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¿Es posible hablar hoy de la palabra gratuidad?

Hay quien piensa que no, que todo se hace por algo a cambio, pero yo no estoy muy de acuerdo con esa teoría.

Cuando te das a alguien, cuando amas, cuando te implicas en algo que nada tiene que ver contigo, es estar ahí sin esperar el éxito de nuestro actuar. ¡Es compartir sin buscar satisfacción personal!

¿El amor qué espera? Nada. Porque la mayoría de las veces no recibe nada.

La falta de Gratuidad, en nuestra sociedad, es la “enfermedad” que más desamor provoca, es la barrera que impide que pueda llegar el Amor al mundo, es la droga que ha dormido las conciencias de las personas, en donde, los intereses propios han llegado a ser el valor supremo por el que no estamos dispuestos a renunciar. Parece que todo tiene que tener un precio, de lo contrario, no sirve, no tiene valor. Recordemos que la gratuidad es un deber, no un favor, pero cada vez nos resulta más complicado asumirlo. No dejemos que esa palabra caiga en desuso, en nuestras manos está.

“No “somos” primero y después amamos, sino que amamos y porque amamos somos” X. Pikaza. Por eso digo que el amor es el poder originario, el principio del ser y el fundamento de la voluntad, pues el amor es Dios (Dios es Amor,  cf. 1 Jn 4, 7-70).

No basta redimir de forma externa. Hace falta una presencia incitadora, una exigencia. Sólo sabe amar de veras aquel que, sin violencia, capacita a los demás a fin de que realicen lo más grande y tiendan a la plenitud de sí mismos. El amor es, según eso, fuerza de transfor­mación de la realidad, poder que nos capacita para suscitar un orden de sentido en la batalla de este mundo donde tantas veces nos angustia la visión del hombre como lobo para el hombre. El mismo poder de amor suscita nuevas estructuras de vida, formas de existencia más transparente, abiertas a los demás, gratuitas, creadoras. 

Entre el amor a Dios y al prójimo (y el amor a mí mismo) hay una relación que todo el NT se esforzará por explicitar, desde el anuncio de Reino de Jesús y la experiencia eclesial de la pascua.  Todos sabemos que vivimos en una sociedad en la que todo tiene un precio.  “Hemos decidido” que es la única forma de valorar las cosas. Aquello que no cuesta, no vale, no le prestamos atención, es decir: exigimos, pero no gradecemos… Salgamos de ese egocentrismo que nos rodea, dejemos de querer ser el centro del mundo pensando que son los demás quienes tienen que servirnos y aprendamos a vivir de otro modo, agradeciendo en lugar de exigir…

Cuántas veces hemos oído hablar de ese amor que no espera nada a cambio, de una generosidad gratuita, de un servicio desinteresado, una escucha sin reloj, cuanto necesitamos aprender a escuchar…

¡La gratuidad es un sentido que hemos perdido; por eso hemos perdido también el sentido de Dios!

Cuando actúas desde el amor, nada puede quitarte nada. Las veces que ayudaste, diste, regalaste o hiciste algo desde el corazón, todo se queda contigo. ¡Eres el amor que das y eso nadie puede cambiarlo! El amor es el único don de la vida que no perdemos nunca y es lo único que podemos dar de verdad. En este mundo de ilusiones y espejismos, el amor es la fuente de la verdad.

Si medimos el amor que recibimos nunca nos sentiremos amados sino estafados, el acto de medir no es un acto de amor.

Cuando no nos sentimos amados no es porque no recibimos amor, sino porque reprimimos el nuestro. La vida avanza más deprisa que nosotros sin darnos tiempo a asimilar determinadas cosas y dejándonos llevar simplemente por la moda, por lo que se lleva.

Pienso si así es también nuestra vida, si nos encontramos ante un fuerte desafío para aprender a vivir desde el otro, desde el sentido y el amor.

La reacción ante una discusión o conflicto nunca debería ser retener nuestro amor hasta que respondan a nuestras expectativas…podríamos esperar para siempre.

Si amamos -a pesar de que lo que hagan no nos guste– veremos desatarse el poder del universo y se nos abrirán los corazones con ternura.

Sin embargo, nos resulta difícil amar a las personas simplemente por ellas mismas, pareciera que buscamos excusas para no amarlas.

Amarás a Dios con todo tu corazón y el prójimo como a ti mismo. Éstos son los dos primeros (y únicos) artículos del “mandamiento” o credo de Jesús, las marcas que señalan la identidad del cristiano, no para separarle de los demás, sino para unirle con todos los que se dejan amar y aman, de cualquier estado o raza que sean, varones o mujeres, judíos o romanos, de un estado político o de otro.

Dejarse amar de corazón por Dios (¡la vida!) y acompañar al prójimo en amor, esto es, en vida, no en ideología de política o de raza, esto es el evangelio, ésta es la fe de Cristo.

Descubrir una puesta de sol, un amanecer, una sonrisa, una mano extendida, una palabra o mirada en un momento determinado… algo que se nos regala cada día, pero me da la impresión que hoy todo lo que no tiene un precio, no se valora. Estos son nuestros dioses: el dinero, el poder, el tener, todo lo opuesto a lo que nos enseña el Evangelio.

Ojalá que aún seamos capaces de seguir agradeciendo cada día en don de la vida y siendo conscientes de que el sentido de todo SOLO está en Él. En Dios.

En nuestra vida espiritual siempre tenemos el peligro de resbalar sobre el pago, siempre, incluso hablando con el Señor, como si quisiéramos dar un soborno al Señor. ¡No! ¡La cosa no va por allí! No va por ese camino. “Señor, si tú me haces esto, te daré esto”. No. Yo hago esta promesa, pero esto me ensancha el corazón para recibir lo que está allí, gratis para nosotros. Esta relación de gratuidad con Dios es lo que nos ayudará después a tenerla con los demás, tanto en nuestro testimonio cristiano como en el servicio cristiano y en la vida pastoral de los que son pastores del pueblo de Dios. Haciendo camino.

La vida cristiana es andar. Predicar, servir, no “servirse de”. Sirvan y den gratis lo que gratis han recibido. Que nuestra vida de santidad sea este ensanchar el corazón, para que la gratuidad de Dios, las gracias de Dios que están allí, gratuitas, que Él quiere dar, lleguen a nuestro corazón. Que así sea.

 

Comentarios

  1. Simplemente gracias. La gratuidad inspira una espiritualidad profunda, como la de Jesús, dar sin esperar. El amor no se compra, se experimenta, se vive.

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  2. Este artículo debe ser leído por todos para después aplicarlo tal como allí se plantea. Pero que lejos estamos de lograr esto!. Lamentablemente hoy todo ha adquirido un precio, hasta la amistad, lo que desde mi punto de vista es lo que nunca puede tener valor

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