Entre Paisajes y Fe: Mi Viaje a Asturias y las Enseñanzas del Padre Alejandro Soler
Durante nuestra estadía, uno de los momentos más
significativos fue conocer al párroco Alejandro Soler en la iglesia de
San Esteban de Molleda. Desde el primer instante, el sacerdote nos recibió con
una calidez que parecía reflejar el espíritu mismo de la fe que predica. En su
homilía, el padre Alejandro habló con pasión sobre el pecado y la salvación, en
la que me hizo reflexionar que esta última no es una promesa distante, sino una
realidad que comienza en esta vida. Con palabras firmes pero llenas de
esperanza, nos invitó a reflexionar sobre nuestras acciones diarias y cómo, a
través de la gracia y el esfuerzo, podemos encontrar redención y plenitud aquí
y ahora.
La salvación es un proceso que comienza en esta vida a
través de la fe en Jesucristo y la transformación del corazón. Se cree que al
aceptar a Cristo y seguir sus enseñanzas, una persona experimenta una
"salvación" que no solo tiene implicaciones para la vida después de
la muerte, sino también para cómo vive en el presente. La salvación no es solo
un futuro, sino un camino de conversión, arrepentimiento y crecimiento
espiritual.
Además, su sermón tocó un tema profundamente inspirador
y, a la vez, desafiante: la persecución de los cristianos. Con voz serena
pero cargada de emoción, nos recordó que esta adversidad no es algo nuevo;
Jesús mismo nos advirtió sobre ello. El padre Alejandro habló sobre cómo, a lo
largo de la historia, los creyentes han enfrentado pruebas por su fe, pero que
estas pruebas son también una forma de fortalecernos en el camino hacia Dios.
“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia”, Debemos permanecer
firmes y fieles, incluso en medio de las dificultades.
Así pues, el padre Alejandro me ayudó también a reflexionar
que la persecución no es únicamente física, como en las regiones donde los
creyentes son perseguidos violentamente, sino también cultural y moral, en
sociedades donde defender los valores cristianos puede ser motivo de burla o
rechazo. Nos llamó a no ceder al miedo ni al desaliento, recordando que
estas pruebas, aunque dolorosas, son un camino para fortalecer nuestra fe y
nuestra relación con Dios. ¡La cruz que cargamos en los tiempos de
dificultad se convierte en una corona en la eternidad!
Otro tema central de su predicación fue el matrimonio, un
sacramento que describió con una profundidad conmovedora. El Padre Alejandro
compartió cómo el amor en el matrimonio debe ser un reflejo del amor de Cristo
por su Iglesia: un amor incondicional, sacrificado y lleno de entrega.
Escuchar estas palabras al lado de la mujer que amo fue un momento de
introspección y conexión, como si las enseñanzas del sacerdote nos invitaran a
renovar la manera en que entendemos y vivimos el amor. “El amor verdadero es
entrega”, dijo con firmeza, “es estar dispuesto a dar la vida por la mujer que
amas, como Cristo dio la suya por nosotros”. Escuchar estas palabras, al lado
de Maite, la mujer que llena mis días de luz, fue una experiencia profundamente
reveladora. Comprendí que amar es un acto de valentía, una decisión de
entregarse completamente, sin reservas, incluso en los momentos más difíciles.
Cuando se vive una relación de pareja basada en este tipo de
amor, se refleja el amor sacrificial de Cristo. Amar a una mujer de esta
manera implica poner sus necesidades y bienestar por encima de los propios, y
ser capaz de sacrificarse por ella, así como Cristo lo hizo por la humanidad. A
su vez, ser amado de esa forma puede ser una experiencia transformadora, pues
refleja el amor de Dios, que acepta, perdona y honra a la persona tal como es.
El amor entre un hombre y una mujer también se puede ver como un llamado a vivir de acuerdo con los principios de Cristo, a vivir en santidad. En una relación amorosa que sigue el ejemplo de Cristo, ambos se apoyan para caminar en rectitud, buscando juntos vivir conforme a los valores cristianos, ayudándose a ser mejores personas y creciendo en virtud.
Lo que hizo especial al padre Alejandro no fue solo el
contenido de sus palabras, sino la sinceridad y claridad con que las
transmitía. Hoy en día, quedan pocos sacerdotes que prediquen con una
honestidad tan contundente y que, como él, se atrevan a hablar sin rodeos sobre
temas cruciales como el pecado, el sacrificio y la fe en tiempos de dificultad.
Sus palabras no eran solo sermones, sino un llamado a la acción, a vivir la fe
con integridad y compromiso. Su ejemplo me recordó que la verdadera enseñanza
no teme incomodar si es por amor a la verdad.
En un tiempo donde muchos evitan hablar sobre el
sacrificio o el esfuerzo que exige vivir según la fe, él no temió recordarnos
que seguir a Cristo es un camino exigente, pero lleno de sentido. Su mensaje no
era complaciente, sino transformador. Nos mostró que ser verdaderamente fieles
requiere decisiones firmes y un compromiso constante con los mandatos divinos,
tanto en los momentos de alegría como en los de prueba.
Maite, con su compañía, sensibilidad y dulzura, hizo que
esta tierra asturiana me resultara aún más encantadora. Fue su mirada cálida,
su risa ligera y su forma de entender cada rincón de Asturias lo que transformó
este viaje en una experiencia inolvidable.
Asturias fue mucho más que un destino; fue un encuentro
con lo esencial, con la fe, la naturaleza y el amor verdadero. Cada paso en sus
senderos y cada conversación dejaron en mí una huella indeleble. Pero, sobre
todo, me llevo el recuerdo de un lugar donde, junto a una mujer excepcional y
las palabras sabias de un párroco inspirador, pude sentir el verdadero
significado de la belleza y la gracia. Lo que realmente hizo de esta
experiencia algo realmente inolvidable fue la compañía de una mujer
maravillosa, cuyo espíritu y bondad hicieron que cada rincón de esta región
mágica brillara aún más.
José Carlos Enríquez Díaz
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