A Fernando García Cadiñanos con todo cariño
un pastor camina en silencio y en calma,
su corazón ardiente, su espíritu en llama,
Fernando, fiel siervo, de amor se perfuma.
Galicia te acoge, te envuelve en su canto,
sus ríos y valles resuenan tu paso,
en cada rincón, en cada abrazo,
sientes el latir del pueblo y su encanto.
Eres faro y refugio, pastor de esta tierra,
donde el viento susurra plegarias y aliento,
y en cada mirada, en cada lamento,
ves a Dios que camina, que a todos aferra.
Con ojos de cielo y manos abiertas,
has sembrado esperanza en las almas dolientes,
como el mar acaricia sus costas fervientes,
tú acaricias la fe, la paz siempre despierta.
En las aldeas ocultas y el verde del valle,
los fieles te miran, buscan tu guía,
eres siervo de Dios, eres calma y alegría,
y tu voz resuena cual dulce detalle.
Los ancianos te llaman, sus manos al cielo,
te ofrecen su historia, sus años sufridos,
y tú los escuchas, los ves bendecidos,
en cada arruga encuentras consuelo.
Almas cansadas hallan en ti descanso,
como el río que fluye sin prisa ni miedo,
tú eres el pastor que les quita el peso,
siendo paz y alivio, siendo fuerte remanso.
Oh, Galicia, que abraza a este hijo adoptado,
que lleva en su pecho el eco divino,
en cada palabra se extiende un camino,
un sendero hacia Dios, de amor inundado.
Eres guía del alma, faro en la tormenta,
como aquel apóstol que aquí echó raíces,
tu fe ilumina, tu voz, cicatrices,
que sanan al pueblo y su herida lenta.
Y en noches de invierno, cuando el frío azota,
tu luz permanece, firme y radiante,
como estrella que guía y que al alma encanta,
siervo de Dios, tu misión se nota.
Fernando, hermano en esta Galicia amada,
que nunca abandona, que siempre está cerca,
cual mar infinito y verde montaña,
eres roca en la fe, en la paz una espada.
Que Dios te sostenga, pastor bien amado,
y que Mondoñedo y Ferrol celebren tu senda sin fin,
pues tú eres su hijo, su hogar, su jardín,
siervo fiel que camina a su lado.
Oh, pastor en tierras gallegas de fe y de esperanza,
tu voz se alza como el susurro del viento,
escuchando el clamor, el dolor, el lamento,
eres guía y consuelo en la senda que alcanza.
Con manos abiertas y corazón sincero,
recorres los caminos con pasos de paz,
siervo de Dios, que en silencio das
un amor que no cesa, ardiente y verdadero.
Hijo de la tierra, en tu mirada reposa
el reflejo del Padre que nunca se olvida,
la luz que en la noche brinda salida
al alma perdida, al corazón que implora.
Tus palabras son bálsamo, son melodía
que calma el alma herida y alienta el perdón,
una llama de amor en cada oración,
un eco de fe en cada nueva alegría.
Fernando, pastor que el Espíritu guía,
siervo humilde que en la cruz se sostiene,
sigue firme en la misión que sostiene
la verdad y la vida, la gracia y la alegría.
Es tu vida un ejemplo, sencilla y callada,
con manos que abrazan, con paso constante,
eres pastor fiel, siempre caminante,
en cada jornada, la fe renovada.
Trabajador incansable, sin tregua ni prisa,
tu entrega es semilla, es luz y es aliento,
consolando el dolor, mitigando el lamento,
das paz al cansado, das amor sin medida.
Cercano en palabra y en gesto sencillo,
sin grandezas ni ornamentos, te entregas sin más,
como el agua en el río, que al mar va en paz,
así tu vida fluye, firme en su brillo.
Te buscan los pobres, te hallan los rotos,
y en cada mirada ven un reflejo,
la bondad de un padre, sin miedo ni queja,
siervo de Dios que sana a nosotros.
En tu paso humilde, en tu mansa sonrisa,
el pueblo encuentra al Padre en ti,
eres obispo cercano, reflejo sutil,
de un amor eterno, de gracia infinita.
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