, sabiendo que monseñor Cantero se oponía a su excardinación y, para evitarla, le ofreció toda una serie de “salidas” pastorales al sacerdote.

Afirma José Manuel Vidal: "La incardinación tiene tal importancia para la institución que el Código de Derecho Canónico establece cantidad de requisitos y cautelas para romperla y permitir la excardinación de un sacerdote. Requisitos que se ha saltado a la torera monseñor Catalá, para acoger con todos los honores e incardinar en su diócesis al sacerdote almeriense, Carlos María Fortes" pero, el titular de Málaga acogió en su diócesis al cura Fortes sin hablar previamente con el obispo de Almería y, por supuesto, sin consensuar su traslado en absoluto.

El clericalismo es un cáncer en la iglesia. Y eso no es solo un abuso o desviación ocasional. Es el sistema mismo cuando divide a los cristianos en dos clases: clero y laicos, ordenados y no ordenados, como si esa separación fuera institución divina. Las iglesias cristianas tienen necesidad urgente de regresar al Evangelio. Deben reafirmar a sí mismas y al mundo que en una comunidad de discípulos de Jesús, hay un solo orden: los bautizados en Cristo. De esto, como servicios y funciones, dependen todos los ministerios que las comunidades necesitan.

El clericalismo designa una manera desviada de concebir el clero, una deferencia excesiva y una tendencia a conferirle superioridad moral.

El papa Francisco dio una breve descripción de este fenómeno: “los clérigos se sienten superiores, se alejan de la gente”. Y añade que el clericalismo puede estar “favorecido por los mismos sacerdotes o por los laicos”.

Ciertamente, ¡los laicos también pueden caer en el clericalismo! Pueden creer que sus contribuciones a la vida de la Iglesia son de segundo orden o que en todas las cosas “el sacerdote necesariamente sabe más...”

Los sacerdotes ordenados siguen siendo seres humanos, sujetos a cometer todos los errores (y pecados) que la gente común puede cometer.

Jesús no cuestionó el hecho de que sus apóstoles tuvieran autoridad sobre otros; más bien les enseñó y les mostró que esta autoridad está destinada a servir.

“Vosotros sabéis que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre vosotros no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser vendido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20,20-28) pero al contrario de todo esto muchos clérigos se creen poseedores de la verdad y dicen poder perdonar los pecados en la confesión, aunque su propia alma esté “bañada en pecados”.

Los mismos apóstoles cometieron toda clase de errores, ya fuera al malinterpretar las palabras de Jesús o al traicionarlo. No deberíamos creer que sus sucesores están a salvo de estas faltas.

Al dar una mirada al pasado, descubrimos como el sacerdote llegó a tener un estatus de sacralidad que le apartaba de la comunidad.  La edad media construyó la teología del sacramento del orden, centrada en la sagrada potestad y el carácter sacerdotal, dejando en sombra la dimensión de servicio a la comunidad eclesial; el presbítero empieza a llamarse con toda normalidad “sacerdote”, el cual existe segregado de la comunidad y del mundo, distinguido por encima de los fieles por su poder sacerdotal. No importa que sea mal sacerdote, que predique o no, que sirva o no a la comunidad o que la dañe con su anti-testimonio, que tenga fe o no, que sea o no sacramento de Cristo, lo esencial es el poder sagrado que posee; todo lo cual contradice los datos del Nuevo Testamento que habla en términos de servicio y no de poder (Mt 18,1-5; 20,25-27; Mc 10, 45; Jn 13,12-15; 1Tes 2,8; Flp 1,8). La relación no es ya la de la Iglesia primitiva: comunidad-ministerio, sino sacerdote-laico.

A pesar de los documentos del Concilio y de los documentos magisteriales sobre ministerio del orden, el clericalismo persiste y en los últimos años ha sido causante de una las crisis más grandes de la Iglesia Católica en relación con los abusos de poder. Resta entonces concluir que se necesita una renovación espiritual en la jerarquía de la Iglesia, una conversión, una nueva efusión del Espíritu Santo que sería como un nuevo amanecer para la Iglesia y que está principalmente en la responsabilidad de los Obispos, quienes no solo habrán de velar por la vida espiritual de sus sacerdotes sino también por la formación inicial y permanente.

Afirma el Papa Francisco: “Urge, formar ministros capaces de proximidad, de encuentro, que sepan enardecer el corazón de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con sus ilusiones y sus temores. Este trabajo, los obispos no lo pueden delegar. Han de asumirlo como algo fundamental para la vida de la Iglesia sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento. Además, una formación de calidad requiere estructuras sólidas y duraderas, que preparen para afrontar los retos de nuestros días y poder llevar la luz del Evangelio a las diversas situaciones que encontrarán los presbíteros, los consagrados, las consagradas y los laicos en su acción pastoral»

Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así olor a oveja y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a acompañar.

La utopía de Jesús de una comunidad fraternal donde todos sean hermanos y hermanas, sin divisiones ni títulos (cf. Mt, 23, 8 ) es sustituída por la mecánica del poder centralizado del clero que garantiza hasta el fin de los tiempos, así piensan los clérigos, la reproducción de los instrumentos de salvación.

El proyecto popular de Iglesia está hoy amenazado por la Iglesia clerical. Ésta, hábilmente, ha entendido el peligro que significa para el ejercicio tradicional del poder el nuevo consenso eclesial basado no en el clero (sociedad jerarquizada) sino en la comunidad fraternal. No es necesario enumerar las distintas estrategias de la Curia romana para desestabilizar la Iglesia de base y para reforzar el eje clerical. Sus estrategas lo hacen con una buena voluntad inagotable. Están seguros de cumplir una misión divina. Se sienten defensores del pueblo fiel indefenso porque lo consideran incapaz de elaborar reflexivamente su propia fe y de dar razones de su esperanza.

Con razón decía Pascal: "Nunca se hace tan bien el mal como cuando se hace con buena voluntad". Por causa de este error Jesús fue crucificado, todos los profetas anteriores a él fueron masacrados y, hoy, esa lógica perversa continúa. La Iglesia clerical está haciendo muchas víctimas y provocando un sufrimiento injusto. Centralizada en sí misma y en su propio poder es una expresión de lo que Pablo llama la carne. La carne trae la muerte (Rom, 8,6; Gál, 6,8). La carne no entiende las cosas del Espíritu (Rom, 8,5).

Si a pesar de todo este esfuerzo el proyecto popular de Iglesia fracasara, no será por falta de compromiso de cristianos lúcidos y osados. El sueño de Jesús seguirá siendo un sueño. Pero El sueño de Jesús no puede seguir siendo un sueño. Debe hacerse fuerza histórica para los que necesitan la liberación y se organizan para traducirla en prácticas creadoras de vida.

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