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¿Es el papa Francisco un papa marxista y populista?

Él papa Francisco entiende que el actual sistema económico apoyado en el individualismo y en ese relativismo cultural tan propio de los tiempos posmodernos, deriva en lo que él denomina una “cultura del descarte”. A esto debemos sumarle el hecho de que Francisco afirma que este modelo deviene necesariamente en un globalismo que acaba imponiendo una cultura hegemónica que elimina la diversidad cultural. Bajo esta lógica globalista, la fraternidad es solo aparente y los humanos, en vez de transformarse en prójimos, se convierten en, apenas, socios.

Francisco inmediatamente trata de separarse de las lecturas del “populismo de derecha” porque entiende que éstas acaban en un nacionalismo expulsivo que en vez de entender que “pueblo” es una categoría abierta, arrojada a la interacción con los otros, postulan una noción cerrada de pueblo como algo homogéneo y dado.

Después del fracaso de las ideologías marxistas, y del capitalismo liberal, cada vez son más, los que asumen el distributismo, como una alternativa a las mismas. Esta teoría elaborada por personajes de la talla intelectual de G. K. Chesterton y Hilaire Belloc a principios del siglo XX propugna que la propiedad privada sobre los medios de producción debería estar distribuida lo más ampliamente posible entre la población, en vez de estar centralizada bajo el control de unos pocos burócratas del gobierno (como en muchas formas de socialismo) o en una minoría que controla los recursos (como en muchas formas de capitalismo). O resumiendo como decía G.K. Chesterton: "Demasiado capitalismo no quiere decir muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas.” En cualquier caso, lo realmente importante es leer en profundidad cualquier documento antes de emitir una opinión y no dejarse llevar por los titulares de prensa de una u otra ideología. Lo que nos propone el Papa Francisco no es una utopía, sino algo posible y realizable.

El distributismo se ha descrito a menudo en oposición tanto al socialismo como al capitalismo, que los distributistas ven como igualmente defectuosos y explotadores. Además, algunos de ellos argumentan que el socialismo es la conclusión lógica del capitalismo, ya que los poderes concentrados del capitalismo finalmente capturan el Estado, resultando en una forma de socialismo. Busca subordinar la actividad económica a la vida humana como un todo; a nuestra vida espiritual, intelectual y familiar. Algunos lo han visto más como una aspiración, que se ha realizado con éxito a corto plazo mediante el compromiso con los principios de subsidiariedad y solidaridad (que se están construyendo en cooperativas locales, financieramente independientes, y pequeñas empresas familiares), aunque los defensores también citan períodos como el final de la Edad Media a modo de ejemplos de la viabilidad histórica a largo plazo del distributismo.

Benedicto XVI afirma que: "la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona" (CV, 45) y el Papa Francisco reconoce que: “La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada” (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, párr. 189.)   Pero lo hace sin caer en el populismo ni el clientelismo político: “Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo»”; en otras palabras, con un propósito de fraternal solidaridad y con una disposición a la colaboración en beneficio mutuo, porque “la dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero desarrollo integral”

El papa León XIII afirmó, en su encíclica, que es probable que las personas trabajen más duro y con mayor compromiso si ellas mismas poseen la tierra que trabajan, lo que a su vez les beneficiará a ellas y a sus familias, ya que los trabajadores podrán mantenerse a sí mismos y a su hogar. Plantea la idea de que, cuando los hombres tengan la oportunidad de poseer una propiedad y trabajar en ella, “aprenderán a amar la misma tierra que rinde, en respuesta al trabajo de sus manos, no sólo comida para comer, sino también una abundancia de cosas buenas para ellos mismos y para los que les son queridos” (León XIII, 1891, pág. 47). Afirma tambiénque la propiedad no sólo es beneficiosa para la persona y su familia, sino que es de hecho un derecho, ya que Diosha “dado la tierra para uso y disfrute.

Es notable cómo muchos católicos y otros cristianos se inclinan a favor de tesis que son producto de la ideología socialista, incluso de los preceptos más extremos del Marxismo y el Leninismo. En otras palabras, confunden la Justicia Social que formula la Iglesia con los esquemas del ultrasocialismo o del comunismo (también disfrazado como "socialismo real" o "progresivismo"). El Obispo Fulton J. Sheen ya estaba aclarando esta cuestión en pocas palabras y con notable precisión desde la década de 1960, subrayando que aunque las protestas del comunismo coinciden con algunos de los principios de la Iglesia: «En realidad, hay una crítica mucho mejor del orden económico existente, basado en la supremacía del lucro, en dos encíclicas de León XIII y Pío XI que en todos los escritos de Marx. Pero las reformas del comunismo son erróneas, porque se inspiran en los mismos errores que combate. El comunismo comienza con el error liberal y capitalista de que el hombre es un ser económico y, en lugar de corregirlo, no hace más que intensificarlo hasta que el hombre acaba siendo un robot en una gigantesca máquina económica. Existe una relación más estrecha entre el comunismo y el capitalismo monopolista de lo que sospecha la mayoría de las personas. Ambos están de acuerdo en la base materialista de la civilización; sólo difieren en saber quién dominará esa base: los capitalistas o los burócratas».

Dicen que Francisco es comunista, el papa francisco  más bien es distributista, es decir, chestertoniano, porque el gusto por disfrutar de las pequeñas cosas es lo que Chesterton y su compañero de ‘Chesterbelloc’, Hilaire Belloc, oponían, tanto a socialismo como a capitalismo. Traducido al debate económico de ahora mismo -tanto la encíclica Alabado seas como El Estado Servil de Belloc, el libro manual del distributismo- comunismo y capitalismo son iguales: es la misma acumulación de poder -lo grande- que resulta ingobernable y encima esclaviza a lo pequeño: el Estado no es malo por ser púbico sino por ser grande, casi siempre la empresa más grande de un país.

Belloc pronosticó el advenimiento del Estado Servil sobre la base de la necesidad de reducir y eliminar las tensiones que produce en la sociedad capitalista la coexistencia de un nivel elevado de libertad y una fuerte concentración de la propiedad. Dichas tensiones se ponen de manifiesto en las contradicciones entre la realidad social y los valores éticos de la sociedad, basados en unos fundamentos religiosos que se encuentran en crisis. Estas contradicciones dan lugar a su vez a un esfuerzo reformador, generalmente bienintencionado, que trata de mitigar efectos negativos como la miseria o la inseguridad.

Francisco lo explica así: “Vuelvo a hacer mías y a proponer a todos unas palabras de san Juan Pablo II cuya contundencia quizás no ha sido advertida: «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». “La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades, añade

Fratelli tutti intenta, entonces, dejar el legado teórico de Francisco sobre esta problemática y nos permite indagar en los fundamentos de una toma de posición que no logra comprenderse del todo si se la piensa en los términos simples de derechas e izquierdas.

 Para el obispo de Mondoñedo Ferrol, Fernando Cadiñanos, “la formación sociopolítica en la Iglesia es muy urgente, porque nos jugamos que la presencia de lo cristiano se vea reducida a la nada a nivel social y cultural. Es importante que los cristianos estén presentes en la política y la economía, y generen una nueva cultura más acorde con la enseñanza social de la Iglesia” “Hay que volver a los Hechos de los Apóstoles, que hablan de pequeñez, de fermento, de comunidad pequeña que transforma. Estamos acostumbrados a una Iglesia de cristiandad, de masas, a un país sociológicamente cristiano. Tenemos que cambiar el chip y pensar en la comunidad cristiana como en la Escritura, donde viven en una situación de pequeñez. Desde ahí se transforma a lo grande. En estos momentos, el mayor reto de la Iglesia es la transmisión de la fe” añade

La iglesia no es un grupo más entre los grupos de poder económico y cultural, social y religiosa, sino hogar de inmersión y renacimiento personal y social, como lo muestra el signo del bautismo.

Hemos creado una conciencia falsa de poder, de riqueza, de dominio sobre los demás… Corremos el riesgo de perder la verdadera sabiduría humana, el conocimiento de uno mismo, el reconocimiento de los demás, el gozo de la hermandad, del respeto, el auténtico placer‒placer del sol de cada día, de la lluvia en la ventana, de las manos que se acarician, del perdón que nos hace caminar de nuevo.

Si no cambiamos nuestra “conciencia”, nuestra forma de pensar y ser, no podremos “salvarnos”, es decir, no podremos vivir en el futuro. Así comienza diciendo Jesús en el evangelio de Marcos cuando dice “si no os convertís…”. Esa palabra convertir, tanto en su fondo semita como en la formulación griega del texto, significa “cambiar de conciencia” (meta‒noeín, meta‒noia: Un conocimiento nuevo de la realidad).

Si no cambiamos de “conciencia”, de forma de pensar y de ser, en unas pocas generaciones podemos destruir nuestra vida en el planeta… y de eso tiene la culpa un tipo de “progreso” que vinculamos a la producción de medios de consumo en clave de poder, no de vida. Tenemos miedo de vivir de verdad, en amor, y por eso queremos producir y producir cosas para el consumo, para consumirnos nosotros, sin ser de ver. Esa conciencia de “poder” absoluto, de disfrute ilimitado a costa de otros, de la vida en el planeta…, en un mercado donde todo se compra y vende, con medio políticos de engaño e imposición nos terminará matando, si no cambiamos.



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