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El Reino de Dios

 

“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”( Mateo 13:44).

Jesús compara la alegría de descubrir el reino con un hombre que encuentra un gran tesoro en un pedazo de tierra. El hombre está tan feliz que vende todo para obtener este tesoro (Mateo 13: 44). También lo compara con encontrar una hermosa perla de gran valor (Mateo 13: 45).

En este Reino, Dios nos da en Jesús una paz que sobrepasa todo entendimiento. Esta paz está por encima de todas las formas terrenales de paz. Es una profunda paz espiritual en nuestro corazón, no importa nuestra condición o nuestros problemas. Con esta paz, no tenemos que estar ansiosos por nada

Pablo es un ejemplo de aquellos que han descubierto el tesoro sin precio de una revelación al corazón de Cristo. Él cavó profundamente, encontró el tesoro, y estuvo gozoso con su hallazgo. Sin embargo, él lo escondió profundamente en su corazón. Él estaba diciendo, “No es suficiente para mi simplemente admirar a Jesús o maravillarme por él.” El comprendió que lo necesitaba estaba viviendo dentro de él. Yo debo tenerlo como mi misma vida pensaba Pablo. Ya no necesitaba más teología acerca del Salvador. Había pasado una vida aprendiendo doctrinas. Su objetivo ahora era conocer a Cristo y experimentar su poder y su luz.  Fuerza es “dynamos” en griego; y dynamos para nosotros es dínamo. Dínamo quiere decir generador de energía, de fuerza. El Espíritu Santo está en nosotros como una dínamo, y podemos recurrir a Él para buscar energía, fuerza y poder. Pablo deseaba que Jesús viviera a través de él, y que su antiguo yo muriera.

Pablo ganó a Cristo. El salió del desierto en completa posesión de su tesoro. Él testificó, “El viejo Pablo está muerto. Y Cristo está vivo en mí” Todas sus ambiciones se fueron. Todo lo que él quería hacer o ser antes, lo ha dejado atrás en el desierto. ¡Pablo había encontrado el tesoro de su vida, y para él es lo fundamental!

“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33).

Estas son las propias palabras de Cristo – y no son una sugerencia, sino un mandamiento- Jesús lo dice en serio, prometiendo: “Si buscas al Señor primero, él se encargará de todas las cosas por las que estás luchando (carrera, negocio, hogar, familia…) ¡Pero debes hacer de él tu enfoque primordial!

El apóstol Pablo añade: “Poned la mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” (Colosenses 3:2-3)

El que ha sido llamado abandona todo lo que tiene, no para hacer algo especialmente valioso, sino simplemente a causa de la llamada, porque, de lo contrario, no puede marchar detrás de Jesús.

Jon Sobrino hace una pregunta para tratar de descubrir la importancia del reino de Dios en Jesús: « ¿Sería igual la misión de la Iglesia, más aún, la fe en Cristo y en Dios, si Jesús, aun habiendo sido resucitado por el Padre y aun habiendo sido proclamado dogmáticamente como verdadero Dios y verdadero hombre, no hubiese anunciado el reino de Dios?» Su respuesta es radical: no. El reino de Dios anunciado por Jesús es central en la vida cristiana y en la misión de la Iglesia. Decía Ellacuría que “la mayor realización posible del reino de Dios en la historia (lo mismo que Jesús vino a anunciar y realizar) es lo que deben proseguir los verdaderos seguidores de Jesús”

Jesús entra en graves conflictos, por actuar en favor del reino. Cura en sábado en la sinagoga, y “en cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle” (Mc 3, 6).

Todos los que se han parecido a Jesús y lo han seguido, todos los que han trabajado por la justicia, la verdad y la dignidad de los oprimidos, han sido perseguidos y hasta asesinados. La praxis del reino estorba a los grandes, y como decía Monseñor Romero: “se mata a quien estorba”. La Confesión de Augsburgo definió a la Iglesia como la comunidad de los que «son perseguidos y martirizados a causa del Evangelio».

En estos tiempos en que la pobreza alcanza dimensiones alarmantes, y que pone en peligro la vida de millones de personas, es bueno hacer una autocrítica respecto a si somos fieles al mensaje evangélico. Es bueno resaltar que en la iglesia primitiva se invertían todos los recursos en los necesitados. Durante los primeros 300 años del cristianismo, la prioridad de los cristianos era ayudar a las viuda, huérfanos y necesitados, ya que carecían de estructura física en edificios, y no existía una burocracia ministerial. El objetivo principal de su discurso era la igualdad y la ayuda mutua entre los hermanos (Hebreos 16:13). Los diezmos, ofrendas y bienes de los discípulos eran traídos a la congregación, no para que los apóstoles o ministro viviéramos suntuosamente, sino para que se repartiera entre los más necesitados (Hechos 2:45). De esta forma nació el diaconado (Hechos 6:1-7, 1Timoteo 3:13).

El Cristo de los sinópticos no está más cerca ni más lejos de nosotros que el Cristo paulino. El Cristo que está presente a nosotros es aquel del que da testimonio toda la Escritura. Es el encarnado, crucificado, resucitado y glorificado; sale a nuestro encuentro en su palabra.

¿De qué hablamos cuando decimos misericordia? Puede que se trate de una palabra cuyo significado se haya perdido, o se haya devaluado.

Los cristianos, arropados por los valores del Reino, deberíamos estar en la vanguardia aproximando el reino de Dios allí donde hay víctimas de los corruptos, de las estructuras económicas y políticas injustas. Igual que Cristo lleva nuestra carga, nosotros debemos llevar las de nuestros hermanos; la ley de Cristo que debemos cumplir consiste en llevar la cruz.

La gracia cara es la que hace que la fe pueda actuar a través del amor y que corra el riesgo de morirse y dejar de existir cuando nos metemos en un conformismo cómodo como si la gracia que nos es dada fuera una gracia depreciada, barata, sin valor. Nos equivocamos. Esa gracia cara nos debe llevar al compromiso, a la acción, al servicio, a la entrega incondicional al prójimo, a las obras de amor, las obras de la fe. ¿A dónde conducirá la llamada al seguimiento a los que sigan a Jesús? ¿Qué decisiones y rupturas llevará consigo? Debemos acudir con estas preguntas al único que tiene la respuesta. La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera»

Ahora comprendemos que el Nuevo Testamento repita continuamente que debemos ser «como Cristo» Habiéndonos convertido en imágenes de Cristo, debemos ser como él. Puesto que llevamos la imagen de Cristo, solamente él puede ser nuestro «modelo». Y dado que él vive en nosotros su verdadera vida, podemos «vivir como él vivió» (1 Jn 2,6), «hacer lo que él hizo» (Jn 13, 15), «amar como él amó» (Ef 5,2; Jn 13,34; 15, 12), «perdonar como él perdonó» (Col 3, 13), «tener en nosotros los sentimientos que tuvo Cristo» (Flp 2, 5), «seguir el ejemplo que nos dejó» (1 Pe 2, 21), «dar nuestra vida por los hermanos como él la dio por nosotros» (l Jn 3, 16)

José Carlos Enríquez Díaz

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