A José Francisco de La Cigoña le aseguran que el próximo obispo de Mondoñedo-Ferrol no es gallego...
La Iglesia gallega vive de espaldas
al Pueblo gallego y no va con los tiempos actuales. Su mensaje y acción no se
entienden, no son comprensibles para los gallegos de hoy.
Pese a que
la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno del Concilio
Vaticano II (Gs), dijo que «la Iglesia … se siente intima y realmente solidaria
del género humano y de su historia (id. nº 1), en realidad, la acción de la
Iglesia, la pastoral parece quedar reducida al culto, a la celebración de los
sacramentos, donde el clero adquiere un papel de superioridad y distante,
reservando a los laicos un papel prácticamente pasivo. El clero fue preparado para dirigir y
adoctrinar! Así, podemos escuchar
predicaciones que parecen correcciones y llamadas de atención, y no
precisamente fraternas, como si la misión de los sacerdotes fuera recriminar y
amonestar en lugar de ilusionar y animar a sus fieles. Esto también es fruto de
un clericalismo que abunda mucho en la Iglesia, como ha dicho el Papa. Hay
sacerdotes que se sienten más dueños que servidores: » Aquí quien manda soy
yo”. Algunas homilías no son sino el reflejo de esa autoridad trasnochada.
Los obispos gallegos, como casi
todos, aparecen distantes en el tiempo y en la palabra, tan lejanos y arcaicos
como las lujosas vestimentas imperiales a las que no son capaces de renunciar,
aunque les impidan que la gente los sienta y vea más próximos. Cada vez son
menos creíbles.
Están lejos de la línea del Pacto de las
Catacumbas, firmado por cuarenta obispos cuando se clausuró el Concilio Vaticano II, que, entre otras
muchas cosas, decía: «Vivir según el modo común de nuestra población» …
«Conscientes de las exigencias de la justicia y caridad … procuraremos
transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y
en la justicia …».
Los obispos que han pasado por la
diócesis de Mondoñedo-Ferrol, en general y sin juzgar a las personas que
desempeñan esa jerarquía, desconocen la cultura e idioma gallegos. Desoyendo el mandato conciliar, no
le dan el valor fundamental que le corresponde. Viven en un mundo aislado,
teórico e idealizado. Resulta evidente que no «huelen la oveja» Al
proceder de fuera de Galicia no le dan importancia al idioma, a la
idiosincrasia del pueblo gallego.
El obispo de
Roma no tiene la exclusiva del Espíritu Santo… Al contrario, el Espíritu Santo
empieza hablando por la comunidad reunida, que escoge a sus ministros
Este sistema actual de nombramiento y
ruleta de obispos, con el nuncio en medio… sin que una iglesia pueda nombrar (y
cesar) a su obispo, en comunión con otras iglesias…, sin que el obispo pierda
nada al ser cesado (pues nada tenía como suyo)… nos parece a muchos gallegos no sólo anti-evangélico,
sino ineficaz, uno de los modos más seguros de que terminar de morir este tipo
de Iglesia.
Debemos
recuperar la raíz judía y pascual del evangelio, superando el sistema imperial
(romano), que se impuso desde antiguo, convirtiendo a las comunidades en una
sola iglesia romana, donde todos los asuntos importantes se resuelven desde un
vértice administrativo y sacral que habría recibido de Dios el poder pertinente
para ello. El sistema imperial había impuesto sobre la república una ideología
de unificación militar, propia de tiempos de crisis; cayó aquel imperio, pero
ha sido copiado y recreado en forma sacrales por la iglesia de Roma.
Las UPA (unidades pastorales) tampoco
son la solución, hay que recrearlo todo, para que se anuncie, celebre y
practique el evangelio, en formas cercanas (casa a casa, grupo a grupo), en
apertura a la nueva humanidad. Cada parroquia
puede y debe presentarse como espacio donde los creyentes pueden encontrarse en
amor, para ayudarnos mutuamente, para crecer y ser personas, en gesto de
caridad, de asistencia y de liberación mutua.
La iglesia
es un espacio de fe y de experiencia compartida de la vida, donde nos sentimos
(y somos) responsables unos de los otros. Por eso, cada parroquia puede y debe
ser un espacio intenso de experiencia liberadora, pero de un modo servicial: Entregarse por los pobres, decidirse por la
justicia, abrir un campo de esperanza de reino entre los hombres. Jesús claramente advirtió que una iglesia
surgiría en los últimos días de esta civilización, la cual se jactaría de ser
rica, creciente y aumentando en miembros, y autosuficiente. En otras palabras,
una iglesia con gran influencia y poder. Jesús dijo de esta iglesia, «Tú dices… yo soy rico, y me he enriquecido,
y de ninguna cosa tengo necesidad…» (Ap. 3:17). Qué triste es que esta
iglesia en particular, arrogante y jactanciosa, sea anunciada por cristianos
con poco discernimiento como la gloriosa iglesia de poder (rechazando toda
corrección) y dominio de los últimos días y que controlará el mundo haciendo
que Jesús regrese como Rey. ¡Esta es la mentira de Laodicea!
No se tratará, pues, de una pastoral
para tener más cristianos, para que haya más bautizos y más sacramentos, sino
para que haya espacios abiertos de libertad, para que pueda haber más personas
(hombres y mujeres) que asumen el ideal creador de Dios que está dirigido al
despliegue de la persona humana.
Las formas
de vestir, las propiedades, los modos de vida ¿son evangelizadores, son signos de la Buena Nueva en los tiempos y
circunstancias que nos toca vivir?
Todo muy
organizado y jerarquizado, con responsables de áreas y tareas. Pero la oferta
no se corresponde con la demanda y necesidades. La iglesia no puede limitarse a
anunciar la Palabra, suscitar adhesión a la fe y convertirse en una iglesia de
rebaños, de masas, o de gente no convertida, sino que debe buscar la
transformación de la persona y de la historia por la fuerza del Espíritu.
«Cuando han
cerrado los templos en plena pandemia y han prohibido las procesiones, la
“gente de Iglesia” no sabía qué hacer. Según los Evangelios, Jesús no mandó
construir un templo. Ni organizó procesiones. Y, sin embargo, la imagen de
Jesucristo es probablemente la imagen mundial más conocida y presente en el
mundo. ¿Qué nos viene a decir todo esto?» José
María Castillo
¡No se puede engañar a Dios. A Dios
no lo ciegan los sacrificios y las ceremonias!
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