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Semana Santa: ¿espectáculo o acontecimiento?

Afirma Fernando García Cadiñanos: “en el proceso de secularización que nos envuelve, muchos se acercan a los actos de Semana Santa con la única mirada del espectador que está deseoso de sensaciones y de experiencias nuevas. Es la actitud del que asiste a un espectáculo nuevo, que lo compara con otros en los que ha participado o con lo ya experimentado en los mismos lugares en años anteriores” “Pero, sin duda, la Semana Santa es mucho más que un espectáculo. El que sólo descubra formas y belleza, tradiciones y ritos, se ha perdido la esencia que se quiere comunicar. La Semana Santa es, ante todo, un acontecimiento. El acontecimiento fundante de la fe cristiana, la razón que da sentido al caminar de los cristianos” añade

Así es, D. Fernando, “Jesús se puso de pie y alzó la voz diciendo: si alguno tiene sed, venga a mí y beba.  El que cree en mí como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn 27,28). Jesucristo inaugura un nuevo culto que sólo podrá realizarse mediante la acción del Espíritu Santo (Jn 4, 23: 7,37). Cristo no desautoriza el culto religioso como no lo desautorizaron los profetas. Pero subraya con toda energía la autenticidad con que se ha de participar en una celebración si se quiere agradar a Dios (Mt 15,10: 5,23).

La misión de la Iglesia consiste a todos los ámbitos de la vida humana, de manera especial en ir a los espacios de muerte, de decepción y de desesperanza, en ir al mundo del dolor y del desconsuelo, para oír y transmitir en el fondo de tanto sepulcro la gran palabra de la esperanza y la alegría que anuncia la vida que procede de Dios Padre. En el relato de Emaús mientras Jesús explicaba todo esto el corazón de los discípulos estaba ardiendo de alegría. Es la palabra de Jesús que comunica la gran alegría de la salvación.

Está claro que el papel de los cristianos es, como lo había propuesto Jesús, ser levadura: llevar unas vidas personales y grupales que iluminen, alienten, inspiren y fecunden, y unirse a tantos que sin saberlo se dejan llevar por el Espíritu de Jesús, por su paradigma de humanidad, para ir dirigiendo la historia en esa dirección. El papel de la Iglesia, que somos todos, es proponer este proyecto de Dios, esa determinación suya de entregarse a nosotros en su Hijo Jesús y de que esa alianza se exprese en la creación del mundo fraterno de los hijos de Dios. Proponer convincentemente este proyecto requiere estar personalmente ganados para él y por supuesto desmarcarse de la dirección del antirreino y de su pertenencia estructural a él.

Sin el reino de Dios el cristianismo pierde sentido y trascendencia. Pero si admitimos el reino siempre nos toparemos con algún género de muerte. Ésa es la paradoja y la elección que tenemos que hacer. Sin conversión y muerte no hay resurrección. Feliz el que se siente en el banquete del reino (Lc 14,15; Apocalipsis 19,6-9).

Los dirigentes religiosos están muy preocupados ante la indiferencia y la frialdad religiosa que se manifiesta incluso entre sus propios feligreses. Las grandes iglesias enseñaron a sus fieles lo ficticio y no la realidad de Cristo, debido a esto muchas personas sienten un vacío enorme, pues aprendieron a cumplir con ritos, con normas rutinarias, y a vivir con lo que satisface la carne. Nunca fueron convertidos a una vida nueva. El que es nacido de carne, carne es (JN 3,6).

Todo lo que se realiza según la carne, aún en el terreno religioso no puede producir frutos espirituales. Si a las multitudes se les enseñase el cristo evangélico no veríamos es estados de crisis colectiva y algunos Jerarcas no tendrían motivos para preocuparse y alarmarse.

El hecho de que muchos fieles se pasen a las sectas no es algo que pueda considerarse intrascendente. En realidad se trata de una insatisfacción religiosa.

En las sectas encuentran comunidades pequeñas y de grandes lazos afectivos, donde cada uno se siente valorado por lo que es; donde se permite la participación directa de todos; donde los ministros suelen ser personas que pertenecen al pueblo… y además de todo esto las celebraciones son verdaderamente vivas y alegres.

Así las cosas, un pueblo que no encuentra en la religión la manera de transformar eficazmente su situación tiende a acudir a las sectas en busca de una ayuda y alivio a sus males.

Las palabras que K. Rahaner escribió para el sínodo de la Iglesia alemana siguen teniendo actualidad hoy en día: “¿Dónde se habla con lenguas de fuego de Dios y de su amor? Dónde se mencionan los mandamientos de Dios, no como un penoso deber que cumplir, sino como una  gloriosa liberación del hombre o de la angustia vital y del egoísmo frsutrante? ¿Dónde en la Iglesia no sólo se ora, sino que se experimenta la oración como un don pentecostal del Espíritu, como una gracia sublime…?”

Para que la salvación de Cristo llegue a los hombres de nuestro tiempo es tan insustituible la acción de los laicos, según su vocación propia, como la acción de los pastores.

En el decreto conciliar sobre la actividad misionera de la Iglesia se reafirma esta exigencia clerical sobre el apostolado laical: “La iglesia no está plenamente formada, ni vive plenamente, ni es representación perfecta de cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo del pueblo sin la presencia activa de los seglares (AG 21)

¿Se ocupan de manera efectiva la mayor parte del clero y religiosos en despertar y orientar  esta vocación apostólica en los seglares?

“Todo sacerdote tiene que estar de pie para celebrar el culto y ofrecer uno tras otro los mismos sacrificios, aún que estos sacrificios de ningún modo puedan quitar los pecados. Este en cambio, luego que ofreció un único sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la derecha de Dios (Hebreos 10:11.13)

Prediquemos el genuino Evangelio de Cristo y no atiborremos las almas con tantas obligaciones rituales; y siempre acudamos al Señor con fe.

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