Seguidores

La fe sin aflicciones no es fe

Pablo sabía que toda la verdad y la revelación que él enseñaba provenían del campo de batalla de la fe, y él  se regocijaba en sus aflicciones por causa del evangelio. Él dijo: “Ahora puedo predicar con toda autoridad a cada prisionero que ha sido encerrado sin esperanza, a todos los que alguna vez han mirado a la muerte a la cara. El Espíritu de Dios me está convirtiendo en un veterano probado para que pueda decir su verdad a todos los que tengan oídos para oír“

Si estás pasando por dificultades Él está permitiendo tu prueba porque el Espíritu Santo está realizando una obra invisible en ti. La gloria de Cristo se está formando en ti por toda la eternidad. Si vas a saborear la gloria de Dios, tendrá que llegar a ti justo donde te encuentras en tus circunstancias actuales, agradables o desagradables.

Creo que uno de los grandes secretos de la espiritualidad de Pablo fue su disposición a aceptar cualquier condición en la que se encontrara sin quejarse. Él escribe: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13).

Pablo estaba diciendo: «No trato de protegerme de mis circunstancias desagradables. No le ruego a Dios que las alivie. Al contrario, las abrazo. Sé por mi historia con el Señor que él está haciendo algo eterno en mí».

En las primeras comunidades cristianas se vivieron las cosas de otra manera. La fe cristiana no era entendida como un «sistema religioso». Lo llamaban «camino» y lo proponían como la vía más acertada para vivir con sentido y esperanza. Se dice que es un «camino nuevo y vivo» que «ha sido inaugurado por Jesús para nosotros», un camino que se recorre «con los ojos fijos en él» (Hebreos 10,20; 12,2).

Es de gran importancia tomar conciencia de que la fe es un recorrido y no un sistema religioso. Y en un recorrido hay de todo: marcha gozosa y momentos de búsqueda, pruebas que hay que superar y retrocesos, decisiones ineludibles, dudas e interrogantes. Todo es parte del camino: también las dudas, que pueden ser más estimulantes que no pocas certezas y seguridades poseídas de forma rutinaria y simplista.

Los  cristianos (hombres y mujeres  de fe, como Jesús) no necesitamos templos externos, todo es templo de Dios; no necesitamos instituciones sacrales como las de una religión de jerarcas separados pre-potentes, pues la vida entera es institución de fe, diálogo de vida y amor en Dios, sabiendo que él nos  les ha concedido ya ( Mc 11, 24) lo que hemos pedido, lo que somos.

Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Cada uno es responsable de la «aventura» de su vida. Cada uno tiene su propio ritmo. No hay que forzar nada. En el camino cristiano hay etapas: las personas pueden vivir momentos y situaciones diferentes. Lo importante es «caminar», no detenerse, escuchar la llamada que a todos se nos hace de vivir de manera más digna y dichosa. Este puede ser el mejor modo de «preparar el camino del Señor».

Afirmaba Ratzinger: “la fe sigue siendo un viaje. A lo largo de nuestra vida sigue siendo un camino y, por tanto, la fe está siempre amenazada y en peligro. Y también es saludable que se escape así al riesgo de transformarse en una ideología manipulable. A riesgo de endurecernos y hacernos incapaces de compartir la reflexión y el sufrimiento con el hermano que duda y se interroga. La fe sólo puede madurar en la medida en que soporte y se haga cargo, en cada etapa de la existencia, de la angustia y de la fuerza de la incredulidad y finalmente la atraviese hasta el punto de volver a ser viable en una nueva época".

La fe, como recordaba el mismo Benedicto XVI y como le gusta repetir a Francisco, sólo se transmite por atracción y no por proselitismo o por imposición. El creyente no es el que "posee" algo que puede "administrar". El cristiano no dispensa respuestas preconfeccionadas para explicarlo todo a todos. El cristiano sólo puede hacer reverberar alguna chispa del don que ha recibido inmerecidamente, y cuando esto ocurre es por pura gracia. Por esta razón, está llamado a buscar a Dios dialogando con todos, haciéndose cargo de las dudas y de las heridas existenciales de los que no creen, acompañando a todos, sin considerarse jamás como que ha "llegado".

Mientras más cerca estamos de Cristo, más grande nuestro deseo de vivir totalmente en su presencia. Además, comenzamos a ver más claramente que Jesús es nuestro único y verdadero fundamento.

Jesús dijo, “Vuestro padre Abrahán se regocijó esperando ver mi día; y lo vio y se alegró.” (Juan 8:56). Abrahán vio el día cuando Cristo vendría a la tierra y construiría el cimiento que él imaginó. Y el patriarca se regocijo al saber que un pueblo bendecido viviría en ese día. Él sabía que ellos disfrutarían acceso ininterrumpido a una conversación celestial y comunión con Dios.

Hoy, sin embargo, muchos creyentes están perdiendo esta promesa por completo. En su lugar, viven en un tumulto innecesario. Se apresuran de aquí para allá, tratando de trabajar una fe que “de resultados.” Están constantemente atrapados en un correr de actividades, haciendo cosas para Dios que al final son simplemente gravosas o cargas. Ellos nunca están en descanso pleno en Cristo. ¿Por qué? Ellos simplemente no se encierran con el Señor, para pasar un tiempo callado a solas con él.

Si estamos enamorados de alguien, queremos estar en la presencia de esa persona. Ambos quieren compartir de sí mismos con el otro, abriendo sus corazones y siendo íntimos. Lo mismo es cierto de nuestra relación con Jesús. Si le amamos, debemos estar pensando constantemente, “Quiero estar contigo mi Señor. Quiero disfrutar su presencia. Así que me voy a acercar a Él, y voy a esperar en su presencia hasta que sepa que él está satisfecho. Me quedare hasta que le escuche decir, “Vete ahora, y regocíjate en mi amor.”

Cada vez que nos desanimamos en nuestra fe, tenemos que disciplinarnos para recordar todo lo que hemos atravesado de la mano de Dios. Debemos recordar los milagros que él ha provisto en nuestros tiempos difíciles y alegrarnos, sabiendo que él está complacido con lo que ha hecho.

“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9). ¡Elige hoy confiar en tu Padre celestial!

Comentarios

Entradas populares