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Los valores

El vocablo lealtad proviene del latín “legalis” que significa “respeto a la ley”. También lo definen como el “cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”.

Como lealtad entendemos entonces el carácter de una persona que expresa un sentimiento de respeto y fidelidad hacia otro ser humano, hacia un compromiso; una persona que posee un sentido de comunidad, que profesa principios morales. 

Es sinónimo de “nobleza, rectitud, honradez, honestidad”, entre otros valores morales y éticos que permiten desarrollar fuertes relaciones sociales o de amistad en donde se crean vínculos de confianza muy sólidos.

Asimismo, el término leal define a lo “que guarda a alguien o algo la debida fidelidad”. Este adjetivo identifica a un individuo fiel de acuerdo con sus acciones o comportamiento. Por ello, una persona leal es aquella que se caracteriza por ser dedicada, inclusive cuando las circunstancias le son adversas.

Antes se relacionaba la fidelidad a la pareja y la lealtad a las causas nobles. Desde la Inteligencia Emocional Aplicada, consideramos que la fidelidad es un compromiso, un sometimiento y una promesa a cumplir que hacemos a los demás, sea de pareja, laboral o social. La fidelidad la podemos imponer, pero la lealtad es un sentimiento que podemos fomentar, pero que no podemos construir desde la nada, requiere de una historia, de una ilusión.

La fidelidad es dar cumplimiento a las promesas. Prometer es una acción personal, propia de cada uno de nosotros; revela una gran soberanía de espíritu, ya que elige decidir hoy lo que se va a hacer en adelante, bajo condiciones que no se pueden prever. Es un contrato con condiciones.

De la persona noble, se dice, que es poseedora de un elevado sentimiento, que lo pone de manifiesto al ser sensible ante los problemas, sufrimientos y dificultades de los demás. Todo ello debido a su sensibilidad interior que le permite colocarse en el lugar de la otra persona, entender y compartir sus tristezas y sus alegrías: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que sufren.” (Romanos 12:15)

Para ser noble, no solamente tenemos que ser bondadosos y generosos; también debemos ser poseedores de otros valores tales como el respeto, la justicia, la solidaridad y la humildad.

 Para lograr vivir en paz y en unidad con Dios y con nuestros semejantes, es importante el respeto. Que nuestro trato sea respetuoso hacia los niños, jóvenes, adultos y ancianos. Cuidar siempre de nuestras palabras: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” (Efesios 4:29)

En la Biblia cristiana, Jesús dice «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Ello define un límite a la autoridad del hombre. Desde el punto de vista cristiano, existe una esfera más allá de la terrenal y, si la lealtad al hombre entra en conflicto con la lealtad a Dios, la última tiene prioridad.

 Si bien se considera a este valor como una promesa del alma, fortalecerla y transmitirla se reflejará en el ejercicio diario que nos proponemos al ser mejores. Siempre estaremos expuestos a lo que conviene por sobre lo que debemos elegir, esto generará un trabajo adicional.

Así, pues, los valores humanos son una serie de principios universales por los que se rigen la mayoría de las personas. Nos sirven de guía para saber cómo conducirnos para vivir armónicamente en comunidad y evolucionar juntos y juntas.

Estos valores no están determinados ni por la cultura ni por la religión ni por el tiempo ni por ningún otro condicionante. Son innatos al ser humano, perdurables en el tiempo y trasladables a cualquier lugar del mundo.

¡Los valores humanos son los pilares de la humanidad!

Los valores constituyen un tema intemporal, siempre se ha hablado de los valores, y se seguirá hablando, porque es consustancial al ser humano. Se reitera recurrentemente la crisis de valores en las diferentes épocas. Sin embargo, los valores son la guía de actuación de las personas, las instituciones y las sociedades, y es normal que en función de los factores de cambio cultural se modifiquen, se adapten a nuevas perspectivas, pero es muy importante que cualquiera de estos cambios no haga perder el norte. La brújula de los valores debe ser la herramienta que nadie (personas, grupos, instituciones, y sociedad) nunca debe perder.

Debemos tener cuidado con los valores que te ofrece el mundo. Son verdaderos antivalores, pues te apartan de Dios. Este mundo nos ofrece el placer, el sexo desenfrenado, la comodidad, la envidia, el querer tener más cosas, el despreciar a los demás, el divorcio, la violencia, loa pornografía, la infidelidad, el egoísmo.

¿Qué es lo que más importa en la vida? ¿Acaso no es aquello que te lleva a Dios? El mundo quiere que no nos acerquemos a Él. El auténtico y verdadero cristiano tiene su más grande valor, su tesoro, en el cielo. Y cuidará de él con todas sus fuerzas.

¿De qué sirve ganar todo el mundo si perdemos el alma? No te dejes engañar. Pregúntate siempre: esto que voy a hacer, ¿me acerca más a Dios? ¿Me ayuda a ser mejor persona? ¿Ofende mi dignidad o la de los demás? ¿Qué haría Jesucristo en una circunstancia como la que yo tengo ahora?

La libertad nos capacita para ennoblecer nuestra existencia, pero también nos pone en peligro de empobrecerla. Las demás creaturas no acceden a esta disyuntiva. Un gato siempre se comportará como un felino y no será culpado o alabado por ello.

Nosotros, en cambio, si prestamos oídos a nuestros instintos e inclinaciones más bajas, podemos actuar como bestias, y de este modo, deshumanizarnos. Boecio, el filósofo y cortesano del siglo V, escribió: El hombre sobresale del resto de la creación en la medida en que él mismo reconoce su propia naturaleza, y cuando lo olvida, se hunde más abajo que las bestias. Para otros seres vivientes, ignorar lo que son es natural; para el hombre es un defecto.

La humanidad necesita personas que no solo se preocupen de sí mismas, sino también de aportar su granito de arena a la sociedad. Solo si vamos de la mano construiremos el mundo que queremos, y ya puestos... ¡hagámoslo bonito!

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