Xabier Pikaza, el Teólogo del Corazón
Xabier, amigo, hermano del alma,
hombre que el viento no pudo doblar,
luchaste con fuerza, sufriste en silencio,
pero nadie logró tu verdad apagar.
No te bastaron dogmas vacíos,
ni púlpitos fríos sin humanidad,
quisiste a Dios en rostros sufrientes,
en ojos que claman por dignidad.
Te alzaste libre, sin miedo a la sombra,
sin miedo al juicio del alto altar,
y aunque te hirieron con duros silencios,
nunca dejaste de amar y pensar.
¿Qué pecado es buscar la justicia?
¿Qué crimen amar sin discriminación?
Mas te cerraron puertas sagradas,
sin comprender tu revolución.
No te ataste a leyes de piedra,
ni a normas secas sin compasión,
fuiste el hermano de los caídos,
del que en su herida buscó salvación.
Sufriste en carne el peso del dogma,
la fría censura del clerical,
pero seguiste con paso seguro,
fiel a tu mente, a tu libertad.
Nunca quisiste grandezas huecas,
nunca aceptaste poder sin verdad,
tu fe no cabía en muros estrechos,
ni en ritos vacíos sin humanidad.
Te arrojaron fuera, te hicieron callar,
pero las llamas nunca se apagan
cuando el fuego que enciende un alma
es el amor que todo embarga.
Teólogo errante, maestro sin trono,
de los sencillos siempre pastor,
Xabier querido, amigo del hombre,
testigo eterno del Dios de amor.
Hoy tus palabras siguen ardiendo,
siguen brillando en la oscuridad,
y aunque los jerarcas no te quisieron,
el pueblo entero te quiso abrazar.
Sigues presente en quien se pregunta,
sigues latiendo en la libertad,
porque el amor no entiende de jaulas,
porque la fe es vida, no autoridad.
Xabier, hermano, qué honda tu huella,
qué grande el eco de tu verdad,
sigues viviendo en cada conciencia,
sigues amando en la eternidad.
Fuiste semilla en tierra baldía,
agua en desiertos de incomprensión,
y aunque te hirieron con mil condenas,
nunca vendiste tu corazón.
Tu voz resuena en quien busca al Hombre,
en quien no teme dudar y creer,
en el que entiende que Dios es abrazo,
no una muralla que impide ver.
Hoy tu legado es faro en la noche,
es fuego vivo que sigue en pie,
porque la verdad, cuando es sincera,
ni se clausura ni puede ceder.
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