Vivir hoy la resurrección
Creemos que Jesús puede perdonar nuestros pecados y aliviar
nuestra culpa. Creemos que él puede darnos paz y gozo e incluso la vida eterna. Pero muy pocos de nosotros
conocemos a Jesús como el Dios del mundo natural en el que vivimos. A menudo no lo reconocemos como el Señor de
nuestros asuntos cotidianos, como el Dios de nuestro hogar, nuestros hijos y
matrimonio, nuestro trabajo…
Cuando se le pidió a Jesús que sanara a su amigo Lázaro, se
enfrentó a una fe limitada. “María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al
verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses estado aquí, no
habría muerto mi hermano” (Juan 11:32).
El pasaje continúa mostrando que María y sus amigos tenían fe sólo hasta el
punto de la muerte. “Algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los
ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?'” (11:37).
Los Cristianos sabemos
que la Victoria de la Resurrección es central para el mensaje del Evangelio.
También sabemos que el Evangelio se mantiene de pie por el poder desatado por
el Señor en la mañana del Domingo de resurrección.
Sin embargo hay algo
más en el mensaje que comunica la tumba vacía. La resurrección de nuestro Señor
nos permite aprender a vivir nuestras vidas, enfrentar las pruebas y los
problemas que encontramos en ella, personales, en la familia, en las Iglesia y
en el mundo.
Todo esto a la luz de la mañana de la resurrección. El Papa Francisco dice que cada herida,
cada dolor, cada tristeza, ha sido colocada sobre los hombros del Buen Pastor,
quien ofreció su vida en sacrificio por nosotros y abrió el camino para la vida
eterna. Este mensaje es trascendental para nuestro tiempo.
No es de extrañar que haya tanta conmoción en la vida de
tantos cristianos. ¿Por qué tal dolor y duelo? Es porque no creemos que Jesús
puede resucitar lo que parece muerto. No creemos que tiene un plan para darnos
vida o tal vez él llegó demasiado tarde. Las cosas se han alejado demasiado. Si,
como dice Pablo, creemos vivencialmente que "nuestra corporeidad exterior,
biológica, se deteriora pero nuestra corporeidad interior se renueva cada
día" y "caminamos de plenitud en plenitud"; si para nosotros, de
verdad, la muerte es pascua, es decir, un paso gozoso de la muerte a la VIDA;
si como pensaba L.A.Séneca (Ep. ad Luc. CII): "así como durante diez meses
el claustro materno nos detiene y nos prepara para aquel lugar a donde nos
saca..., así durante este espacio que se extiende desde la infancia a la
senectud, maduramos para un nuevo alumbramiento; otro renacer nos aguada, un
nuevo modo de vida"; Pablo en Efesios 4,6 dice de ese SER: "Un Dios, Padre de todo, que lo
transciende todo, que lo penetra todo y que lo invade todo" y en otro
lugar: "En Él nos movemos, existimos y somos".
La alegría que se experimenta en estos encuentros, es la
mejor señal de su presencia. La Resurrección no es biológica, la muerte
destruye nuestra envoltura física que se reduce a polvo como la crísalida de la
mariposa. Lo que sigue viviendo es
nuestro SER interior, invisible a los ojos, pero cada vez más rico en sus
efectos, si se cultiva, se riega, se alimenta para su constante crecimiento y
renovación, hasta la plenitud total que le espera y por la que suspira.
¿Por qué no confiamos en él cuando toda esperanza se ha ido?
La Escritura dice que hemos recibido la misma vida de poderosa resurrección que
hay en Cristo: “Si el Espíritu de aquel
que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los
muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su
Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11).
En nosotros hay una lucha permanente entre entre el "yo soy" de nuestra pequeñez y el "YO SOY" de nuestra consciencia de UNIDAD en el TODO. Necesitamos lucidez y humildad para que en esta contienda venza la dignidad y grandeza de nuestro SER. Nos va la Felicidad y la VIDA.
Con la resurrección de Jesucristo, “Dios mismo ha resucitado” para cumplir sus promesas a todos aquellos que forman parte de la nueva humanidad que Él ha creado en Cristo Jesús, Señor nuestro. Debemos repasar esas promesas. Cristo las garantizó con su resurrección.
El mensaje de la
resurrección de Jesucristo es también un mensaje de poder. Se trata del
poder para vencer la muerte, el poder para vencer la tumba y el poder para
vencer el temor (1 Cor 15:50-56). Se
trata del poder para vencer la paga del pecado y para certificar que las llaves
del Hades fueron arrebatadas por nuestro Señor (Apoc 1:18). Se trata del
poder para otorgar vida eterna (Jn 6:47)
y para certificar que Él puede acompañarnos todos los días hasta el fin del
mundo (Mat 28:20).
Pero no me refiero sólo al poder divino que resucitó a Jesús
de entre los muertos. Por supuesto, este tipo de poder es absolutamente
milagroso y sólo emana de Dios mismo. Además de este evento sobrenatural, la
resurrección de Cristo nos habla de otro poder que también proviene solamente
de Dios. Estoy hablando del poder que
nos lleva a vivir una vida santa… a ser libres del dominio del pecado para
vencer todos los hábitos y la injusticia creada por el hombre … a caminar por
fe en la justicia que proviene solamente de Dios. Para obtener este poder es
necesario conocer a Cristo en el poder de su resurrección. El apóstol Pablo
habla de este tipo de poder de resurrección. Él tenía un anhelo interno y
profundo de conocer a Cristo, y aquella hambre vino de su propio y profundo
clamor por santidad.
Este es sin duda
alguna uno de los mensajes que predica la resurrección de nuestro Señor.
¡El Espíritu Santo
mora en ti para manifestar la presente grandeza de Cristo. Cree en él!
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