Respuesta a un amigo sobre Jesús y la justicia social.
Hoy recibía
un mensaje de un amigo en respuesta a uno de mis artículos que decía así: “José
Carlos, con todo el respeto que me mereces, creo que confundes a Jesús, Dios
Hijo, con un político o agitador. Dejó claro que no lo era cuando pronunció
"dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del Cesar".
Creo que la
Iglesia no es un fín en sí misma, sino un instrumento para alcanzar el Cielo y
los ricos, que lo tienen mucho más difícil que los pobres, también tienen ese
derecho. No se puede odiar (lucha de clases) ni para arriba, ni para abajo.
Un abrazo,
amigo”
Tiene razón
el teólogo Juan José Tamayo cuando
afirma: “Una alianza
cristo-bíblico-militar-neoliberal-patriarcal neofascista ensombrece el mundo, y
muy especialmente América Latina. Ejemplos de ello son España, Colombia, Costa
Rica, Brasil, El Salvador, Bolivia...”
Actúa coordinadamente en todos los
continentes, utiliza irreverentemente el nombre de Cristo y defiende la
"teología de la prosperidad" como legitimación del sistema
capitalista en su versión neoliberal.
Jesús se
indignó con la religión oficial y sus intérpretes, que anteponían el
cumplimiento de la ley al derecho a la vida.
Cuando estaba en juego la vida y la libertad de las personas infringió las
leyes judías del ayuno, del sábado, de la pureza..., y justificó que sus
discípulos las incumplieran. Comió con pecadores y publicanos y osó afirmar
con harto escándalo de los “bien pensantes” que las prostitutas precederían a
los escribas y fariseos en el reino de los cielos. “Cristianamente hablando, la
consigna es muy clara (y muy exigente), y Jesús de Nazaret nos la ha dado…:
contra la política opresora de cualquier imperio, la política liberadora del
Reino. Ese Reino del Dios vivo, que es
de los pobres y de todos aquellos y aquellas que tienen hambre y sed de
justicia. Contra la agenda del Imperio, la agenda del Reino” Afirmaba Pedro Casaldáliga
La justicia
social, es también un concepto que algunos usan para describir el movimiento
dirigido hacia un mundo socialmente justo. La
Biblia enseña que Dios es un Dios de justicia. De hecho, "todos sus caminos son rectitud"
(Deuteronomio 32:4). Además, la Biblia apoya la noción de la justicia
social, en la cual se muestra el interés y el cuidado por la situación de los
pobres y afligidos (Deuteronomio 10:18;
24:17; 27:19). La Biblia a menudo hace referencia a los huérfanos, a las
viudas y los extranjeros, esto es, la gente que no era capaz de valerse por sí
misma, o no contaba con ningún sistema de apoyo. La nación de Israel era
gobernada por Dios para cuidar de los menos favorecidos de la sociedad, y su
eventual fracaso en hacerlo, fue en parte de la razón de su juicio y expulsión
de la tierra.
Cuando Jesús
inaugura su ministerio en la sinagoga de Nazaret lee estas palabras de Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a
sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y
vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18). El
Evangelio es predicado primero a los pobres, desheredados de los bienes
terrenos.
El juicio
final tendrá muy en cuenta el comportamiento del hombre para con ese mundo de
la pobreza. “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo
y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no
me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero y no me
recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no
me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel y no
te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto
no lo hicisteis a uno de estos mis pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán
éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:34-46). Al joven rico, que desea conocer la forma de
heredar la vida eterna, eterna preocupación del hombre desde la caída de Adán,
Cristo le dice: “Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás
tesoro en el cielo” (Lucas 18:18-30).
La gran lección de este pasaje es que las riquezas suelen ser un obstáculo para
alcanzar la presencia de Dios. En la parábola del rico necio (Lucas 12:13-21)
Monseñor Romero afirmaba:” Cada vez
que miramos a los pobres…descubrimos el rostro de Cristo… El rostro de Cristo
se encuentra entre los sacos y cestas de los trabajadores del campo; el rostro
de Cristo se encuentra en aquellos que son torturados y maltratados en las
prisiones; el rostro de Cristo está muriendo de hambre en los niños que no
tienen nada que comer; el rostro de Cristo está en los pobres que piden a la
Iglesia, con el deseo de que su voz sea escuchada” Romero predicaba diciendo que el
compromiso a favor de este Reino implica una conversión personal y colectiva.
Algunos percibían esa actitud como
una deformación de la misión de la iglesia y como una contaminación de la
iglesia con la política, pero Romero contestaba: “La iglesia ha de ocuparse de
los derechos del pueblo… y de la vida que está en riesgo… La iglesia ha de
ocuparse de aquellos que no pueden hablar, de aquellos que sufren, de los
torturados, de los silenciados. Esto no implica dedicarse a la política… Seamos
claros. Cuando la iglesia predica la justicia social, la igualdad y la dignidad
del pueblo, defendiendo a los que sufren y a los que son amenazados, esto no es
subversión, esto no es marxismo; ésta es la verdadera enseñanza de la Iglesia”
Él creía que “la fe cristiana no nos separa del
mundo, sino que nos introduce en el mundo”. Aunque se enfrentó de lleno con
los desafíos políticos de su tiempo, él no fue simplemente un activista social,
sino también un hombre de honda oración y meditación.
Hablando de
Dios como la principal fuente de su quehacer pastoral afirmaba: “Ayer, cuando
un periodista me preguntaba dónde encontraba yo mi inspiración para mi trabajo
y mi predicación, le decía: ‘Es bien oportuna su pregunta, porque cabalmente
vengo saliendo de mis Ejercicios espirituales. Si no fuera por esta oración y esta reflexión con que trato de
mantenerme unido con Dios, no sería yo más que lo que dice san Pablo: «Una lata
que suena»”.
El Dios en el que creyó monseñor
Romero es un Dios cercano y activo: ve la opresión de sus hijos e hijas, oye
sus clamores, conoce sus sufrimientos y actúa liberando.
Jon Sobrino, con la lucidez que lo caracteriza,
ha rubricado este legado con las siguientes palabras: “Monseñor Romero fue un
hombre de este mundo y un hombre de Dios, como lo han sido los grandes santos y
como lo fue Jesús, en quien se realizó el milagro de la absoluta unidad de
mundo y Dios. Esa unificación es lo que hizo a monseñor Romero excepcional. A
través de él, el Evangelio se convirtió en palabra de buena nueva para los
pobres y en palabras exigentes para los poderosos. A través de él, el
Evangelio, una vez más, se hizo un Evangelio para nuestro tiempo”. De ahí también las expresiones
teologales de Ignacio Ellacuría: “He visto en la acción de usted el dedo de
Dios”; “Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo”; “Con
monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”.
Jesús
abandonó los caminos asegurados de una buena Ley que santificaba un tipo de
vida fijada en sí misma, para situarse “fuera”, en los lugares donde padecían
cojos-mancos-ciegos, expulsados e impuros, para iniciar con ellos un camino de
evangelio.
Jesús nos sigue llamando a la gran
“indignación” activa, al servició de la creación de Dios, es decir, de la
resurrección.
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