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Pedro Sánchez no dimite y resiste con más fuerza…

Un buen líder es aquel que suele ser siempre sincero explicitando de forma transparente sus objetivos, deseos y metodología de trabajo. Sincero con sus superiores, iguales e inferiores. No es fácil ya que la sinceridad suele generar anticuerpos institucionales por la falta de costumbre y al principio puede generar un impacto negativo, pero a medio y a largo plazo es la mejor estrategia a seguir. Ir de frente con todas las cartas boca arriba puede violentar, en un principio, al resto de los actores pero rápidamente se entra en una lógica de confort institucional ya que se conocen de entrada las reglas del juego propuestas, gusten éstas o no. Los valores son la guía y la respuesta más honrada en épocas de confusión.

La hora de la verdad empieza en épocas de confusión con esas divinas palabras que Valle-Inclán utilizó para cerrar y titular una de sus obras maestras: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El sacristán Pedro Gailo las pronunció en latín, porque Valle creía en el poder mágico de las palabras.

Quienes miran el futuro con inquietud, deberían volver por un momento los ojos hacia el pasado inmediato, detenerse en la degradación laboral, la justicia partidista, la corrupción, la pobreza, la violación de los derechos humanos, los privilegios fiscales, el desmantelamiento de los servicios públicos y la realidad de un país condenado a que los hijos vivan peor que sus padres y sus madres. Cáritas publicó un estudio que afirma: “La pobreza se hereda”. Eso significa que esta España de ayer y hoy ha liquidado la movilidad social, la raíz última de cualquier democracia. La ilusión de labrarse un porvenir ha sido cancelada por un regreso al clasismo.

Nuestro diccionario de lengua española, define la sinceridad como “veracidad, modo de expresarse o de comportarse libre de fingimiento”. Este comportamiento humano tan fundamental para desarrollar una vida en común respetuosa y nutritiva, está estrechamente emparentado con la honradez, confianza y veracidad. Y planteado como contrapunto, cabría señalar que sin estas características conductuales, no se podría pensar (y menos vivir) en una buena sociedad, ni en una comunidad donde impere el respeto y la decencia.

Vaclav Havel lo tuvo siempre muy claro y sería oportuno que nuestros dirigentes lo estudiaran: “Vivimos en un entorno moral contaminado -afirmó el humanista y político Checo, especificando que -Nuestra moral enfermó porque nos habíamos acostumbrado a expresar algo diferente de lo que pensábamos. Aprendimos a no creer en nada, a hacer caso omiso de los demás, a preocuparnos solo por nosotros mismos.” (Discursos políticos, 1995). Por cierto, es preciso subrayar que la actividad política de los gobernantes y gestores del Estado, requiere de un elevado estándar ético, pues de lo contrario siempre estará expuesta a que se comentan actos injustos, indecentes, abusivos o ilícitos.

“¿Merece la pena todo esto?”. La pregunta que se hizo Pedro Sánchez fue pertinente y sincera. No conozco a ninguna persona honesta que esté o haya pasado por la política y que no se lo haya planteado. Tampoco a nadie, ni siquiera a las personas más fuertes, que no haya dudado más de una vez. Que no hayan tenido la tentación de rendirse, de tirar la toalla, de salir corriendo...

¿Merece la pena pasar por un proceso judicial, acusada falsamente de encubrir un delito de abuso sexual, como sufrió Mónica Oltra? ¿Merece la pena que tus hijas adolescentes sean insultadas y ridiculizadas públicamente, como le ocurrió a Zapatero? ¿Merece la pena padecer durante meses un acoso constante y permanente en la puerta de tu casa, como hicieron con Pablo Iglesias e Irene Montero? El Gobierno de Rajoy encargó al comisario Villarejo espiar al padre de Begoña Gómez. Según el entonces número dos del Ministerio del Interior, Francisco Martínez, serviría para “matar políticamente a Sánchez”. “Esto lo revienta”, decía también.

¿Qué dirían, qué escribirían, si Begoña Gómez se hubiera llevado 234.000 euros de comisión de una adjudicación del Gobierno, como hizo el hermano de Ayuso? ¿Dónde estaría hoy Pedro Sánchez si su pareja hubiera defraudado 350.000 euros a Hacienda tras cobrar un pelotazo de dos millones, como ha pasado con la presidenta de Madrid?

Así pues, claro que es pertinente informar sobre el fraude y las comisiones millonarias de la pareja de Isabel Díaz Ayuso, la persona que paga la casa de lujo donde vive la presidenta de Madrid; igual que lo fue, décadas atrás, publicar los tejemanejes del hermano de Alfonso Guerra –que también fue condenado por un delito de fraude fiscal–

La derecha ha logrado convertir la vida pública en un lodazal, una estrategia deliberada para igualar la reputación de todos: la gente honesta y la que no lo es. Y que en demasiadas ocasiones cuenta con la imprescindible colaboración de algunos jueces afines. Y de muchos medios de comunicación.

¿Todos los políticos son iguales? ¿En serio? ¿Por qué entonces el gobierno de Zapatero no tuvo ningún gran caso de corrupción y el de Aznar ha acabado con tres de sus ministros en prisión?

Como por ejemplo Rodrigo Rato, el que fuera considerado artífice del milagro económico y que acabó siendo detenido por la Guardia Civil. La cantidad de casos que carga a sus espaldas son difíciles de enumerar: está imputado por la gestión de Bankia, está implicado en el caso de las tarjetas Black, con la que llegó a gastar en un solo día 3.547 euros en alcohol, 1.000 euros en una zapatería y 17 retiradas en efectivo de 1.000 en cajeros de Bankia.

El problema realmente grave es que estamos cerrando las puertas de la política a las personas honestas. Hemos convertido a la política en una especie de ruleta rusa a la que solo querrán jugar aquellos que no tienen más que perder que su propia ocupación como políticos.

El "y tú más" solo busca uniformizar las condiciones de la pugna en un entorno que sea igual de pestilente para todos. Pero, al final, todos sabemos quiénes acaban viviendo en las alcantarillas.

¡La reputación se construye durante años y se destruye en segundos! Y, en política, la destrucción de una reputación por la vía de la opinión, la manipulación o las técnicas de la posverdad, sale gratis. Como resultado de esta situación, una persona honesta y reputada se lo tendrá que pensar mucho antes de entrar en política.

Ojalá emerjan hombres y mujeres que conformen una dirigencia con un mayor estándar ético para que nos inspiren la ilusión de lograr un ambiente político nutritivo.

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