Berlín vota a favor de expropiar 240.000 pisos a grandes propietarios
La votación se celebró este domingo, en paralelo con las
elecciones generales.
En contra de lo que podría parecer obvio, la vivienda social
en Alemania no se caracteriza por ser asequible para los más pobres. Por el
contrario, debido a que la mayor parte son viviendas nuevas, pero también a la
evolución del sistema de financiación pública, la vivienda social se ha
convertido en un sector caro.
“Nosotros los berlineses
hemos decidido: nadie debe especular con nuestras viviendas”, decía ya en la
noche del domingo Joana Kusiak, portavoz de la iniciativa.
En el último tiempo, Berlín pasó de ser una de las ciudades
más baratas de la región a observar súbitos incrementos en los alquileres,
fenómeno que la ciudadanía atribuye a la concentración que existe en el
mercado. Este mes, tras largas negociaciones, el Estado en Berlín compró 14.750
viviendas y 450 locales por 2.500 millones de euros, mientras que en 2019 ya había
comprado 6.000 casas a la inmobiliaria Aldo Properties.
La Constitución
alemana en virtud del artículo 15, nunca antes utilizado, que establece que «el
suelo, los recursos naturales y los medios de producción pueden ser situados
bajo un régimen de propiedad colectiva o de otras formas de gestión colectiva
por una ley que fije el modo y el monto de la indemnización».
La sociedad civil comienza a intuir que este acelerado
proceso urbanizador se nos está yendo de las manos. No cesan de surgir en
muchos pueblos y ciudades plataformas
ciudadanas, bajo distintas denominaciones, “por un urbanismo sostenible”. Una
parte de la población entiende que esta fiebre urbanizadora es “pan para hoy y
hambre para mañana”.
Si el modelo español invita a que todos los españoles sean
propietarios, el alemán no busca esto. “El
modelo alemán expulsa a los que no pueden comprar”, explica Sergio Nasarre
Aznar, profesor de Derecho Civil en la Universidad Rovira i Virgili
y director de la Cátedra UNESCO de
vivienda. Esta expulsión se produce porque el grifo del crédito es muy
restrictivo en Alemania, y muchas veces se pide hasta el 40 por ciento del
valor de la vivienda directamente al futuro propietario. “Los alemanes han
expulsado al estrato medio-bajo de la propiedad, pero, a cambio, han creado un
régimen de inquilinos muy proteccionista, con los precios del alquiler
referenciados en tablas desde los años 70”.
El resultado es una sociedad con unas diferencias muy marcadas entre
propietarios e inquilinos.
La posesión de bienes y dinero ha pasado a ser un objetivo
en sí mismo. Medimos el nivel de las
personas con su riqueza, de las empresas con su balance económico y de los
países por su Producto Interior Bruto. Pero en nuestras fórmulas no se cuenta
si lo que compramos realmente nos hace más felices o nos ata al consumismo, si
las empresas esclavizan a las personas para conseguir su beneficio o si el
producto de un estado proviene de la guerra o la destrucción de la naturaleza.
Además nuestro sistema económico actual favorece la
acumulación de capital. La regla básica es la competición, que genera ganadores
y perdedores. Quienes más tienen parten de una posición de ventaja a la hora de
conseguir aún más, y poco a poco las grandes fortunas y empresas están
consiguiendo el poder y el control sobre cada vez más aspectos de la vida,
poniéndolos cabeza abajo también.
El bien común exige ser servido plenamente, no según
visiones reductivas subordinadas a las ventajas que cada uno puede obtener,
sino en base a una lógica que asume en toda su amplitud la correlativa
responsabilidad. El bien común
corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre, pero es un bien arduo
de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los
demás como si fuese el bien propio.
Sigue siendo actual la enseñanza de Pío XI: es « necesario que la partición de los bienes creados se
revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues
cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta
enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la
incontable multitud de los necesitados ».
Corren malos tiempos
para el bien común. La sociedad del individualismo hedonista socava las
bases de la vida social y política y los intereses y conveniencias individuales
y de unos pocos se imponen sobre las necesidades del bien común. Para
entenderlo mejor, es bueno preguntarse: “¿qué es el bien común?”. El bien común
consiste en la creación de las mejores condiciones sociales posibles en cada
momento para que cada persona y todas las personas puedan vivir de acuerdo a su
dignidad y realizarse como personas. Sin embargo, el individualismo no admite
nada de esto, porque hace falta aceptar y poner en práctica cuatro ideas
básicas:
-El respeto a la
dignidad de la persona y la búsqueda de su reconocimiento práctico.
-El desarrollo social
justo, de forma que se facilite a cada uno lo que necesita para una vida
verdaderamente humana.
-La paz como la
estabilidad y la seguridad de un orden social justo.
-La prioridad de las
necesidades de los empobrecidos.
Dignidad, solidaridad y servicio son tres dimensiones que
nunca deberían de faltar en un Estado, porque esto supondría arriesgarnos a
vivir en un conflicto permanente. Los políticos deben asegurarse de que las
estructuras del Estado las fomentan. Tienen una gran responsabilidad.
El Papa propone a los cristianos que se comprometan «a
cuidar un poco más a los demás y a la naturaleza, que es nuestro hogar común».
Alertó de «la tentación de cuidar sólo de los propios
intereses» a todos los niveles. Por ejemplo, para algunos países «seguir
haciendo la guerra»; en el caso de empresas, «concentrarse sólo en el perfil
económico»; y para las personas, «vivir de forma hedonista, buscando sólo
satisfacer el propio placer».
Esto es lo que
Francisco expresó muy bien en la Encíclica Fratelli Tutti (n. 120),
refiriéndose a la propiedad privada: “(…) Dios ha dado la tierra a todo el
género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a
nadie ni privilegiar a ninguno. En esta línea recuerdo que la tradición
cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad
privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. El principio del uso común de los bienes
creados para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social,
es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos
sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas,
incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, no deben estorbar,
antes, al contrario, facilitar su realización (…). El derecho a la propiedad
privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y
derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y eso tiene
consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la
sociedad. Pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen
a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia práctica”.
Y más sencillo aún, el mandamiento del amor: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a sí mismo” (Mc 12,
28-31) es a la vez, tan claro y tan determinante, que solo con tenerlo
presente podría ser suficiente para que los cristianos antepongamos el bien
común, frente al propio interés.
José Carlos Enríquez Díaz
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