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Francia: 400.000 personas se movilizan contra la «dictadura macroniana»



No cabe duda de que la pandemia ha puesto a los gobiernos y, en suma, a los seres humanos ante varias disyuntivas: salvar la bolsa o la vida; los límites de la libertad individual respecto de un riesgo colectivo y el bienestar común. Hasta en Estados Unidos el presidente Biden advirtió que todos los empleados federales deberán vacunarse sí o sí.

Varias decenas de millares de manifestantes (250.000 dice la policía y 400.000 los manifestantes) contra el certificado Covid y Emmanuel Macron, por quinto sábado seguido y con la cifra de manifestantes subiendo. Por un lado la extrema derecha y muy apartados de ellos, otras dos movilizaciones, una autodenominada «independiente» con una fuerte presencia multicultural y consugnas como: “«Liberemos Francia», «Tenemos que librarnos de Macron», «Macron, puertas», y la denominada «El Número Amarillo» ( ‘chalecos amarillos’), con consignas de izquierdas y banderas rojas, que inició su marcha denunciando la «dictadura macroniana».

Recuerdo constantemente las lecciones de George Orwell en su novela "1984". La historia central trataba sobre un gobierno que podía ver lo que todos hacían y escuchar lo que todos decían todo el tiempo. Los críticos temen que dicho monitoreo pudiera suponer una amenaza para la democracia.

Aunque 2021 no sea 1984, empieza a parecérsele mucho. George Orwell vaticinó a mediados del siglo pasado que en esa fecha el poder sería absoluto y único, un valor a conquistar, aunque para ello hubiera que sacrificarlo todo.

Nunca antes en democracia había sucedido nada igual. El gran hermano que describía Orwell en 1984 restringió el envío masivo de mensajes de telefonía y coartó la divulgación de otros en redes sociales en aras de un bien común que él sugería encarnar.

Así las cosas, el  Ejecutivo hacía uso del mismo neolenguaje orweliano descrito en 1984 para adormecer conciencias: “Esta virus lo paramos unidos”, “franjas horarias”, “nueva normalidad” o “salimos unidos” son ejemplos de ello. Los clásicos también dan la receta contra el virus del autoritarismo.

En el mundo existen numerosas personas que a diario alzan la voz alertando sobre los peligros que la tecnología supone para la privacidad y la intimidad de las personas debido a su capacidad para llevar a cabo la vigilancia y monitorización masiva de individuos.

En un mundo donde no cae una hoja al suelo sin que lo dictamine la élite globalista, es absurdo pensar que una crisis como la pandemia del coronavirus, que afecta a todo el Planeta, no ha sido diseñada y orquestada por la plutocracia que gobierna el mundo, y más cuando se comprueba que sus efectos encajan a la perfección con los objetivos que figuran en su agenda mundialista, pues, si queremos saber quién o quiénes están detrás de un acontecimiento, no hay más que cerciorarse de a quién benefician sus consecuencias.

La comercialización a ultranza de las inyecciones COVID y de los pasaportes de vacunación COVID como boletos para la “libertad” ha puesto totalmente en primer plano la lógica invertida de George Orwell de que “la libertad es esclavitud”.

La nueva normalidad, por tanto, vendría a ser un Estado omnipresente, paternalista y todopoderoso, que sometería el «dominium» (la libertad y los derechos) al «imperium» (la soberanía estatal). Esto significa que el Gobierno, con el Estado a su servicio, interpretaría el «bien común» a su antojo, en plena excepcionalidad decretada por él mismo, para determinar a su criterio la propiedad, las relaciones laborales y la economía. La libertad de expresión y la separación de poderes son siempre las primeras víctimas de un sesgo autoritario de esta envergadura, como vemos en esta crisis.

«Un mundo feliz» (1932), de Aldous Huxley.  Describe una sociedad en la que el Gobierno-Estado ha hecho desaparecer la naturaleza humana: el instinto familiar, el arte, el amor, la religión, la libertad de conciencia y expresión. A cambio proporciona felicidad y bienestar. Esto se consigue a través de la tecnología reproductiva y el control de la emociones mediante el «soma». Ese término proviene del griego, que significa «cuerpo», pero también hace referencia a una sustancia alucinógena que en la India se tomaba en las ceremonias religiosas.

Karel Capek publicó «La guerra de las salamandras» (1936), en la que denunció la estupidez humana por su desprecio a la libertad y cuya consecuencia era el totalitarismo.Inventor del término «robot», tomado del checo «robota», que significa «trabajo», fue vetado por la Academia sueca para el Nobel y sus obras prohibidas en los países comunistas. El libro describe el avance del totalitarismo, representado en unas salamandras con una capacidad física e intelectual igual a la del hombre. La sociedad se mostraba indiferente mientras los totalitarios avanzaban, dinamitando la libertad y con ella la civilización.

Lo de Orwell no dejó de ser una novela de ficción y lo que está sucediendo es realidad. A veces, la ficción, como cierto tipo de filmes, adelantan lo que va a suceder. Creo que sí hay una buena parte en ese tipo de libros distópicos que anunciaban un mundo que se estaba gestando mal; donde la gente habla de democracia y no era tal, donde la participación del pueblo, de la ciudadanía, era mínima; donde los poderes cada vez se hacían más dictatoriales, pero para tener más poder y no para mejorar la vida ciudadana desde ese poder. La cuestión del pesimismo u optimismo es algo psicológico. Creo que estos libros deben ayudarnos a repensar que otro mundo es posible.  Joseph Dunnigan, director del Museo de los libros prohibidos   afirmó que cuando joven vivió en China y quedo muy impresionado respecto a la censura del país. “Allí vi muchos tipos de restricciones, en especial sobre lo que puedes o no decir, pero lo más perturbador es cómo la población en general cede ante la censura”.

La vigilancia de datos ya está, en cierto modo, generalizada. ¿Aún creemos que nuestras conversaciones permanecen en el dominio privado, independientemente del medio utilizado y las protecciones declaradas?

Benjamín Franklin dijo: “Aquellos capaces de renunciar a libertades básicas para lograr un poco de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad”.

Los dispositivos digitales ofrecen entretenimiento al mismo tiempo que restan tiempo al conocimiento. En las redes sociales, cada “me gusta” que reciben las publicaciones de un usuario libera una dosis inmediata de dopamina tal como se observa claramente con usuarios conectados mientras se les realiza una resonancia magnética.

En el contexto actual podríamos parafrasear a Franklin así: “Quien está dispuesto a sacrificar un poco de libertad a cambio de un poco de diversión, no merece ni libertad ni diversión”.

 

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