Ciegos guiando a ciegos: la falsa autoridad religiosa
Lucas 6, 39-45
Comentario
El pasaje de Lucas 6, 39-45 nos presenta una enseñanza
profunda sobre la verdadera guía espiritual y la hipocresía de quienes se
erigen como maestros sin tener la capacidad moral ni la sabiduría para hacerlo.
Jesús lanza una advertencia clara con la imagen del ciego guiando a otro ciego,
una metáfora que desenmascara a aquellos líderes religiosos que, lejos de
iluminar el camino de los demás, los conducen a la ruina.
Este fragmento del Evangelio forma parte del llamado “Sermón
de la llanura”, donde Jesús ofrece una serie de enseñanzas radicales sobre el
amor, la misericordia y la verdadera justicia de Dios. En este contexto, la
advertencia contra los falsos guías cobra un significado especial: no se trata
solo de errores humanos, sino de una ceguera espiritual que impide reconocer la
verdad y, lo que es peor, arrastra a otros en la misma dirección.
Jesús denuncia a quienes se presentan como maestros y
pastores del pueblo sin poseer la verdadera visión que exige su misión. La
imagen del ciego guiando a otro ciego es poderosa porque implica una
responsabilidad compartida: quien sigue a un falso guía también debe abrir los
ojos y discernir. No basta con confiar ciegamente en la autoridad establecida;
hay que preguntarse si quien lidera realmente conoce el camino de la justicia y
la verdad.
A lo largo de la historia, muchos jerarcas religiosos han
caído en este error. Se presentan como pastores, pero en realidad están más
preocupados por su poder y su estatus que por la autenticidad del mensaje
evangélico. Predican la humildad, pero viven en el lujo; hablan de servicio,
pero buscan ser servidos; proclaman el amor, pero imponen cargas insoportables
sobre los demás sin mover un dedo para aliviarlas.
El evangelio no solo señala la hipocresía de estos falsos guías,
sino que también ofrece un criterio claro para reconocer a los verdaderos: “Por
sus frutos los conoceréis”. No es el cargo ni la autoridad institucional lo que
define a un buen guía, sino sus obras. Un árbol bueno da frutos buenos, y un
árbol malo no puede dar frutos buenos. No importa cuánto alguien predique,
cuánto se adorne con títulos o cuánto poder tenga dentro de la estructura
religiosa; si su vida y su enseñanza no dan frutos de justicia, misericordia y
verdad, es un falso guía.
Este mensaje es especialmente relevante hoy, cuando tantas
personas buscan dirección espiritual y encuentran líderes que se aferran más a
la tradición, al poder y a la institución que al evangelio vivo. La jerarquía
eclesial no puede escudarse en su autoridad para justificar su ceguera. Si no
está dispuesta a reconocer sus errores, a escuchar la voz del pueblo de Dios y
a dejarse iluminar por la verdad del evangelio, no es más que otro grupo de
ciegos guiando a ciegos.
Jesús nos llama a abrir los ojos y a ser árboles que den
buenos frutos. La verdadera guía no viene de la imposición ni del dominio sobre
los demás, sino de la autenticidad del testimonio. No necesitamos jerarcas que
se crean dueños de la verdad, sino pastores que caminen con su pueblo y
reflejen en su vida la luz del evangelio.
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