Seguidores

El aprendizaje de la serenidad

Afirma la doctora Ana San Segundo Sanchidrían de la universidad de A Coruña: “la serenidad es un estado físico y mental que nos permite una actitud adecuada y autoprotectora ante lo que nos ocurre. Se identifica con sensaciones de calma, capacidad para observar cómo estamos respirando, capacidad para analizar la información con claridad, pensamientos ajustados  al tema y a la situación que estamos abordando, sensación de capacidad para tomar decisiones y para asumir las consecuencias de esas decisiones.”

La serenidad es, al fin, la aceptación sin resignación, el desapego sin frialdad, la reflexión con acción, del desorden al propósito. Como reza en la oración de la serenidad atribuida a Francisco de Asís: "Dios mío, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,  y la sabiduría para conocer la diferencia".

El bucle emocional. Los pensamientos que provocan ansiedad o enfado no son en sí mismos el problema sino el crédito que le damos. Podemos vivir los cambios como una oportunidad o cómo una amenaza. Si lo vivimos como una amenaza, la mente se llena de pensamientos negativos. Y cada uno de ellos, refleja nuestros temores inconscientes, ya sea a la dependencia, la vejez, la muerte, la soledad, el rechazo, el abandono… Entonces podemos sentir ansiedad, tensión nerviosa, irritabilidad, y otro tipo de trastornos orgánicos y sistémicos.

La ansiedad es una de las manifestaciones que se asocian al estrés. El estrés consiste en una serie de alteraciones internas que se producen cuando el organismo percibe una amenaza a su bienestar, a su estado de equilibrio, a su existencia.

No hay serenidad, cuando los pensamientos son recurrentes, las emociones son negativas y la responsabilidad de ese estado se deposita fuera. Implica claridad mental y ésta solo se puede tener cuando no hay contaminación de pensamientos o sentimientos negativos, sino la objetividad que ofrece mirar fuera y mirarse dentro y reconocer los mutuos impactos, sin autoengaños ni culpabilidades.

La persona serena busca por todos los medios que lo exterior no afecte su mundo interior. Eso es lo que logra el sabio y por eso permanece imperturbable cuando todos se alteran.

Está demostrado que el mar detiene la rumiación de nuestros pensamientos. El mar nos ayuda a romper con esos círculos viciosos de preocupaciones y pensamientos nocivos que nos persiguen en nuestro día a día. Los entornos naturales, como el mar o los bosques, han demostrado que nos desenganchan de esas obsesiones, pues nos liberan de nuestra vida cotidiana, ya que nada de lo que veamos, tocamos u oigamos nos recuerda a ello. Cosa que, además, nos permite dormir mejor y hace que la sensación del tiempo sea más lenta, como que se ha detenido.

Ir a la playa tiene un efecto abrumador en nuestro bienestar y salud. Hace que nuestro cerebro cambie. Nos recarga las fuerzas, nos da energía y calma nuestra mente. Antiguamente, los médicos tenían una receta mágica: viajar cerca del mar. Y es que se ha demostrado que la respuesta está en nuestro cerebro, pues la corteza prefrontal -un área asociada con la emoción y la auto-reflexión, entre otras funciones- se activa cuando se escuchan los sonidos de las olas.

Un sonido que sigue un patrón de ondas predecibles, suave en volumen y en frecuencias armónicas a intervalos regulares, que puede llegar a disminuir la ansiedad y los niveles de cortisol -la hormona del estrés- que nos generan las grandes ciudades, el tráfico o nuestra rutina laboral o académica. A ello, hay que sumarle la calma que nos transmite la superficie del mar y su color azulado. El ser humano se siente tranquilo y admirado al observar extensiones infinitas, donde no se producen cambios visuales agresivos y su horizonte es total, aunque también es cierto que muchos -ante esto mismo- sienten una verdadera inquietud y pánico.

Como dijo Osho, peleamos con otros porque vamos acumulando basura dentro de nosotros y tenemos que tirarla fuera. La guerra no está fuera, la guerra está dentro y si no hemos peleado internamente, la pelearemos fuera. Si hemos peleado la guerra a nivel interno y hemos salido victoriosos, entonces la guerra cesará. Para mí esta es la forma de alcanzar la verdadera serenidad.

Epicteto decía que somos responsables de determinadas cosas, pero que hay otras de las que no se nos puede hacer responsables. Las primeras incluyen nuestro juicio, nuestros impulsos y nuestros deseos, nuestras aversiones y nuestras facultades mentales en general; entre las segundas figuran el cuerpo, las posesiones materiales, nuestra reputación y nuestro estatus; en una palabra, todo aquello que no podemos controlar... Si uno tiene la idea correcta de lo que realmente le pertenece y lo que no, nunca podrá ser forzado a nada ni encontrará obstáculos en su camino, nunca culpará ni criticará a nadie, y todo lo que haga será de forma voluntaria. No tendrá un solo rival, nadie podrá herirle y será inmune a cualquier tipo de daño.

Muchos hemos escuchado alguna vez esta corta y significativa plegaria:

“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”.

Dios es el refugio más seguro y la roca más firme y estable. Dios es nuestro protector y cuidador, tiene control no solo de nuestras circunstancias, sino también de todo el universo. El salmista David comprendía plenamente esta verdad, así lo expresa en el Salmo 91: “ El que habita al abrigo del Altísimo (Elyon) morará bajo la sombra del Omnipotente (El-Shadday)”.

El salmista invoca al Altísimo (Elyon), al Dios sin igual, del que nadie puede jactarse de estar a su nivel o por encima de Él. El Altísimo es la máxima referencia, el más alto estatus y la más alta y última apelación posible. Dios está por encima de todo.

El Salmo 91 nos brinda un entendimiento profundo de lo que expresó el Apóstol Juan: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1Juan 4:4). Esa también es la confianza con la que nos anima a vivir el apóstol Pedro, aun en medio de la prueba y la tribulación, porque somos “guardados por el poder de Dios mediante la fe…”.

La fe activa el poder de Dios que nos guarda Ahora, esa protección es accionada mediante la fe: “guardados por el poder de Dios mediante la fe…”. Como creyentes, necesitamos poner nuestra confianza en lo que Dios ha declarado en su palabra. Fe es creer lo que Dios dice en su palabra.

Dios es un refugio seguro y una roca de confianza para sus hijos. Dios como creador de todo el universo, que ejerce su autoridad en forma soberana, y siendo omnipresente, omnipotente, inmutable y veraz, es un refugio inexpugnable y una roca que da completa estabilidad y firmeza. Podemos depender absolutamente de Dios ante todo peligro, amenaza y circunstancia adversa, porque Él tiene cuidado de los suyos.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares