El obispo Munilla critica a Pedro Sánchez
A su juicio, "lo que ha sido sorprendente es que el presidente del Gobierno ha dirigido una carta a toda la nación". "Os podéis imaginar que la nación está ante algo tan inaudito, en estado de shock. El mundo mira a España con perplejidad", remarcó.
José Ignacio Munilla
ha vuelto a recordar que el presidente del Gobierno no está entre sus políticos
predilectos. El obispo de Orihuela-Alicante, conocido por sus habituales
declaraciones contra el Gobierno, ha arremetido este viernes contra Pedro
Sánchez, a quien ha recriminado que se queje de la campaña de Manos Limpias. "Un
tribunal en España ha abierto un procedimiento legal para atender la denuncia
que ha presentado una asociación contra la mujer del presidente del Gobierno de
España", sintetizó el obispo, quien evitó así referirse a Manos Limpias
como grupo de extrema derecha.
Cuando Franco murió, la Iglesia española había dejado “atados y bien atados” sus privilegios en una sociedad que intentaba avanzar, lentamente, hacia la democracia. En Roma, diez años atrás, había concluido el Concilio Vaticano II, que trató de poner a la Iglesia católica en hora con el mundo, pero los obispos españoles seguían con el reloj parado en 1953, momento en que el Régimen consagró la alianza entre la Cruz y la Espada que hizo posible la “Sagrada Cruzada” (así llamaron los obispos en 1937 a la Guerra Civil).
Actualmente algunos obispos españoles continúan mirando con dificultad al futuro. Igual que sucediera tras el Concilio, pocos prelados se animan a seguir el impulso del Papa Francisco y acabar con una Iglesia clericalizada, que oculta en un armario los estigmas de los abusos de poder y sexuales, se afana en conservar privilegios anacrónicos y sigue sin darse cuenta de que hoy, en pleno siglo XXI, España ha dejado de ser católica y su influencia en la sociedad resulta prácticamente insignificante.
Obispos como Munilla añoran una España en la que Franco dio todo el poder a la Iglesia, y donde los únicos valores que podían defenderse eran los de la firme ortodoxia, la continencia sexual y las familias numerosas. Los mismos que, en otro tiempo, quemaban mujeres en la plaza pública acusadas de brujas u obligaban a judíos, musulmanes o protestantes a abjurar de su fe si no querían perder la vida.
Así, pues, el poder religioso suele andar aliado con el poder político. Y ambos se sustentan y necesitan mutuamente. Los poderosos se suelen aliar a los “hombres de la religión”. Como éstos se alían a los poderosos.
¿Por qué ocurre, con tanta frecuencia, que la gente de
derechas suele ser más religiosa que quienes militan o tienen ideas de izquierdas?
Es verdad que esta doble sintonía – de la derecha con la religión y de la
izquierda con la irreligión – no se puede generalizar. Pero el hecho global de
la frecuente coincidencia de la derecha con la religión; lo mismo que el
rechazo de la izquierda hacia lo religioso, nadie (que vea la vida con
objetividad) lo pondrá en duda, supongo. En España, además, me parece
indudable.
¿Por qué ocurre esto?
Para responder a esta pregunta, no viene al caso contraponer lo que ocurrió con
Hitler y Mussolini, en Alemania e Italia, y lo que sucedió con Franco en
España. Hitler y Mussolini perdieron sus guerras. Franco ganó la suya y
mantuvo su dictadura durante 40 años. Y conste que, aun así, el profesor Thomas
Ruster (Universidad de Dortmund) se lamentaba recientemente de que los campos
de concentración estaban ubicados cerca de museos y bibliotecas; y se
avergonzaba de que no solo la mayoría de aquellos facinerosos, los ejecutores
del holocausto, habían recibido clases de religión y habían escuchado sermones
e instrucciones morales. Sin embargo, existió Auschwitz, que los educados
religiosamente no lo impidieron.
Jesús fue un hombre profundamente religioso, pero no fundó una
religión. Jesús anunció el Evangelio. ¿Cómo iba a fundar una religión un hombre
que fue asesinado por los dirigentes y entendidos en lo que es una religión?
No debemos confundir a Dios con la religión. Dios es
“trascendente” (no tenemos acceso a Él, ni podemos conocerlo), mientras que la
religión en “inmanente”, es decir, siempre es un hecho cultural. De ahí que,
cuando hablamos de Dios, deberíamos distinguirlo de las “representaciones de lo
divino”, que se hacen en cada cultura.
Otra cuestión es que, en la prehistoria de la humanidad, la
religión es mucho más antigua que Dios. La religión tiene unos cien mil años
(tantos como el “Homo Sapiens”), mientras que de Dios se viene hablando hace
unos diez mil años. O sea, durante noventa mil años, se ha vivido la religión
sin Dios.
La religión suaviza el miedo a la muerte, libera de los
sentimientos de culpa y es un componente de nuestra propia identidad. Pero la
religión consiste en un sistema de rangos que exige sometimiento a superiores
invisibles. De ahí, la carga de
obligaciones y prohibiciones mediante las que los jerarcas religiosos se
imponen a sus fieles. Por eso, el poder religioso suele andar aliado con el
poder político. Y ambos se sustentan y necesitan mutuamente. Los poderosos se
suelen aliar a los “hombres de la religión”. Como éstos se alían a los
poderosos.
Así las cosas, se comprende que la izquierda social y
política suele sentirse incómoda ante el poder político-religioso. Es verdad
que todo esto se explica y se justifica utilizando argumentos y motivos
religiosos y sociales. Pero el fondo del asunto, ya hemos visto dónde está.
Cuando Jesús aparece en la historia, el Imperio romano había
montado un sistema religioso en el que no importaba el dios en el que cada cual
creía. Era una religión doméstica (cada familia la vivía en su casa) que se
centraba en mantener la sumisión al poder imperial. En el caso de Israel, todo
se centraba en el Templo, fuente de poder y de dinero para sus sacerdotes, que
imponían rituales, obediencia a la ley y sumisión al sistema, interpretado por
los maestros de la aquella ley. La consecuencia era que el Templo y sus sumos
sacerdotes mantenían al pueblo sumiso al Imperio y a los dirigentes de la
religión judía.
En estas circunstancias, ¿qué hizo Jesús? No protestó contra
el Imperio. ¿Qué ofreció como alternativa? El Evangelio: enseñó que Dios es
Padre bueno con todos, curó a los enfermos, dio de comer a los indigentes,
acogió a los pecadores, mujeres, niños, extranjeros…, exigió perdón, respeto y cariño
entre todos. Y no se calló ante la hipocresía de los protagonistas y
observantes de la religión.
El problema, que
tenemos hoy, es que la Iglesia ha dado más importancia a la religión que al
Evangelio. La religión da dinero y poder. El Evangelio exige identificarse con
los que más sufren y con los últimos de la sociedad.
¿Se comprende ahora
por qué la derecha política suele ser más religiosa que la izquierda? El
Evangelio, marginado. Y en su lugar intentamos mantener una religión anticuada,
que puede ayudar para tranquilizar conciencias, pero sirve cada día menos para
mejorar conductas.
Comentarios
Publicar un comentario