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El Alma Verde de Molleda

 



Maite, en la senda del Escañorio

En un rincón de Asturias, donde el alma de la tierra respira,
allí donde los cielos besan montañas vestidas de esmeralda,
late el corazón de Molleda, un lugar que parece tejido
con los hilos de un sueño eterno, suave, delicado, inmenso.

La senda del Escañorio serpentea entre sus verdes abrazos,
como si la naturaleza cantara en susurros de musgo y bruma.
Allí camina Maite, luminosa y serena,
como una melodía que acompaña al viento en su viaje.

Maite, la protagonista de esta historia de ensueño,
despierta cada mañana con el aroma del rocío
y el murmullo del bosque, que parece susurrar su nombre.
Sus pies, ligeros como hojas en otoño,
siguen el sendero entre helechos y castaños,
siguen el latido de Molleda.

La senda del Escañorio no es solo un camino,
es un puente a los secretos de la tierra.
Los arroyos cantan al paso de Maite,
sus aguas claras reflejan un cielo que parece infinito,
mientras los pájaros la miran desde las ramas,
como si reconocieran en ella algo puro, algo eterno.

Los robles ancianos, testigos del tiempo,
se inclinan suavemente, como si quisieran tocarla,
como si quisieran recordarle que ella también pertenece a este lugar.
Y el viento, juguetón, despeina su cabello,
mientras su sonrisa ilumina todo lo que la rodea.

Las montañas de Molleda, majestuosas y silenciosas,
parecen hablar un lenguaje que solo Maite comprende.
Cada piedra, cada sombra, cada sendero olvidado
lleva consigo historias que el tiempo ha decidido guardar.

Maite cierra los ojos al llegar a la cima,
deja que el aliento del mundo la envuelva.
El horizonte se abre ante ella,
un mar de verdes ondulaciones
donde el cielo y la tierra se encuentran en un beso eterno.

Ella siente algo profundo, algo que no se puede explicar.
Es como si las montañas la abrazaran,
como si le dijeran: "Eres parte de esto,
eres parte de nosotros".

Molleda es un reino donde el verde no es solo un color,
es un lenguaje, un sentimiento, un estado del alma.
Los campos abiertos, los prados suaves como un suspiro,
se extienden como un edredón infinito bajo el sol.

Y cuando la noche se cierne con su velo de estrellas,
Maite alza la mirada hacia las alturas eternas.
Siente en su pecho el palpitar del infinito,
el susurro de Dios en el aire bendito.
Cada montaña, cada valle, cada río que canta,
es un eco sagrado, una señal que no descansa.

En la senda del Escañorio, donde la vida se entrelaza,
todo parece un reflejo de lo divino que abraza.
La tierra, que respira bajo sus pies desnudos,
es testigo del alma que busca lo absoluto.
Dios, presente en el verde, en la bruma, en el cielo,
la envuelve con su gracia, eterno consuelo.

Y Maite, perdida y encontrada a la vez,
entiende que su andar no es un fin, sino un renacer.
Cada paso que da en esta tierra sagrada,
es un puente hacia lo eterno, donde todo aguarda.
Porque en Molleda, en las montañas y el río,
se refleja la mano de Dios, su poderío.

La trascendencia la llama, como un suave murmullo,
y Maite, con el alma en calma, escucha su arrullo.
Es el misterio eterno, el amor que trasciende,
la promesa divina que nunca se pierde.
En el verdor de Asturias, en su esplendor infinito,
Maite siente a Dios, su soplo bendito.

Y así, mientras las estrellas la guían en su senda,
comprende que su caminar nunca se desvenda.
Es parte de un todo, de un plan celestial,
donde lo finito se une a lo inmortal.
En la senda del Escañorio, Maite y la creación,
se elevan juntas, cantando a Dios su canción.

 

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