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La “Leyenda Negra” pretende convertir en víctima a los victimarios

 

El 12 de octubre de 1492 inició el genocidio más grande de la historia. Al menos 90 millones de indígenas fueron exterminados.

Historiadores coinciden que el 12 de octubre, conocido como el día del Descubrimiento de América, el Día de la Raza o el Encuentro de Culturas, no es una fecha para celebrar.

Cuando los españoles llegaron a América había 70 millones de habitantes. Un siglo y medio después, la población se redujo a 3,5 millones, dice Eduardo Galeano en «Las venas abiertas de América Latina»

La masacre es gigantesca. Los amerindios, diezmados, son demasiado poco numerosos para constituir una fuerza de trabajo suficiente, por lo que las potencias coloniales recurren al uso de la mano de obra africana a fin de continuar la tarea colosal que supone el mayor pillaje de todos los tiempos.

La primera causa del descenso de la población indígena fue, con diferencia, la epidemiológica. Lo cual, no lo olvidemos, ha sido una constante en la mayor parte de los grandes procesos expansivos de la Historia. Las bacterias viajaron junto a los españoles que, sin ser conscientes, introdujeron un arma letal frente a las poblaciones sometidas. Estas enfermedades nuevas (influenza, viruela, gripe, sarampión, varicela, peste bubónica, etc.) se sumaron a otras endémicas que ya padecían ellos, como la sífilis, la tuberculosis o la disentería.

Las enfermedades se cebaron con los nativos por dos motivos: uno, su aislamiento durante milenios, es decir, que no tenían inmunidad alguna ante ellas. Y otro, porque cuando les sobrevinieron, una detrás de otra, se encontraban subalimentados y vivían en pésimas condiciones de vida y de higiene. Ya lo denunció el padre Las Casas al señalar que las epidemias fueron más virulentas por el extenuante trabajo al que se vieron sometidos, por la escasez de alimentos y “por su desnudez”.

Al respecto escribió el destacado periodista y escritor español David Jiménez en una columna en el New York Times hace un par de años, donde dijo que “las escuelas españolas enseñan que los conquistadores fueron aventureros que llegaron a América tras grandes odiseas, civilizaron el Nuevo Mundo y sirvieron con honor a sus reyes, que los premiaron con oro y propiedades (…) Para que el 12 de octubre sea una verdadera celebración de la hispanidad, España debería ofrecer la reparación de la verdad y empezar por recordar también a las víctimas de la Conquista, no solo a sus héroes”.

Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria.

El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: “Cierren los ojos y recen”. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”

La historiadora Aline Helg nos recuerda que de 8 a 10 millones de africanos murieron “durante su captura en sus tierras de origen, en las marchas para alcanzar los puertos africanos y durante la larga espera en los depósitos costeros” antes de ser embarcados y amontonados en las bodegas de los barcos negreros que partían para el “Nuevo Mundo”. Finalmente, al menos 12 millones de africanos arrancados a su tierra natal son deportados hacia las Américas y el Caribe entre el siglo XVI y el XIX. Sin embargo un gran número de entre ellos, aproximadamente 2 millones, en torno al 16% del total, no sobrevivirá el viaje y perecerá durante la travesía transatlántica antes de llegar a su destino en las colonias europeas.

Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los indios de sus símbolos de identidad. Se les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y soñados en el lejano día de la Creación. Desde los frailes y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los indios en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los paganos idólatras. Se usa al Dios de los cristianos como coartada para el saqueo.

En Latinoamérica, el doce de octubre es, sin embargo, más polémico.

Los guatemaltecos consideran que desde el “descubrimiento de América” han sido sometidos y oprimidos, y aprovechan la fecha para denunciar la discriminación. La desigualdad entre los colonizadores y los colonizados sigue siendo una realidad de Guatemala. Las clases altas están constituidas por descendientes de los colonos, mientras que las clases bajas y las familias pobres son nietos y bisnietos de las familias indígenas que habitaban la zona antes de la llegada de los españoles. Por ello, el país centroamericano celebra el “Día de la Resistencia Indígena”.

Mujeres esclavizadas que eran violadas para, una vez embarazadas, venderlas a mejor precio. Harenes forzosos que podían llegar a estar formados por hasta 20 nativas –«las tienen en hierros y las azotan y trasquilan para que hagan su voluntad, y como todos son de la misma opinión se tapa y disimula todo», denunciaba el religioso Luis Morales–. Bebés arrancados de la teta de la madre y arrojados contra las piedras. Jóvenes ofrecidas como señal de cortesía por los caciques.

Las mujeres, según recogía el cronista bogonato Juan Rodríguez Freyle, eran «sabandijas», «víboras, cabezas de pecado y destrucción del paraíso»

La antropóloga Rita Segato mantiene que, con la llegada de los conquistadores, «se pasó de un patriarcado de baja intensidad a uno de alta» a medida que se fue instalando la idea del macho violento y viril construida con la imagen del colonizador.

«La violación colonial perpetrada por los señores blancos a mujeres indígenas y negras, y la mezcla resultante, está en el origen de todas las construcciones sobre nuestra identidad nacional»,  asegura la filósofa afrobrasileña Sueli Carneiro.

Lo que hizo Colón con los indios arawaks, lo hizo Cortés con los aztecas más tarde en México y Pizarro con los incas en Perú. Tanto en México como en Perú los indios recibieron a los españoles con toda cordialidad (tal como habían hecho los arawak con Colón) hasta que se dieron cuenta de las intenciones de los conquistadores, que eran las de quitarles su tierra y sus riquezas y esclavizarlos. Y, como consecuencia de la superioridad de las armas de los españoles, lo consiguieron.

Tal como lo definió y documentó Bartolomé de las Casas, aquella conquista fue una auténtica masacre y genocidio de las poblaciones indígenas que existían en aquel continente. Sus datos han sido confirmados, uno por uno, por el profesor de Historia de la Universidad de Harvard, Samuel Eliot Morison, quien, en su libro Christopher Columbus, Mariner, escrito en 1954, utilizó por primera vez el término genocidio para definir aquella conquista.

El 12 de octubre no se descubrió nada, sino que comenzó una conquista, que exterminó a millones de personas, que estableció una jerarquía racial y significó un enorme saqueo de recursos naturales, expolio de tierras y de la cultura de los pueblos indígenas, cuyas consecuencias todavía se dejan notar entre los países Latinoamericanos y Caribeños. Nada que celebrar.

Desde la perspectiva de hoy (Declaración Universal de Derechos Humanos), tal invasión no admite justificación alguna, ni por razones políticas, ni religiosas. Pero sí podemos lamentar el infortunio de aquellas gentes, reprobar los hechos execrables y reconocer el mal causado.

12 de octubre: ¿Celebrar, conmemorar o mejor reflexionar?


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