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El avance de la ultraderecha

La victoria de Javier Milei en las elecciones argentinas, es un hito digno de estudio. Encontrar una explicación a la victoria de Milei es digna de una reflexión sosegada que podría hacer temblar los cimientos en los que se fundamentan los pilares de cualquier sistema democrático. Sus propuestas están encaminadas a la reducción del Estado a su mínima expresión, ha propuesto la privatización de la sanidad, la educación, los medios de comunicación, las empresas estatales, la eliminación de ayudas sociales, etc., y a pesar de eso ha sido el más votado en los barrios más humildes de Argentina (Lugano, Soldati, Barracas, La Boca, entre otros muchos).

La victoria de Milei responde a la falta de resultados de otro tipo de políticas, de políticos institucionalizados que se olvidaron del pueblo al que representaban. La continua crisis económica a la que está sometida Argentina desde tiempo inmemorial… hace que el pueblo, harto, elija la opción rupturista, aunque en muchos casos vaya en contras de sus propios intereses. Milei representa el enfado de muchos argentinos que han visto en el histrionismo de Milei, sus propias ganas de destruir las instituciones a las que culpan de sus desgracias.

Una de las curiosidades de nuestro tiempo es que la extrema derecha se siente bastante cómoda con las instituciones vigentes de la democracia liberal. Hay casos aquí y allá de líderes políticos descontentos que se niegan a aceptar su derrota en las urnas (como Donald Trump , Jair Bolsonaro, Abascal, Feijóo) y luego llaman a sus seguidores a emprender acciones extraparlamentarias (como el 6 de enero de 2021 en Estados Unidos y, en una farsa de repetición, el 8 de enero de 2023 en Brasil). Pero, en general, la extrema derecha sabe que puede conseguir lo que quiere a través de las instituciones de la democracia liberal, que no son hostiles a sus programas.

El capitalismo salvaje ha globalizado la producción y ha liberado a los propietarios (tanto individuos como empresas) del cumplimiento incluso de las normas de la democracia liberal, como pagar los impuestos que les corresponden.

Estamos muy lejos de la Constitución de 1945 de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que instaba a la “libre circulación de las ideas por medio de la palabra y de la imagen” y a la necesidad de “dar un nuevo impulso a la educación popular y a la difusión de la cultura”. Se silencian los debates sociales sobre los dilemas de la humanidad mientras se consagran viejas formas de odio.

Es el odio al inmigrante,  retratado como sociópata lo que provoca una forma cáustica de nacionalismo, que no está arraigada en el amor al prójimo, sino en el odio al forastero. El odio se disfraza de patriotismo mientras crece el tamaño de la bandera nacional y aumenta por decibeles el entusiasmo por el himno nacional. Esto se manifiesta visiblemente en el Israel de hoy. Este patriotismo neoliberal, salvaje y de extrema derecha huele a podrido, a ira y amargura, a violencia y frustración.

La crisis económica generada por la pandemia de Covid-19 —la mayor que se haya registrado— agravó las disparidades económicas y sociales ya existentes en la Unión Europea. Se redujeron las tasas de crecimiento en general y se distorsionaron las cadenas de suministro para la producción industrial. A esta situación, ya delicada, se sumó la guerra en Ucrania. En 2022, se registró una inflación elevada derivada de la escasez y la especulación en los mercados energéticos, así como del aumento en los precios de los alimentos, lo que a su vez afectó los precios de otros productos y el costo de vida.

La pobreza en la Unión Europea se ha convertido en una realidad explotada por los partidos de ultraderecha. Actualmente, el 20% de la población comunitaria, es decir, uno de cada cinco ciudadanos, se encuentra en situación de pobreza o en riesgo de exclusión social. Esto afecta a unos 95 millones de habitantes, con un impacto particularmente notorio en países como Rumania, Bulgaria y Grecia, donde en promedio el 31% de la población se encuentra en estas condiciones.

La desinformación y la radicalización en línea han acentuado las divisiones sociales y políticas, erosionando la confianza en las instituciones democráticas y fomentando la intolerancia.

De esta manera, estos partidos de ultraderecha logran penetrar en las estructuras del poder político. Inicialmente, los partidos tradicionales evitan negociar o establecer acuerdos políticos con ellos. Sin embargo, cuando la extrema derecha obtiene posiciones electorales significativas, fuerza a los demás partidos a sentarse a negociar y hacer acuerdos.

Así pues, la aparición en España de la ultraderecha posmoderna tuvo poco de inesperado dadas las paternidades: la Iglesia y el Partido Popular. Históricamente, ambos progenitores, cada uno con sus lógicas cronologías, muestran condiciones embrionarias de lo ultra; en ocasiones, rotundas manifestaciones.

Dados los mimbres, los vínculos con el pasado preconstitucional pesan notablemente en la identidad y memoria política del PP. Su condición cuasi confesional ha hecho de él el partido de la Iglesia-aparato, y por esa doble trabazón ideológica, el nido de la irrupción ultra. Hogar de extremistas, el PP también ha sido un claro precedente y cultivador de las formas y estrategias de lo que hoy reconocemos como comportamientos ultras o trumpistas: victimismo, posverdad, fanatismo religioso, negacionismo, libertarianismo e hipernacionalismo. Una paternidad cantada.

Jesús Sanz, ha escrito una incendiaria (nunca mejor dicho) carta semanal en la que, bajo el título “De incendios y elecciones generales” y sin citar en momento alguno a VOX, reclamaba el voto para la ultraderecha y sus valores.

Me gustaría saber qué piensa D. Jesús de la vida de los expulsados de sus casas vendidas por sus amigos políticos a fondos buitres que subieron inmisericordes el precio de los arrendamientos, o lo que hay de verdad en los que generan tan abultado fraude fiscal o en los encubridores de abusadores de menores, o lo que hay de respeto a la libertad de quienes quieren amar a personas del mismo sexo, o de quienes vienen de afuera para vivir y trabajar en nuestro país…, o qué juicio le merece la narrativa que se hizo después de la guerra civil por los vencedores: ¿cree él de verdad que fue una cruzada, como luego dijeron los sublevados, una guerra para instaurar el reinado de un Dios que es amor, tal como lo define ese Jesús de Nazaret que él dice le inspira sus palabras? Lo que sí sabemos es cómo piensan muchos de los que él quiere que sean los nuevos gobernantes en España, cuyas ideas en absoluto compartimos.

El neoliberalismo extremo de Vox los sitúa en las antípodas no solo del mensaje de fraternidad cristiana, sino también del mensaje oficial de la Iglesia Católica desde la Rerum Novarum de León XIII, de su doctrina social y de la postura del papa Francisco. Su encíclica Fratelli Tutti es uno de los manifiestos mejor fundamentados contra el capitalismo neoliberal y contra el nacionalismo xenófobo y excluyente de los que hoy hace bandera la ultraderecha mundial y, en particular, la nuestra nacional. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes

Si la derecha moderada, sensata y verdaderamente cristiana (que la hay) ahora quiere volver a meter al genio en la lámpara, debería esforzarse también por combatir la retórica que nos ha arrastrado hasta aquí y que ha potenciado, hasta límites intolerables, la polarización y la crispación. ¿Lo hará o se quedará en el mero tacticismo de la política cortoplacista en la que todos parecemos estar insertos? Lamentablemente, guardo pocas esperanzas.

 

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