La Sagrada Ofrenda y el Respeto a la Liturgia: Un Llamado a la Fidelidad
El Concilio Vaticano II estableció claramente que la
liturgia es un bien sagrado que no puede ser modificado arbitrariamente. En la Sacrosanctum
Concilium, el documento conciliar sobre la liturgia, se enfatiza que
ninguna persona, ni siquiera un sacerdote, tiene la facultad de cambiar la
liturgia por cuenta propia. Esto significa que los elementos esenciales del
sacrificio eucarístico, incluidos el pan y el vino, deben conservarse en su
forma legítima. Sin embargo, en diversas romaxes gallegas se han observado
prácticas que atentan contra este principio: la utilización de pan de bollo en
lugar del pan ácimo y vino tinto servido en tazas de barro en lugar de los
cálices sagrados.
No se trata aquí de una cuestión meramente estética o
anecdótica. La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha instituido normas claras
sobre la forma y la materia de la Eucaristía porque estos elementos no son
simbólicos en el sentido superficial, sino que forman parte del núcleo del
sacramento. El pan ácimo y el vino de uva natural no son opcionales ni sujetos
al arbitrio de cada comunidad o región, sino que responden a la obediencia y
continuidad con la tradición apostólica.
Es fundamental recordar que la ofrenda de los fieles en
la Eucaristía no es un acto meramente comunitario o cultural, sino una
participación en el sacrificio de Cristo. No se trata de una cena común ni de un
banquete folklórico, sino de la renovación del sacrificio del Señor en la cruz.
Alterar la materia de la ofrenda es un atentado contra la unidad de la Iglesia
y contra la misma validez del sacramento. La Iglesia no es una asamblea
improvisada donde cada uno aporta lo que le parece adecuado, sino el Cuerpo
Místico de Cristo, guiado por el Magisterio y por la tradición.
¡Las desviaciones en la liturgia no solo afectan la validez
del sacramento, sino que erosionan la fe del pueblo de Dios! Si la liturgia
pierde su sacralidad, los fieles pueden verse arrastrados a una interpretación
errónea de la Eucaristía, percibiéndola como un mero encuentro social en lugar
del misterio central de la fe cristiana. Por ello, voces como la de Jaume
González Padrós son indispensables en estos tiempos de relativismo y abandono
del rigor litúrgico. No se trata de una cuestión de preferencias
personales, sino de fidelidad a lo que la Iglesia ha recibido y transmitido
durante siglos.
Es preocupante que algunos defiendan estas prácticas con el
argumento de la inculturación. Si bien la Iglesia permite una adaptación
cultural en ciertos ritos y expresiones, esto nunca puede implicar la
alteración de la materia sacramental ni de las rúbricas esenciales de la
liturgia. La inculturación mal entendida conduce a la banalización de los
sacramentos y a la fragmentación de la fe. La Iglesia debe ser universal en su
esencia y en su liturgia, y no una suma de celebraciones particulares que
desdibujan el sentido del Misterio Eucarístico.
El llamado es claro: los sacerdotes, fieles y comunidades
deben recuperar el respeto por la liturgia y adherirse con obediencia a las
disposiciones de la Iglesia. La Sagrada Eucaristía es el tesoro más grande
que tenemos y merece ser tratada con la dignidad y el cuidado que le
corresponden. Modificar arbitrariamente los signos sacramentales es un acto de
desobediencia y de falta de amor a la Iglesia y a su tradición.
Jaume González Padrós nos recuerda que la verdadera fe no
se adapta a los caprichos del momento ni a la comodidad de la modernidad. La fe
exige fidelidad, y la fidelidad exige respeto a la liturgia. Que su voz sea
escuchada y que su llamado sirva para despertar en todos los fieles el celo por
la sacralidad de la Eucaristía. La Iglesia no necesita de innovaciones
arbitrarias, sino de una vuelta a la reverencia y al respeto por el Misterio
que nos salva.
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