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Santiago Abascal fantasea con colgar a Pedro Sánchez por los pies

Santiago Abascal fue a la toma de posesión de Milei y soltó esto “habrá un momento en que el pueblo querrá colgar de los pies a Pedro Sanchez”.

“Colgar de los pies” no es una forma de referirse al modo de acabar con la vida de una persona, sino el modo de exhibir su cuerpo sin vida.

Pero lo que más me sorprende es que Feijóo esté tan encantado de seguir gobernando con esta gente mientras hace como que aquí no pasa nada. Pero tampoco sorprende viendo que Ayuso va por ahí diciendo que vivimos en una dictadura y sus colegas en las calles gritando "Felipe, traidor".

La actitud tan tibia del PP, condenando con matices las palabras de Abascal al tiempo que responsabiliza a la “víctima” de hacer cosas que justifican los ataques contra ella, aunque no sea bajo el mismo mensaje, como hace ahora al decir en el mismo momento en que critica las palabras de Vox que Pedro Sánchez va a “levantar un muro entre las dos Españas”. Unas declaraciones completamente fuera de lugar por contextualizar la crítica a las palabras de Abascal, y por recuperar un leguaje “guerracivilista” inaceptable y muy preocupante, todo lo cual demuestra una falta de criterio y de responsabilidad política incompatible con su papel en la democracia como principal partido de la oposición.

El odio, el rencor y el miedo vuelven a utilizarse para justificar dinámicas que van en contra de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

No se pueden legitimar los discursos y las prácticas de odio con el silencio. No podemos callar ante los odiadores, ni dejarnos amedrentar por ellos, ni tener miedo a las represalias. Hay que eliminar toda aquiescencia y connivencia con el odio, ya que cualquier signo de aquiescencia constituye un refuerzo del mismo. Es necesario responder con el rechazo explícito. La defensa de la igual dignidad de todos los seres debe ser defendida sin miedo como imperativo categórico que no admite silencio, cobardía, excusa o excepción.

La política hecha con odio y desde el odio oscurece la propia democracia, la libertad, la justicia, la fraternidad, el diálogo, el encuentro, el respeto y el acuerdo. La política hecha con odio y desde el odio hace que no veamos a las personas que piensan diferentes, sino que las degradan a un algo que hay que destruir, que hay que insultar, que hay que pisotear y que hay que encarcelar. Este odio no solo se alimenta desde la maldad, sino también desde la mentira, las fake news, la manipulación y el engaño. El odiado no tiene defensa, su honestidad, sus decisiones llenas de humanidad y lo que aporta como verdad no le sirven. El odiado se siente indefenso y vulnerable ante los fabricantes de odio.

Este ambiente se refleja en los debates políticos, donde los argumentos prácticamente desaparecen y solo existe el insulto, la descalificación y la falta de respeto. Todo esto provoca desafección y el hecho de que mucha gente buena no quiera formar parte de las listas electorales.

La política hecha con odio y desde el odio alimenta la violencia, la guerra, la agresividad, el racismo, la xenofobia y la aporofobia, el rechazo al pobre. Mata la empatía, el amor, el respeto a la vida y a la propia política que debe ser búsqueda del bien común, la lucha por la dignidad humana y la creación de condiciones de humanización, de respeto a los derechos humanos.

El odio como el terror es un instrumento al servicio de intereses políticos. La clásica obra de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo dedica un capítulo completo a determinar cuáles son las cualidades más deseables en el gobernante. Ante la disparidad de rasgos personales, el estadista florentino defiende que aquellos líderes excesivamente amados pueden ser traicionados por ser considerados ingenuos, mientras que aquellos que son odiados pueden ser suprimidos violentamente. El odio es, por lo tanto, una herramienta política que Maquiavelo considera poco óptima para el rendimiento político y poco beneficiosa para la gobernanza. Al respecto, se debe añadir que esta recomendación fue pronunciada en un momento histórico en el que la democracia como sistema de gobierno aún no existía.

Nietzsche lo llamó la “moral del rencor” o “moral de esclavos”, que se producía cuando la “casta inferior”, como él la denominó, tenía una imagen deformada de la realidad fruto del odio y del resentimiento que sentía hacia la otra casta que se consideraba superior. El filósofo danés Georg Brandes, probablemente su mejor intérprete, sostenía, por su parte, que ese comportamiento no era más que “una forma de venganza”. Ambos se consideran seguidores de Teognis, el filósofo griego que construyó su discurso en torno a la moral individual frente a la colectiva, por lo que para muchos es la base de la teoría del superhombre que defendía Nietzsche, y que en su formulación actual tiene que ver con lo que hoy se llama “empoderamiento”, que tiende a individualizar los comportamientos sociales frente al interés general o colectivo.

Así, pues, la palabra odio proviene del latín odium, empleada por los antiguos romanos para todo aquello que resultara desagradable o reprobable en exceso, y comparte sus raíces con la palabra “enojar”, proveniente de inodiare (o sea, “provocar el odio”)

Numerosas culturas ancestrales han alertado sobre el rol dañino del odio, la forma en la que atenta contra el diálogo y el entendimiento, empujando más bien a la gente hacia la destrucción del otro. Además, odiar requiere de la inversión de una importante cantidad de energía y atención en aquello que se odia, dado que se trata de un sentimiento obsesivo, que una vez surgido es difícil de combatir.

A lo largo de la historia, el odio ha sido el causante de numerosas tragedias, guerras y persecuciones, especialmente cuando es inducido por motivos ideológicos, es decir, político o religioso. El odio entre los pueblos puede ser tan duradero que generaciones enteras crecen dispuestas a agredir y ser agredidas por personas desconocidas pero asociadas a una condición odiada: una religión, una etnia, un género, entre otras…

 

 

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