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Las críticas de Ayuso y Vox al Papa por reconocer los errores de la conquista de América

 

Masacres, asesinatos, amputaciones de manos y pies, heridas curadas con aceite hirviendo, violaciones… semejantes crímenes parecen sacados de una mente perturbada. Sin embargo esto era el día a día en las batallas que tuvieron lugar durante la conquista de América. Un periodo de nuestra historia que tiende a mitificarse obviando sus pasajes más oscuros.

En la colonización de América, a finales del siglo XV, se mató a tantas personas que se perturbó el clima de la Tierra.

En solo 60 años, la población nativa se redujo de 6.500 a menos de 900 personas en los 18 pueblos del estudio. “En el suroeste de Nuevo México, el primer contacto se produjo en 1539, pero las cifras de población indígena no se resintieron hasta 1620. A partir de esa fecha la despoblación es muy rápida. Desde 1620 a 1680 la mortalidad fue asombrosamente alta: alrededor del 87% de la población nativa murió en ese periodo tan corto”, explica Matthew Liebmann, profesor del departamento de Antropología de la Universidad de Harvard y autor del trabajo publicado en PNAS.

De acuerdo con los investigadores, la alteración que provocó el asentamiento europeo en el continente americano llevó al abandono de una enorme superficie de tierras agrícolas que fue ocupada por árboles de rápido crecimiento y otro tipo de vegetación.

Los efectos del proceso colonizador no solo recaerían sobre la población y economía indígena, pues, desde su misma llegada, los españoles contribuyeron directamente a la modificación del entorno natural de los lugares donde se asentaban. Con la ocupación hispana de Chiloé comenzaron a esbozarse transformaciones locales que paulatinamente irían alterando la fisonomía del paisaje ecológico

En cuanto a la tierra, ésta cambió de dueños y de usos. Así, el agua de riego abandonó la milpa y fue para los cultivos españoles. Terrenos agrícolas y montes fueron talados para que pudiera alimentarse el ganado introducido. Ante esto, no sorprende el comentario de Bonfil

( etnólogo, antropólogo y escritor mexicano) “La erosión creció en el altiplano al parejo de la ocupación española, insaciable en su demanda de madera para construcciones, leña para sus hogares, andamios para sus minas y combustible para diversos usos” (Bonfil, 2009:142)

Los efectos de la conquista en el nuevo mundo fueron diversos. Incluso, se puede afirmar que existió un impacto al ecosistema al modificar la relación que habían tenido los humanos con la naturaleza. Los alimentos empleados, la deforestación y la densidad de la población humana.

La modificación en la dieta de la población fue drástica; mientras que los naturales se alimentaban de maíz, frijol, calabaza, amaranto, mezquite, verdolagas, venado, conejo, liebre, perro, codorniz y guajolote, Los conquistadores introdujeron ganado porcino, caprino, bovino, aviar (pollo, principalmente) y el trigo necesario para la elaboración del pan desplazó al maíz en las mejores tierras de cultivo

El decremento que sufrieron las poblaciones mesoamericanas humanas a raíz de la conquista, fue tan grande que debió modificar el ecosistema aunque no exista una cuantificación de lo alterado. Según las cifras que comenta Bonfil, en el continente americano de 80 millones de personas antes de la conquista, la población se redujo a 10 millones. Mientras que para el caso particular de México, la población disminuyó de 25 millones a un millón. Y el caso extremo, el Valle de México, que de los 3,000,000 de habitantes a la llegada de los españoles sólo quedaron 70,000 después de cien años.

Si quedaron pocas huellas de la lengua y de la literatura indígena, en el caso de la religión la presión española fue todavía mayor, puesto que el progreso de la conquista iba acompañado de la destrucción de los ídolos indios.

Estos indios no tienen alma, no les duele nada, son salvajes” argumentaban los curas que acompañaron las carabelas de Cristóbal Colón.

Durante 500 años enviaron a la hoguera a millones de indios por creer en la blasfemia de que la tierra es la madre de todos, “es Pachamama”, rezan los indígenas aterrados, antes de ser despedazados por los perros asesinos que han traído los conquistadores.

“Rechazamos la evangelización al estilo colonialista”, dice el documento del sínodo de la Amazonia, que reconoce que la espiritualidad indígena también es una teología y que las costumbres indígenas o las expresiones religiosas populares no son paganas, y los representantes de la iglesia deben acompañarlas.

Según el documento, la Iglesia Católica reconoce «oficialmente“que son las culturas indígenas de la Amazonia las que han protegido los bosques y el agua de la región durante miles de años, gracias precisamente a su relación con la naturaleza. «Esto se refleja en la creencia y los ritos sobre el actuar de los espíritus de la divinidad, llamados de innumerables maneras, con y en el territorio, con y en relación con la naturaleza. Reconozcamos que desde hace miles de años han cuidado su tierra, sus aguas y sus bosques, y han logrado preservarlos hasta hoy para que la humanidad pueda beneficiarse del goce de los dones gratuitos de la creación de Dios”.

Y para quitar toda duda sobre la actitud del Papa, basta recordar esto que escribió en Laudato si’: “Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se expresa en el precioso himno de San Francisco de Asís: Alabado seas, mi Señor, con todas tus criaturas…” (No. 87). “Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin su dueño: «Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde” (No. 89). “Esto no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su fragilidad” (No 90).

Como dice Jesús, no juzguemos ni condenemos como idolatría lo que no es. Conozcamos más a fondo las culturas originarias. Y es nuestra tarea compartir el Evangelio de Jesús, que nos libera de idolatrías, cuando las hubiere.  

Me dio mucha pena ver las críticas al papa de Ayuso y Vox por reconocer los errores de la iglesia en la conquista de América. Díganme: ¿Qué diferencia hay entre llevar plumas en la cabeza y el “tricornio” que usan algunos jerarcas de nuestros dicasterios?

Dice la Biblia: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra” (Gn 2,7), El miércoles de ceniza se nos recuerda: “Acuérdate que eres polvo y al polvo has de volver”. Esta es la realidad de todos los humanos.

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