Seguidores

Los milagros

Estoy escribiendo este mensaje para todos los que están al borde del agotamiento, a punto de desmayarse, abrumados por su situación actual.

Los sacerdotes que no oran se convierten en meros promotores. ¡Se convierten en funcionarios frustrados!  Cuando pierden contacto con Dios, pierden contacto con la gente y sus necesidades. Los predicadores que no oran tienen a su ego fuera de control.  Lo quieren todo a su manera.  Substituyen a la unción con el sudor…

Estoy cansado de oír, “Pero es que estoy tan ocupado. tan ocupado, no tengo tiempo para orar.  Me encantaría, pero en verdad no tengo tiempo.”  ¡No!  No es falta de tiempo; es una falta de deseo.  Hacemos tiempo para todo lo que verdaderamente nos interesa.  ¡observemos a la juventud cristiana!  Desperdiciando horas de tiempo jugando a los video juegos, flojos, aburridos, ¡buscando alguna acción!

Más que nada, no oramos porque en verdad no creemos que funciona.  ¡La oración es un campo de batalla sangriento!  ¡Es un lugar donde se ganan las victorias!  ¡Es un lugar donde el ego muere!  ¡Es un lugar donde un Dios santo descubre pecados escondidos!  ¡Con razón Satanás procura impedir la oración!  Un hombre que ora hace templar al infierno.  Ese hombre o mujer queda marcado porque Satanás sabe que la oración es el poder que aplasta su reino.  ¡Satanás no teme a los santos hambrientos de poder, pero tiembla ante el sonido de un santo que ora!

La oración cristiana, como toda la vida cristiana, no es “como dar un paseo”. Ninguno de los grandes oradores que encontramos en la Biblia y en la historia de la Iglesia ha tenido una oración “cómoda”. Ciertamente dona una gran paz, pero a través de un combate interior, a veces duro, que puede acompañar también periodos largos de la vida. Rezar no es algo fácil. Cada vez que queremos hacerlo, enseguida nos vienen a la mente muchas otras actividades, que en ese momento parecen más importantes y más urgentes.

Todos los hombres y las mujeres de Dios mencionan no solamente la alegría de la oración, sino también la molestia y la fatiga que puede causar: en algunos momentos es una dura lucha mantener la fe en los tiempos y en las formas de la oración. Algún santo la ha llevado adelante durante años sin sentir ningún gusto, sin percibir la utilidad. El silencio, la oración, la concentración son ejercicios difíciles, y alguna vez la naturaleza humana se rebela. Preferiríamos estar en cualquier otra parte del mundo, pero no ahí, en ese banco de la iglesia rezando. Quien quiere rezar debe recordar que la fe no es fácil, y alguna vez procede en una oscuridad casi total, sin puntos de referencia. Hay momento de la vida de la fe que son oscuros. Algunos santos le llaman la noche oscura, porque no se siente nada.

“¿De verdad crees en los milagros?” Esa es la pregunta que me hizo el Espíritu Santo. Mi respuesta fue: “Sí, por supuesto, Señor. Creo en todos los milagros que he leído en las Escrituras”. Sin embargo, esta respuesta no es lo suficientemente buena. La pregunta del Señor para cada uno de nosotros es: “¿Crees que puedo obrar un milagro para ti?” Y no sólo un milagro, sino un milagro por cada crisis, cada situación que enfrentamos. Necesitamos más que milagros del Antiguo Testamento, milagros del Nuevo Testamento y milagros pasados de la historia. Necesitamos milagros personales actualizados que están diseñados sólo para nosotros y nuestra situación.

Piensa en aquella dificultad que estás enfrentando en este momento, tu mayor necesidad, tu problema más preocupante. Has orado al respecto durante tanto tiempo. ¿De verdad crees que el Señor puede resolverlo y lo resolverá de maneras que tú no puedas concebir? Ese tipo de fe ordena al corazón que deje de inquietarse o hacer preguntas. Te dice que descanses en el cuidado del Padre, confiando en que él lo hará todo a su manera y en su tiempo.

Me viene a la mente una escena de gran dramatismo. Jesús duerme en la barca, mientras sus discípulos están a punto de ahogarse a causa de una gran tempestad que los sorprendió.

Podemos pensar en la irresponsabilidad de Jesús al quedarse dormido en esos momentos tan delicados, y creer que el Maestro no era consciente del peligro al que estaban sometidos aquellos marineros experimentados en tempestades. Pero Jesús les ofrece una respuesta  que tranquiliza tan necias suposiciones al preguntarle a la atemorizada tripulación: ¿por qué teméis hombres de poca fe?

Viajo en el tiempo y me imagino en la barca junto a Pedro, remando, extenuado y con inquietante sensación de angustia. Murmurado con Andrés sobre la indiferente postura del Maestro ante un acontecimiento tan desafortunado. Pero justo en ese momento, entre el agitado movimiento de la embarcación, es cuando me sacuden las palabras de Cristo, al hacerme comprender que olvidamos quien es el tripulante invitado.

Amaina la tempestad, se multiplican los panes y los peces, se llenan de luz los ojos de los ciegos y aun así seguimos poniendo en tela de juicio la autoridad de quien obra tales milagros. Incapaces de reconocer tras tales actos la mano poderosa del Dios de la vida.

Él puede hacer hoy los mismos milagros que hizo ayer, su poder no menguó, ni su amor hacia nosotros, sin embargo seguimos dudando de su capacidad y poder para sanar vidas, sosegar las tempestades y tranquilizar nuestros corazones, pero sin lógica seguimos dudando y exclamando: ¡Señor, sálvanos que nos hundimos!

Pues ya deberíamos saber que Él no duerme, sólo espera que confiemos en que Él guía nuestra barca y que por muy bravo que esté el mar su voz amainará la tempestad y habrá bonanza.

Trágicamente, lo mismo sucede hoy día. Multitudes de Cristianos han subido a la barca con Jesús, han predicado sobre él y han alcanzado a multitudes en su nombre. Pero ellos realmente no conocen a su Maestro. No han pasado tiempos íntimos a solas con él. Nunca se han sentado calladamente en su presencia, abriendo sus corazones a él, esperando y escuchando para comprender lo que él quiere decirles.

Vemos otra escena sobre la fe de los discípulos en Lucas 17. Los discípulos vinieron a Jesús pidiéndole, “Aumenta nuestra fe” (Lucas 17:5). Muchos Cristianos hoy día preguntan la misma pregunta: “¿Cómo puedo obtener fe?” Pero ellos no buscan al Señor para recibir la respuesta.

No se equivoquen: el poder de Dios estaba disponible en Nazaret. Jesús estaba en medio de ellos, lleno de fuerza y poder, deseando librar, sanar, vivificar y hacer obras poderosas. Pero, él declaró: “No puedo obrar aquí”. ¿Por qué? Debido a su incredulidad (ver 6:6). Jesús se sorprendió de su propia gente, pero siguió adelante.

El Señor elige no responder a la incredulidad. Pero el Señor es amoroso, lleno de misericordia y está ansioso por ayudarte en tu momento de necesidad. Así que simplemente dile: “Señor, veo lo que has hecho en la vida de otros, así que hazlo aquí también, no sólo en otros lugares”.

Jesús siempre está con nosotros: si en un momento de ceguera no logramos ver su presencia, lo lograremos en un futuro. Nos sucederá también a nosotros repetir la misma frase que dijo un día el patriarca Jacob: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!» (Gen28,16). Al final de nuestra vida, mirando hacia atrás, también nosotros podremos decir: “Pensaba que estaba solo, sin embargo, no, no lo estaba: Jesús estaba conmigo”.

¡La oración hace milagros, porque va al centro de la ternura de Dios, que nos quiere como padre!

Por supuesto, hay momentos en nuestra vida cuando Dios puede decidir actuar contrariamente a lo que nosotros queremos. Oramos, suplicamos, creemos que El Señor intervendrá , y él simplemente va en otra dirección. Pero eso no significa que Dios quiera que dejemos de confiar, dejemos de pedir ya sin esperanza, viviendo sin deseos.

¿Crees que Jesús aún puede hacerlo? ¿Crees que lo hará? No importa cuál sea tu prueba, no importa cuán lejos parece estar la esperanza, él está listo para intervenir. Pídele que sople fe sobre ti.

 

Comentarios

Entradas populares