Seguidores

Adoración permanente «Amigos del Señor»

Con este nombre surge una nueva iniciativa en la diócesis. Se trata de buscar un grupo de voluntarios que cubran las diferentes horas del día (desde las 10:00 hasta las 19:00 horas), todos los días de la semana, de manera que siempre haya alguien junto al Santísimo en la capilla de las Madres Esclavas de Ferrol.

En griego se dice proskynesis: me inclino, me arrodillo, caigo ante los pies de Dios (del otro) y le demuestro de esa forma mi homenaje y reverencia; así entrego mi vida, como siervo muy pequeño, en manos de aquél a quien adoro. Por su parte, la palabra latina adoratio parece derivar de os, oris, boca (aunque directamente venga de ad-orare, orar a), y esa forma alude al gesto de aquel hombre que se inclina y besa con su boca el suelo delante de aquel a quien ofrece reverencia. Sea como fuere, adoración implica reconocimiento de mi propia pequenez ante el Señor.

Para nosotros, los cristianos, el modelo y centro de toda adoración es Cristo, que ha ofrecido a Dios su vida «en espíritu y verdad», como destaca el evangelio. Esta es la adoración: vivir en Cristo y desplegar la vida, en gesto de verdad, enriquecidos por la fuerza del Espíritu divino (cf. Jn 4, 23). Por eso no nos inclinamos ante Dios como unos siervos; no besamos el suelo ante sus plantas como esclavos.

Tampoco le ofrecemos animales muertos que recogen nuestra furia agresiva y la dirigen hacia un plano más alto de misterio. Nosotros adoramos a Dios al ofrecerle todo lo que existe y de manera especial al ofrecernos, en espíritu y verdad, como una «ofrenda viva y santa»; este es nuestro culto «racional» (logiken), humano, como Pablo ha resaltado (Rom 12, 12).

Recordemos que a Dios no le podemos adorar, si es que primero no se manifiesta ante los hombres. Por eso, en el origen de ese gesto que aquí estamos presentando no se encuentra una actitud o acción humana, en clave legalista. En el principio está la gracia de Dios que se desvela en Cristo por los pobres; ellos son lugar de Dios, portadores de evangelio. La respuesta activa de los hombres que adoran a Dios sirviendo a los pequeños viene sólo después, como segundo momento o consecuencia.

Jesús declaró, “los campos están listos y la cosecha es cuantiosa. ¡Es tiempo de comenzar a cosechar! Cristo sabía que en tiempos de pena y calamidad, la gente está obligada a mirar la eternidad. Sufrimiento, miedo, y tiempos difíciles maduran a la gente para escuchar y recibir el evangelio. Considera el contexto de sus palabras: “Al ver las multitudes…, porque estaban desamparadas… Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha,” (Mt. 9:36-37).

Esta verdad ha sido demostrada a través de la historia del pueblo de Dios. Moisés reprendió a su generación, diciendo, “Dios te dirigió. El aumentó tu número. Y te bendijo grandemente, dándote pastos verdes, miel, mantequilla, leche, ovejas, aceite y fruta. Pero tú te hiciste rico y te rebelaste. Tomaste en poca estima a la Roca de tu salvación y lo abandonaste.” “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación.” (Deut. 32:15).

Escucha lo que Cristo dice de su novia, en Cantares: “Paloma mía… muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, porque tu voz es dulce y hermoso tu aspecto.” (Cantares 2:14). Cristo nos está diciendo, en esencia, “Quiero ver tu sonrisa.” ¿Esto describe tu semblante?

Hijos de Dios, aclamad al Señor,

aclamad la gloria y el poder del Señor...

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,

aclamad la gloria del nombre del Señor,

entrad en sus atrios trayéndole ofrendas

(Sal 29, 1; 96,7).

En este canto de gloria ha condensado el AT la palabra más profunda de su culto. Así lo sabe ya Isaías cuando escucha la palabra interior del santuario: «Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos / la tierra se encuentra llena de su gloria» (Is 6, 3-4). Así lo sabe el salmo, cuando al fin de todo el canto de tormenta dedicado a Dios nos dice: «En su templo, un grito unánime: ¡gloria!» (Sal 29, 9). Como hemos dicho ya, conforme al NT, la gran gloria se ha expresado y realizado en Cristo. Por eso, en texto teológico muy hondo, Pablo dice: «Los judíos no han podido contemplar la gloria de Dios. Han puesto un velo sobre el rostro, se han quedado en un nivel de letra y muerte de este mundo. Por el contrario, cristianos son aquellos que se atreven a mirar con rostro descubierto hacia la gloria de Dios en Jesucristo» (cf. 2 Cor 3-4). Miran y reflejan esa gloria que ilumina lo más hondo de sus corazones.

Según eso, los cristianos reciben la gloria de Dios por Jesucristo, para luego expresarla y expandirla entre los hombres. En primer lugar, reciben y recogen ya la gloria de Dios en su existencia: dejan que Dios les glorifique y se refleje a través de su persona, como hizo por el Cristo; no tapan los ojos, no se ocultan, no pretenden glorias vanas; sólo quieren que Jesús vaya expresando a través de ellos su camino y su presencia en medio de la historia.

Así, pues, por muy terribles que sean nuestras circunstancias, Dios sigue sentado en su trono; Él sigue siendo sabio, bueno, misericordioso, amante y fiel. Y cuando un creyente eleva su voz en alabanza, independientemente de las dificultades que tenga a su alrededor, está proclamando su confianza inquebrantable en el Dios de su salvación.

Como creyentes en Cristo, no debemos dejar de congregarnos (He 10:24-25). Pero necesitamos recordar que, bajo Cristo, la verdadera adoración es un asunto de todos los días. Debemos dar nuestras vidas enteras a Dios como sacrificios vivos y santos (Ro 12:1-2). Esto significa que debemos adorar a Dios en la forma en que vivimos.

Comentarios

Entradas populares